Desde finales del siglo 19 surgió el movimiento ecuménico internacional. Es un escándalo que los cristianos andemos separados cuando nos une la fe común en Jesús, Enviado del Padre.
El octavario de oraciones por la unidad entre los cristianos se celebra del 18 al 25 de enero, fiesta de la conversión de san Pablo, el apóstol de los gentiles que polemizó contra los que no veían la dimensión universal de nuestra fe.
Este año también recordamos el aniversario de 1700 años de las definiciones trinitarias del concilio de Nicea (325 AD) que son la base de la mayoría de las iglesias cristianas. A mi entender nuestro sentido ecuménico debe abarcar también a otras iglesias cristianas que al día de hoy no reconocen del todo el credo de Nicea.
Ya en tiempos del siglo 5° san Agustín reconocía el malestar o desasosiego que le daba saber que no lejos de él en las iglesias donatistas se daba el mismo culto que en su iglesia y que lo que les diferenciaba era la readmisión de los que en las persecuciones cedieron y quemaron incienso a los ídolos. Los donatistas eran de línea dura y postulaban que los apóstatas, los que traicionaron su fe y ante la amenaza del martirio adoraron a los dioses falsos, no podían ser readmitidos a la comunidad cristiana porque habían renegado de su bautismo. San Agustín fue de los que prefirieron la reconciliación con los que buscaron reingresar al cristianismo al terminar las persecuciones. Los donatistas fueron declarados cismáticos y herejes, pero su culto y sus costumbres siguió siendo idéntico al del resto de los cristianos, porque se basaban en el mismo evangelio. Aquella división recuerda la de hoy entre el Vaticano y los grupos tradicionalistas como las clarisas cismáticas de Belorado. Ellas también y por su parte deberán descubrir lo que es el amor y la mansedumbre evangélica, que más importante que tener la verdad es el amor, porque Dios es amor.
Hoy día reconocemos que el martirio no sólo se da por odio a la fe cristiana. También se da por odio a las prácticas cristianas de lucha por la justicia y la defensa de los pobres y los desarrapados. Es lo que reconocemos en tantos mártires cristianos que han sido víctimas de los grandes intereses económicos y políticos cuando, inspirados por el evangelio, han dado sus vidas por la justicia social.
Eso sí, que como cristianos hemos de amar a nuestros enemigos. Y si amamos a nuestros enemigos, ¿cómo no hemos de amar a nuestros hermanos separados, los que con nosotros también profesan la fe en Jesús?
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