En el evangelio de hoy Jesús cura a un mendigo ciego. La primera lectura de hoy (Jeremías 31,7-9) anuncia la vuelta del Destierro, cuando un grupo de israelitas volvieron a Jerusalén y comenzaron la reconstrucción del templo, unos quinientos años antes de Cristo. Es un anuncio gozoso y dice que volverán entre consuelos, porque Yahvé no se olvidó de su pueblo. «Seré un padre para Israel,» dice el Señor por boca del profeta. El salmo responsorial (salmo 125) se hace eco de esa alegría. «Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.» La segunda lectura (Hebreos 5,1-6) continúa con la lectura del texto de la carta a los Hebreos repartido entre estos domingos anteriores y los siguientes. Enfatiza el sacerdocio de Cristo, mediador nuestro ante el Padre. Esa dignidad sacerdotal no la asumió él por su cuenta, sino que le fue concedida por Dios que le dijo, «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy»; o, como dice
En el evangelio de hoy Jesús recuerda que el verdadero cristiano es siervo y no señor La primera lectura presenta parte de la profecía de Isaías (53,10-11) del Siervo Sufriente que los cristianos aplicamos a Jesús en su pasión y muerte en cruz. Dios lo hizo sufrir, «herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas» (Isaías 53,5). Pero él se humilló y no abrió la boca, como oveja que trasquilan, como cordero llevado al matadero (Isaías 53,7). Fue herido por las rebeldías de su pueblo (Isaías 53,8). «El Señor quiso quebrantarlo con sufrimientos y si entrega su vida como expiación, verá descendencia, alargará su vida» (53,10). He seguido el texto de la Biblia de Jerusalén que a su vez refleja el de la Vulgata, en que entregar su vida como expiación se formula como un condicional al modo de «Si p, entonces q». Si el Siervo acepta los sufrimientos en expiación de los pecados, entonces Dios alargará su descendencia. Podemos pensar la profecía en términos del contexto histórico,