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Cambio de doctrina en la Iglesia católica…??

 

Altar mayor de la iglesia de Arecibo

Al ser entrevistado sobre el ex obispo de Arecibo, el portavoz del grupo Amigos de Monseñor Daniel, Carlos Rodríguez, se expresó sobre el conflicto entre los que apoyan la visión del Concilio Vaticano II y los tradicionalistas, los que que oponen a los cambios en la Iglesia. Dijo que «Son unas visiones de quienes apoyan que la Iglesia mantenga la doctrina que es apegada al Evangelio y unos que entienden que la doctrina debe cambiar». (El Nuevo Día, 8 de mayo de 2022)

Esto recuerda al rey que consultó a los adivinos para saber si al otro día vencería al ejército enemigo en batalla. Los adivinos contestaron que "Mañana un gran ejército será derrotado". Pero no especificaron cuál ejército. Al otro día el rey salió derrotado y los adivinos lo habían profetizado, claro.

En lo que dice el portavoz del grupo de Amigos de Monseñor Daniel no está claro y a la vista a quién se refiere al decir que hay quienes apoyan a que la Iglesia siga apoyada o apegada al Evangelio. Pareciera que implica que con el Concilio Vaticano II y los cambios posteriores la Iglesia romana se alejó del Evangelio. Eso es mucho decir y habría que comprobarlo en sus detalles.  

Valga aclarar que el conflicto no es entre los que defienden una doctrina apegada al Evangelio y los que quieren que la doctrina cambie. Nótese que los cambios posteriores al concilio no fueron doctrinales, sino de usos y prácticas. 

El conflicto es en realidad entre los enamorados de los usos y costumbres de la mentalidad tradicional (clerical) católica y otros como papa Francisco que buscan traer a la práctica la visión del Concilio Vaticano II, que se fundamenta más en el Evangelio que en la defensa de las tradiciones. Está claro que la Iglesia romana es una institución humana y las instituciones humanas (igual que los individuos) no son perfectas. Por eso el cambio que se ha ido dando va dirigido a la institución y no a la doctrina. 

Si las tradiciones no expresan lo que encontramos en las prácticas y creencias de los primeros cristianos, por ejemplo, esas creencias no son tan importantes. No hay que necesariamente echarlas a un lado, pero no hay que darles tanta importancia. Pero para los tradicionalistas hay que enfatizar esas tradiciones de lo que ellos imaginan es lo que caracteriza la «verdadera» Iglesia, como el énfasis de las devociones de cuaresma y el olvido de la celebración de las semanas de Pascua de resurrección; el enfoque obsesivo con el Viernes Santo y el descuido de enfocar en la resurrección.

El tradicionalismo piensa como si la mentalidad de los eclesiásticos de la primera mitad del siglo 20 fuese la «verdadera». Lo que se desvíe de esa mentalidad de cruzada contra la modernidad y énfasis obsesivo en los temas de la moral, es un desvío de «la doctrina». 

Pero en el Evangelio no encontramos a un Jesús obsesionado con denunciar y rechazar. Los tradicionalistas, por contraste, están obsesionados por denunciar asuntos de moral como el aborto. Están enfocados en denunciar los errores de los tiempos modernos de manera vociferante. No obstante no se preocupan tanto en denunciar de la misma manera agresiva la crisis ecológica en que vivimos, también producto de la modernidad. Les llama más la atención los asuntos de sexo, que el pecado de la contaminación del planeta. Esto, aun cuando el papa Benedicto XVI hizo un llamado al respecto.

En el Evangelio encontramos un Jesús en diálogo continuo con los pecadores de todo tipo, sentándose a la mesa con ellos y de esa manera buscando abrirle los ojos. De esa manera se crean las situaciones para que esos pecadores se acerquen, como Zaqueo (el publicano corrupto) y Nicodemo (el fariseo); lo mismo que la mujer adúltera y otros. 

¿Qué poder, qué fuerza tenía Jesús? Su poder era el diálogo, la invitación a abrir los ojos y ver la verdad. Ese es el mismo poder que tenemos hoy los cristianos por la fuerza del Espíritu Santo.

En el Evangelio Jesús sólo sale con violencia y en público a desatar su denuncia contra los fariseos. Nótese que hoy día esos fariseos están entre los tradicionalistas: se sienten superiores y lo demuestran de muchas maneras. Algunos gustan de presentarse con ropajes de gente aparte y andan obsesionados con guardar las dietas religiosas (¿no se puede comer carne en los viernes de cuaresma?). Una cosa son las tradiciones y las costumbres y otra, la doctrina. «No vine a cambiar la Ley,» dirá Jesús en los evangelios. 

Esto aplica también a más de un pastor y reverendo. Conozco a un pastor específico que se aprovechó con gusto de la buena fe cristiana de unas ancianas para sacarles mucho dinero. El lector también conocerá a alguno así, que está más pendiente de su apariencia de pastor, que en la vida de cristiano auténtico.


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