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Ayuno y abstinencia

 

Pan, agua, cruz Imagen de <a href="https://pixabay.com/es/users/prierlechapelet-6249687/?utm_source=link-attribution&utm_medium=referral&utm_campaign=image&utm_content=3962495">Prierlechapelet</a> en <a href="https://pixabay.com/es//?utm_source=link-attribution&utm_medium=referral&utm_campaign=image&utm_content=3962495">Pixabay</a>
Imagen de Pixabay.

En la historia de usos de especies y productos del comercio en la Edad Media uno encuentra expresada la manera de valorar. Las especies, aparte de ser vistas como objetos de necesidad para cocinar y para la medicina (o la farmacopea), también eran vistos como señales de status social debido a su rareza.

No todo el mundo podía costearse la pimienta, que era más cara que la carne, o los pescados. Lo mismo habría que decir de la sal, que hizo millonario a más de un comerciante. En tiempos modernos fue convertida en un monopolio del estado en más de un país europeo. Así, no cualquiera podía mandar a hacerse una paella con azafrán, que todavía es de los productos más caros del mundo. En España e Italia esto era posible porque allí era donde precisamente se producía azafrán, lo mismo que el arroz, por lo que no tenían que depender de comerciantes de lejanas tierras para poder obtenerlo. Pero en Francia y Alemania no pasaba lo mismo, igual que en América. 

Así las cosas, sólo los de las clases privilegiadas podían disfrutar sin reparo de pimienta, sal, canela, nuez moscada; lo mismo que caviar y champán; suma y sigue. El chocolate, los tomates, las papas, los cubiertos de aluminio, fueron en su momento artículos de lujo.

Notamos así que una cosa es satisfacer el hambre y la necesidad y otra cosa es el deseo por objetos que se valoran, no como necesarios, sino por lo que representan a la mirada de los demás. De ahí que había que hasta endeudarse para poder impresionar a los demás con el consumo de objetos raros y caros. En ocasiones como bodas, cumpleaños, celebraciones navideñas, y en todas las ocasión especial se ostentaba y uno «valía» según el lujo que manifestaba. «Lujo» es precisamente eso, lo que no es necesario, pero que es requisitorio para demostrar status social, algo así como el gorila que se da puños contra el pecho.

En ese contexto podemos ubicar el ayuno, o la penitencia cuaresmal. El ayuno no es para los pobres. Este error lo cometió el papa Juan Pablo II cuando visitó la India y con la Madre Teresa a su lado exhortó a ayunar ante una multitud de hambrientos. En ese sentido para los ricos es más fácil ser cristianos. El ayuno no ha de entenderse como una finalidad en sí misma, sino como un medio para purificar el alma y para socorrer a los necesitados. «Tanta vanidad, tanta hipocresía,» canta la plena puertorriqueña, «si el hombre cuando se muere pertenece a la tumba fría». Con el dinero que uno se ahorra dejando de comprar cosas superfluas uno puede socorrer a los menos afortunados. Y además, al dejar de comprar comida y objetos de moda uno se niega la oportunidad de impresionar a otros, lo que implica una disciplina de espíritu.

¿Como que los pobres no tienen que ayunar? Cierto, pero a su manera. Lo que es el ayuno para los ricos ha de ser la abstención de los resentimientos en los pobres. En algunos casos los pobres están más conscientes que los ricos de la mirada social sobre lo que hacen, visten, comen. Lo que para un rico puede ser algo común de a diario (un Mercedes, ropa de diseñador) para el pobre puede ser desesperadamente necesario para su amor propio. Igual, más de un reverendo se idolatra a sí mismo de la misma manera y blande textos bíblicos de manera idolátrica sin poder reconocer al Dios escondido detrás de esos textos. 

Cada uno a su nivel puede encontrar lo que signifique para él poner a Jesús como lo más importante en su vida, dejando de lado tantas valoraciones impuestas a la ciega por la sociedad. Lo que está mal con tomar champán del bueno no es tomárselo, porque el champán en sí es bueno. Lo que está mal es tomárselo sin apreciarlo, sólo porque se puede. No está mal tomar vino espumante, si no se puede comprar champán auténtico. Lo que está mal es ser fariseo, vivir obsesionado por las apariencias sin acordarse de las necesidades de los otros.

Lo que celebramos en Semana Santa no es el espectáculo de la sangre que corrió en el Calvario, como si fuera una película cualquiera. Lo que celebramos es el triunfo sobre la cruz. Muchos cristianos se obsesionan con el Viernes Santo y ahí no termina la historia de nuestra salvación; que el capítulo final es el del Domingo de Resurrección. Por eso la cruz en los templos deberá ser la cruz pascual, la del Resucitado.


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