El tema de este domingo es el milagro en las bodas de Caná
En las iglesias orientales y en nuestra propia tradición la Epifanía se celebra con una triple conmemoración. Contemplamos la manifestación de Jesús como Dios y hombre verdadero al evocar la adoración de los magos (el 6 de enero), el bautismo en el Jordán (el primer domingo del tiempo ordinario) y hoy, en el milagro en las bodas de Caná.
En estos tres momentos de la vida de Jesús consideramos la encarnación de Dios en la persona de Jesús. Dios amó tanto su creación que también quiso vivir entre nosotros. Pasó por la experiencia personal de vivir como humano en este mundo y el placer de saborear un buen vino en una boda. Mientras que la muerte anula el valor de la vida (de qué vale tanto penar si al final nos disolvemos en la nada) con Jesús Dios nos dice que la vida tiene un valor positivo y que toda la creación tiene un valor inmenso y que hay vida más allá de la muerte para los que responden a su llamado. En la Última Cena Jesús dirá que espera volver a saborear del fruto de la vid con sus discípulos en la casa del Padre (Mateo 26,29).
Algo que también tiene un valor inmenso es nuestra libertad, con la que nos hacemos responsables junto a Dios de nuestra propia vida y de toda la creación.
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En la primera lectura para este día el profeta Isaías (62,1-5) alude a los tiempos mesiánicos en que Dios volverá a celebrar los esponsales con su pueblo. Jerusalén será reconstruida. Israel volverá a ser construido. Hoy tomamos esto en sentido simbólico. Los gentiles también quedamos incorporados al Pueblo de Dios, porque Dios convoca en Jesús a todos para entrar al reino de los cielos.
En la segunda lectura (1 Corintios 12,4-11) san Pablo habla de los carismas del Espíritu que obran en el seno de la comunidad cristiana. La comunidad es un anticipo de la vida en el reino de los cielos y todo es obra del Espíritu por el que fue posible la encarnación de Jesús, lo mismo que sus milagros y su resurrección. Por el Espíritu se renueva toda la creación.
En el evangelio (Juan 2,1-12) Jesús obra la transformación del agua en vino para la boda a la que asistió con María y los discípulos en Caná de Galilea. En el Jordán la voz del cielo lo certificó como el Hijo amado del Padre y ahora con el primero de sus milagros públicos Jesús deja saber que, efectivamente, él es el Enviado de Dios, de la misma manera que los milagros que hizo Moisés ante el faraón le acreditaron como el líder enviado para la liberación del pueblo hebreo.
Invito a ver mis apuntes del 2016 sobre las lecturas de este domingo (oprimir sobre el año).
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