En el siglo XIII, en la época de Santo Tomás de Aquino, las obras de Aristóteles, que habían sido olvidadas desde la Antigüedad, comenzaron a estar disponibles de nuevo, sobre todo en los ambientes universitarios. Eran “lo último de la avenida” entre los estudiosos de la Universidad de París, donde Santo Tomás era profesor. Las traducciones al latín habían sido hechas en España a donde fueron traídas por los árabes de diversas partes del mundo. En aquel entonces estas obras ofrecían una nueva y excitante forma de ver el mundo.
Muchos estudiantes entusiastas de Aristóteles lo adoptaron como una manera alterna de interpretar el cristianismo. La reacción de muchos cristianos, particularmente entre los intelectuales de entonces, fue denunciar Aristóteles como un enemigo de la fe cristiana.
Hubo un segundo enfoque, de los que trataron de mantener la visión tradicional cristiana y la visión aristotélica una al lado de la otra en paralelo, sin ningún intento de reconciliar las dos. Esta manera de plantear el asunto que se conoció como la doctrina de “las dos verdades” (la religiosa y la racional) fue adelantada, por ejemplo, por Sigerio de Brabante. (Mi alma mater de Lovaina está ubicada en Brabante.) Por cierto, fue condenada como herética, aunque Dante ubicó a Sigerio en el Paraíso de su Divina Comedia, escrita unos 40-50 años más tarde.
En ese contexto Santo Tomás siguió una via media, un tercer camino. Estudió a Aristóteles a profundidad y entonces emprendió el proyecto de explicar las ideas y las creencias cristianas en el lenguaje que tiene sentido para los discípulos de Aristóteles. En aquel momento, esto pareció como una idea muy radical y muy peligrosa idea. Por eso Santo Tomás se pasó la mayor parte de su vida en los límites de la ortodoxia, al borde de la desaprobación eclesiástica. Su éxito puede medirse por la noción hoy día de que, por supuesto, todos los estudiosos cristianos en la Edad Media eran seguidores de Aristóteles (lo que es falso, obviamente). De hecho, dos años después de su muerte (murió en 1275) fue condenado como hereje en pública ceremonia en París. El obispo de París se llevaría tamaña sorpresa cuando llegó al cielo y se encontró que el hombre que él había designado como hereje tendría tanta influencia posterior en el catolicismo.
Hoy día Aristóteles ya no es lo último de la avenida intelectual, pero sí es relevante, para el intelectual cristiano, lo que Santo Tomás intentó hacer. Sin renunciar a su cristianismo, intentó usar los esquemas aristotélicos para hablar de Dios y la fe de un modo inteligible para los intelectuales de su tiempo. El error luego fue asumir que el único modo de entender la propia fe cristiana es el lenguaje aristotélico.
De hecho, ha habido otros intelectuales cristianos de nuestro tiempo que han intentado algo parecido. Algunos han fracasado estrepitosamente, cuando lo que han demostrado es que no entienden los conceptos que intentan manejar, como en el caso de la mecánica cuántica. Pero otros han demostrado que sí es posible hablar de Dios sin contradecir la ciencia de nuestro tiempo.
Finalmente valga mencionar someramente el intento de la Teología de la liberación hace veinte años. Para cuando apareció este movimiento teológico ya yo había pasado por la experiencia de ver la distancia entre la teoría marxista y la práctica, no sólo entre puertorriqueños militantes, sino entre los milicianos de la Guerra Civil española, los cubanos de la Revolución y particularmente, la semejanza entre fascistas y franquistas y comunistas, en la práctica. A los que simpatizan con el Ché Guevara, les recomiendo ir a los detalles de su vida para descubrir el sádico vicioso tras el rostro de supuesto visionario. Un amigo me comentó una vez que otro sería el cuento si el Ché hubiese sido bajito, panzudo y calvo. Pero por ahora dejemos la digresión.
Por ahora recordemos a Santo Tomás y el proyecto de la evangelización de los intelectuales, que no es lo mismo que la evangelización del pueblo.
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