El tema de este domingo es el amor al prójimo como expresión de la fe cristiana.
La primera lectura de hoy está tomada del libro del Éxodo capítulo 22,20-26. El pasaje de esta primera lectura va dirigido a nuestra conducta respecto a los desvalidos, como los huérfanos, las viudas, los forasteros. Así se expresa: «Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos».
Quizás por esta razón los judíos tenían disposiciones institucionales para con estas personas, tradición que los primeros cristianos mantuvieron. En las primeras comunidades había programas instituidos para socorrer a las viudas, a los huérfanos, a los necesitados. A la cabeza de esos esfuerzos se pusieron a los diáconos. En las primeras comunidades cristianas también surgieron asociaciones, cofradías, de viudas dedicadas a protegerse entre sí y a socorrer a los menesterosos. Fueron como el origen de las diversas congregaciones y asociaciones de mujeres (monjas) que hasta el día de hoy se dedican al socorro social.
Además de lo anterior el pasaje de la lectura de hoy menciona el tema de los préstamos. «Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses,» dice. Los intereses son la cantidad adicional que el prestamista (o el banco) cobra sobre la cantidad principal de la deuda. Es el «interés» que motiva al prestamista a prestar de su dinero.
A menudo se pide una garantía sobre el préstamo. ¿Qué sucede si la persona no paga? Entonces el prestamista (o el banco) se incautan de la garantía. En ese contexto el pasaje de hoy dice, «Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mi, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»
Es decir, que podría darse el caso de que el pobre dé su manto en garantía de su préstamo (que el prestamista podrá quedarse con él si el pobre no paga). El prestamista deberá devolverle el manto al atardecer para que pueda dormir con él. Se sobreentiende que a la mañana el pobre deberá entregar de nuevo su manto al prestamista.
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Uno podría preguntarse cómo compagina esto con la conducta de los judíos prestamistas de la Edad Media y de nuestros días. Estoy seguro que el tema fue muy discutido entre los judíos hasta el día de hoy. Es algo así como el tema de cuántos pasos puede dar un judío antes de violar el descanso del sábado. De la misma manera puede darse la cuestión de hasta cuánto pueden subir los intereses antes de considerarse «usura». Porque el texto prohíbe la «usura», pero no prohíbe cobrar intereses como tal.
Se dice que en la Edad Media los judíos entre sí no se cobraban intereses. Pero entonces se desquitaban con los cristianos (los no judíos) cobrándoles grandes tasas de interés. Esto pareciera injusto, pero hay que ver el contexto, sobre todo en los casos de los poderosos de los tiempos, como los reyes y emperadores.
Los reyes y emperadores podían anular su propia deuda según su «real» gana. Es lo mismo que sucede hoy día con el Fondo Monetario Internacional, como en el caso del presidente del Perú, Alan García, cuando declaró que su país dejaría de cumplir con sus deudas internacionales. Entre los bancos afectados estuvo nuestro propio Banco Popular de Puerto Rico, que había comprado bonos del Perú. En la Edad Media la poderosísima casa de los Fuggers alemanes tuvo que eventualmente irse a la quiebra en 1648 por la falta de pago de los emperadores alemanes, los reyes de España y los papas de la época.
Ese es el problema del dinero, que no es asunto de papeles en el aire. Es igual que un juego de fútbol. Si no se juega según las reglas se echa a perder el juego. Pasa lo mismo con las leyes de física. Si el avión no obedece las leyes de física, no puede volar. Sólo que nuestro saber de las leyes de la economía está al nivel del saber de la medicina en tiempos del emperador Carlos V.
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En el caso de los forasteros que menciona el texto de la primera lectura de hoy («No oprimirás ni vejarás al forastero») esto se dio en el contexto de los sirvientes y trabajadores que apoyaban a los judíos en sus tareas, lo mismo en el campo, que en las tareas domésticas. Sabemos que de entre esos forasteros («gentiles») hubo unos que se convirtieron al judaísmo, se circuncidaron y se adhirieron al pueblo judío. Así se explica la presencia de «gentiles» cristianos integrados a las primeras comunidades cristianas.
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Entre tanto está claro lo que nos dice la primera lectura de hoy acerca de lo que debe ser nuestra actitud de cristianos en el juego de los préstamos y la consideración hacia los demás.
El salmo responsorial responde a la primera lectura con versículos del salmo 17,2-3a.3bc-4.47.51ab. «Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.»—cantamos.
La segunda lectura de hoy continúa la lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses capítulo 5c-10. Recordemos que San Pablo visitaba las comunidades judías de la Dispersión (la Diáspora) en el mundo romano helenístico. Allí predicaba el evangelio y reclutaba adeptos al cristianismo que entonces constituían un grupo que generalmente se desprendía de la sinagoga para formar «sinagoga cristiana» aparte. En el caso de los tesalonicenses sabemos, por Hechos 17,1+, que la predicación de Pablo provocó allí unos disturbios de la oposición de los judíos tradicionalistas. Tal fue la agresividad y el acoso de sus opositores que Pablo y su compañero Silas tuvieron que salir de improviso temiendo por sus vidas. En ese contexto la carta a los tesalonicenses va dirigida a un grupo de cristianos acosados por los hermanos judíos de la sinagoga.
Pero esa misma situación hizo que se corriera la voz («radio bemba», le llamaban los cubanos) de manera que Pablo llegaba a las otras comunidades y ya estaban enteradas de él y de su predicación. «Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada,» dice.
El texto de hoy termina recordando que todos aguardan la vuelta de Jesús resucitado. De esa manera se hace eco del contexto original de los evangelios. La persona de Jesús es una señal de la llegada final de la plenitud de los tiempos.
El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, en el capítulo 22,34-40. Igual que sucedió el domingo pasado, los fariseos se acercan a Jesús como para ver si pueden atraparlo, logrando que diga algo que lo perjudique.
Los fariseos le preguntan, «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
El les contestó, «-‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: -‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»
Ese es el imperativo de conducta de todo buen judío que encontramos en Deuteronomio 6,5 que es el pasaje que Jesús cita. Amar a Dios sobre todas las cosas es la respuesta natural de nosotros al ser interpelados por el amor de Dios.
Ese amor que responde en nosotros al amor de Dios se expresa en el amor al prójimo. Es lo que ya encontramos en Levítico 19,18: «No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh.»
Lo encontramos en la primera carta del apóstol Juan capítulo 4,8: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.»; también en I Juan 3,10: «En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.»
Más de un pastor, reverendo, presbítero, obispo, y cristiano del llano consideran más importante la doctrina, que el amor al prójimo. En esto no son cristianos, en realidad.
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Esta semana el Vaticano dio la noticia de que el papa Francisco no sólo no condena los matrimonios de parejas gay, sino que promociona que se aprueben leyes para que los gays puedan contraer matrimonio por derecho civil.
Dentro del mismo catolicismo, igual que entre predicadores y miembros de otras iglesias se ha dado la reacción de, en algunos casos extremos, llegar a decir que esto es una prueba más de que el papa es el diablo, o el falso profeta del Apocalipsis.
El diablo está en el Vaticano, pero no como un promotor de doctrinas, sino como un promotor de la conducta diabólica que resulta de la vanidad, los celos, la codicia por el dinero y el poder, cosas así. Es lo mismo que sucede con tantos pastores, reverendos y otros miembros de las diversas iglesias. Tienen más interés en sus intereses egoístas y vanidosos, que en la verdadera religión, que consiste en socorrer a los huérfanos y a las viudas y proteger a los niños y a los menesterosos.
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