En estos días se ha estado dando en el Vaticano el Sínodo sobre la sinodalidad. Ha sido curioso darse con las objeciones de algunos tradicionalistas respecto a esta actividad. Es algo así como la falta de comprensión que tuvieron los fariseos respecto a Jesús.
El evangelio de hoy es en cierto modo una continuación del evangelio del domingo pasado. El domingo pasado llegaron a presentarle una pregunta capciosa a Jesús sobre el tributo al César. Este domingo, en la continuación de la lectura del evangelio de Mateo, Jesús reafirma lo que es esencial para Dios y que ya está en las Escrituras: el amor a Dios y al prójimo.
Amar al prójimo es intentar amarlo como Dios mismo lo ama; como Dios nos ama a cada uno de nosotros. Dios nos ama con nuestras faltas y virtudes. Porque Dios nos comprende, nos ama. Nosotros, sin comprender a veces, estamos llamados a amar ciegamente, aun cuando es posible que el prójimo sea un canalla o un inmoral decadente. Esto es lo que no comprenden los fariseos, siempre prontos a condenar.
¿A quién condenó Jesús? No condenó a nadie, sino que invitó a la conversión y al encuentro con Dios. Esa es nuestra misión también como bautizados: invitar a la conversión y al encuentro con Dios.
¿A quién condenó Jesús? ¿No condenó a los escribas y a los fariseos? ¿No atacó a los cambistas del templo? Pero no condenó a las prostitutas y a los recaudadores de impuestos que eran unos lacayos del Imperio. Uno ve que en realidad los invitó a todos --fariseos y no fariseos-- a eso, a la conversión y al encuentro con Dios.
Un tradicionalista se quejó de que en el Vaticano de papa Francisco hay más sociología que teología. Pero hay una sólida teología del laicado que se remonta a la primera mitad del siglo 20 antes del Concilio Vaticano II. Todos somos iglesia, no por razón sociológica, sino por razón teológica, en base a que todos somos bautizados. "Vosotros sois 'linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,' para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 Pedro 2,9).
La misión evangelizadora no es un patrimonio de los profesionales de la Iglesia. Es lo que se subraya en el Sínodo en el Vaticano en estos días. La Iglesia no es una multinacional en que unos dueños de la institución le ofrecen servicios a unos clientes. Los laicos no son clientes de los curas. Los curas no tienen el monopolio de la misión de evangelizar y servir a los laicos.
La Iglesia es de todos los bautizados y es en función del bautismo que todos somos Iglesia. No hay espacio para privilegiados de Dios en la Iglesia. No hay cristianos de primera clase ("numerarios") que se diferencien de los cristianos de segunda clase. De igual manera que no hay diferencia teológica entre los cristianos, así tampoco debe haber diferencias institucionales o sociológicas entre los bautizados. Por eso en el Sínodo se da el nuevo protagonismo de los laicos y de las mujeres. Todos somos protagonistas como miembros del pueblo de Dios.
En nuestro mundo humano no hay perfección. Es cierto que ahora mismo las primeras mujeres que ocupan puestos de dirección en el Vaticano (una mujer preside la comisión para examinar candidatos a ser obispos) son monjas, parte de los profesionales institucionales. Pero ya el hecho de no ser clérigo ni hombre, eso es un paso adelante.
En estos apuntes en octubre del 2023 hay que mencionar nuestro amor por los extranjeros y los migrantes que como cristianos no podemos olvidar. Como dijo uno en las redes sociales: vete y abraza al que más te resulta antipático y así ya comienzas a promover la paz en el mundo, ante la tragedia de Gaza en nuestros días.
Invito al lector a ver mis apuntes del año 2020 para este domingo (oprimir).
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