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Domingo 16 del Tiempo Ordinario, Ciclo C


 

En las lecturas de hoy encontramos el tema de la hospitalidad

La primera lectura de hoy (Génesis 18,1-10) narra cuando tres visitantes son acogidos por Abrahán y le anuncian que en el plazo de un año su esposa tendrá un hijo. En la tradición se han interpretado los tres visitantes como un símbolo de la Santísima Trinidad. Como quiera que fuere el caso es que Abrahán ve tres hombres y los invita a pasar, a entrar a su tienda y compartir con él. Ve en ellos la presencia de Dios y así es como los cristianos debemos ver a los extraños que necesitan de nuestra ayuda. «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo», dirá Jesús en el Juicio Final, «porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.» (Mateo 25,34-36) 

He sido testigo de cómo más de un cristiano (en específico más de uno identificado con la institución eclesiástica, tanto católicos como de otras iglesias) no responde a los demás al modo de quien ve a Cristo en los que vienen a ellos necesitados de un servicio o de un favor. La narración de esta primera lectura nos recuerda que Dios llega a nosotros, no necesariamente en un éxtasis subjetivo, cuanto en la actividad de la vida cotidiana. Por eso llega de maneras inesperadas. En el mundo no podemos controlar lo que sucede, pero sí podemos controlar nuestra disposición de salir al encuentro con Dios en la cotidianidad, en la vida diaria. 


Respondemos a la primera lectura con el canto responsorial con versículos tomados del salmo 14,2-5. No fallará, cantamos, quien procede honradamente y practica la justicia. Ese es el ideal de todo buen judío y de todo buen cristiano, ser persona honrada que practica la justicia. Sólo que se nos olvida que eso es un ideal y no una realidad; es una meta hacia la que nos dirigimos. ¿Quién puede realmente llamarse perfecto ahora mismo? El mismo Jesús dijo, «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios» (Marcos 10,18).

De igual manera que la luz es el resultado de la llama, así las buenas obras son el resultado de la fe. Sólo que esto no es algo mecánico, sino que es un realidad dinámica de tipo humano. Por eso los cristianos no deberían caer en el fariseísmo, en creerse «buenos». Los cristianos somos buenos y santos en virtud de nuestro encuentro con Jesús, pero también sabemos que la bondad y la santidad son un proceso en el que estamos mientras estamos en este mundo. Nadie puede decirse superior a nadie, como si el cristiano no fuera también pecador.


La segunda lectura continúa con la carta de san Pablo, Colosenses 1,24-28. Cristo está presente desde el principio en toda la Creación (como nos dijo en la lectura del domingo pasado, Colosenses 1,15-20) y mediante su muerte en la cruz reconcilia a todos en el amor divino, tanto lo que está en el cielo como lo que está en la tierra. Todos nos vemos reconciliados en Jesús. Este es el misterio escondido que ahora ha sido revelado, la reconciliación, que antes se daba sólo con Israel (pueblo escogido) ahora incluye a todos, de manera que los paganos (los gentiles) también han sido incorporados al pueblo santo de Dios. Entre tanto Pablo sufre los mismos padecimientos de Cristo y esto aplica a todos los cristianos que seguimos a Jesús, que también tenemos que beber la misma copa que Jesús tuvo que beber (Marcos 10,39) y de esa manera formamos un solo cuerpo místico con Cristo y así completamos los sufrimientos de Cristo. Mediante nuestros sufrimientos contribuimos con Cristo al bien de la Iglesia. 

No es que buscamos sufrir (eso sería masoquismo), sino que nos topamos con las dificultades inherentes a la búsqueda del bien y la justicia y somos víctimas del egoísmo y la ceguera de otros como lo fue Jesús. Los cristianos hemos de cuidarnos de no incurrir también en esa ceguera y ese egoísmo de los que caen en la «mundanidad espiritual» que denunció papa Francisco.


El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Lucas (10,38-42), que es el evangelio que leemos en este ciclo C. Narra que, en llegando a una aldea, una mujer llamada Marta lo invita a venir a su casa. Mientras Marta hace las gestiones de hospitalidad para con Jesús (y para los discípulos que también llegaron, suponemos) María su hermana se queda con el grupo escuchando a Jesús, escuchando lo que él dice. Marta entonces se queja de que María no le da la mano para atender a los invitados. «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas;» le dice Jesús, «solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

¿Qué es eso, «lo único necesario»? Podemos encontrar una clave en la referencia que pone la Biblia de Jerusalén a los versículos correspondientes al evangelio de hoy, a Mateo 6,33: «Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.». María escogió la mejor parte porque se quedó con los otros discípulos para escuchar al Maestro eso de buscar el Reino de Dios. Es cierto, «Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14,17). 

Jesús mismo hubiera estado de acuerdo que en la Iglesia se necesitan Martas para atender los asuntos prácticos del día a día. Así fue como aparecieron los diáconos y las diaconisas en las primeras comunidades cristianas. 

Entre tanto esa justicia y paz no vienen de estar mirando la pared imaginándose fantasías, sino del gozo de descubrirse con los hermanos en la práctica de la hermandad y en la lucha por la justicia. Que en el cristiano hay vida de oración y que eso es necesario, eso es cierto. Pero en el contexto original de Jesús y de la primera comunidad de Jerusalén (según el testimonio bíblico) no se trataba de una experiencia incorpórea, sino de la experiencia en la dinámica del amor al prójimo como expresión del amor a Dios.

Podemos pensar que Marta fue la que invitó a Jesús a venir a su casa y compartir allí con los amigos y discípulos. Tanto ella como su hermana eran parte del grupo de los seguidores de Jesús. Pero entonces, quién sabe, María se quedó con el grupo escuchando a Jesús explicar el anuncio de la llegada del Reino de Dios. No necesariamente ella estaba allí sola con el Señor, sino que estaba junto al grupo. En ese escenario ella era parte de la audiencia que escuchaba la predicación del Reino de boca de Jesús. No necesariamente hemos de pensarla como en un éxtasis místico, arrobada en una relación de tú a tú con el Señor. Podemos pensarla como parte del círculo de discípulos que siguen escuchando lo que Jesús predica, cuenta y conversa con ellos. 


La idea de la vida de fe como algo subjetivo, personal, «espiritual», fue algo que se desarrolló durante la Edad Media en el ambiente de los monasterios con los monjes retirados de la sociedad, del «mundo». En ese contexto se vio a María como un prototipo de la relación sumamente personal, sumamente espiritual, con Dios y con Jesús. Esto de hecho le preparó el camino al subjetivismo moderno como en Descartes, para el que la realidad se define como presente en el escenario de lo mental. Es el mismo subjetivismo que todavía se da en nuestro tiempo en que todavía hay quienes dicen que «Todo depende del cristal con que se mire». 

Si la vida fuese algo mental, entonces no nos la pasaríamos tropezando constantemente con las cosas, que nos presentan oposición. De la misma manera el peligro del subjetivismo mental es que la fantasía es la loca de la casa, por así decir, y más de uno (como don Quijote) ve gigantes y luego resulta que son molinos. Más de un cristiano se ve de una manera que contrasta con lo que realmente se da en su vida y así, sin querer, termina en el fariseísmo. 

Nadie es un fariseo por malicia. Es que todos podemos (sin querer) no ver más allá de lo que tenemos al frente y así, a nombre de una fidelidad a la Iglesia y su tradición, no vemos que nos hemos ido transformando en fariseos. Recomiendo lo que propuso papa Francisco en Evangeli Gaudium, párrafos 94-97. El texto completo de esta exhortación apostólica puede verse en el sitio del Vaticano (para verlo oprimir aquí). 


En nuestra vida espiritual y en nuestra vida parroquial simplemente pensemos en los apóstoles y los cristianos de los primeros tiempos, en que la vida de oración estuvo ligada a la acción misionera. Eso es lo que quiere decir la constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II (Sacrosanto Concilio número 10) al proponer que la liturgia es la cumbre a la que tiende toda la actividad de la Iglesia y a la vez la fuente de la que dimana toda su fuerza.

A continuación, algunas citas que pueden asociarse a los temas de este domingo, como para repasar los temas. 

Mateo 10,40 – "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado."  

Mateo 18,5 – "Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. 

Mateo 25,40 – Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (En el Juicio Final en el contexto del estándar de las obras de misericordia.)

Marcos 10,43-45 – Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos." 

 

Notar cómo en los evangelios prima la atención al prójimo, como en Marta. El criterio de un buen cristiano es el de las obras de misericordia, como en la descripción del Juicio Final que encontramos en el evangelio de Mateo, cuando los que no se acordaron de los pobres y necesitados son condenados (Mateo 25,40). Igual, vemos que es el mismo criterio que Jesús se aplica a sí mismo cuando dice que no debemos  buscar ser amos, sino servidores. Jesús no vino a reinar como los reyes de este mundo, sino al modo de los sirvientes y esclavos: "…el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos."

¿Cómo tomar entonces eso de que María escogió la mejor parte? Tradicionalmente —al menos desde tiempos medievales— esto se tomó en el sentido de la vida de los monjes que se retiraron a la soledad para contemplar a Dios. Esa idea de una vida interior y de una vida espiritual de contemplación de la Divinidad fue algo que derivó del neoplatonismo del mundo griego y romano. 

En la mentalidad judía y entre los pre platónicos la idea de la vida de la mente y el espíritu no formó parte de su imaginario social. Notar cómo la vida más allá de la muerte en el mismo Jesús se concibió como vida material, en un cuerpo resucitado. En sus apariciones post pascuales Jesús se sentó a desayunar y a cenar con los discípulos en más de una ocasión. De la misma manera en el Juicio Final no se habla del fervor de la oración de cada uno, sino de la disposición para socorrer al débil y al necesitado, como apuntado (Mateo 25,40). 

Una vida de oración que no se traduce al amor al prójimo, no tiene sentido.

Mis apuntes del 2016 proponen unas reflexiones parecidas sobre las lecturas de este domingo, un tanto extensas. De interesar, pulsar aquí.

Mis apuntes del 2019 (pulsar sobre el año) son más breves y con algunas ideas diferentes. 



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