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Cuaresma 2009




¿Es la cuaresma solamente un tiempo de sacrificios? ¿Qué sentido tiene el ayuno y la penitencia? Primero digamos que sí, que es un tiempo de conversión, de abandono de una vida laxa y despreocupada y el recomienzo de la búsqueda de Dios en nuestras vidas. Así lo expresará el profeta Joel, “Dice el Señor todopoderoso: Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto” (Joel 2:12). Dios no necesita de los sacrificios de bueyes y de animales que se hacían en el templo. ¿Qué podía significar para Dios el sacrificio de un animal? ¿Qué mérito podía representar el sacrificio de una cabra o de una paloma? Más importante para Dios es lo que sucede dentro del corazón del ser humano. Por eso más le agradará a Dios un corazón contrito, que los sacrificios de animales, como en el salmo clásico del arrepentimiento del pecador, el salmo 50: “Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. Mi sacrificio es un espíritu contrito…” Este tema queda aún más claro cuando encontramos a Jesús atacando los fariseos, cuando le criticaron a sus discípulos que estuviesen arrancando espigas de trigo y comiéndoselas, un sábado. Jesús les reprochó esta reacción: “Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del Hombre es señor del sábado.” (Mateo 12:8; Jesús citó al profeta Oseas 6:6) Siendo Jesús señor del sábado, entonces podemos entender mejor su planteamiento sobre el ayuno y la penitencia y los sacrificios (las obras que se hacen para agradar a Dios). El planteamiento de que Dios quiere devoción de corazón y no meramente de palabras, un corazón contrito y vuelto a Dios, antes que una serie de obras externas, aparece en otros lugares del Antiguo Testamento, además del antes citado. Y es que Dios rechaza aquellos sacrificios que son prácticas puramente exteriores. Cuando ayunamos y hacemos penitencia tenemos la tendencia de enorgullecernos de eso. Recuerdo haber oído una persona que le contaba a todos que en Viernes Santo nada pasaba por su boca, ni tan siquiera agua. Otros quizás no se jacten así, pero siempre sentirán un secreto placer de pertenecer a algún grupo especial, alguna cofradía especial que practica en secreto el sacrificio. Es inevitable que una persona así asuma la actitud de un fariseo, aun en privado, aun en el foro de la intimidad de su propia conciencia. Es fácil caer en el farisaísmo de creernos cristianos especiales, y por tanto mejores que los otros cristianos en cuanto cristianos, como el que decía, “Nadie me gana en humildad”. Claro, uno siempre puede argumentar que abolir por completo los sacrificios es como abandonar a los cristianos para que vivan una vida espiritualmente fofa. Pero ciertamente Dios no quiere que nos abandonemos a una vida espiritual fofa, sin dominio de nuestra propia voluntad. Pero es que practicar las obras de misericordia (vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, visitar las cárceles, visitar a los enfermos…) puede requerir mayor sacrificio que el ayuno y la penitencia común y corriente. Ahí está la solución. Encontrar a Jesús en el rostro de los pobres y trabajar para que sean rescatados de su pobreza requiere dominio de la voluntad… ayuno y sacrificio. En ese momento el ayuno y el sacrificio se convierten en medios, y no fines en sí mismos. Es algo morboso practicar el sacrificio como una especie de competencia atlética, como si fuese por el puro placer del sacrificio, o por decir que cuaresma sin ayuno y sacrificio no es cuaresma. Si el ayuno y el sacrifico no se toman como medios y se asumen como un fin por sí mismos, entonces podemos terminar en cosa de masoquistas trastornados. A fin de cuentas no es por las obras que nos vamos a salvar, como dirá San Pablo en la epístola a los Colosenses: “…que nadie los critique por cuestiones de comida o bebida… Que nadie los prive de Él [Jesucristo] prefiriendo las mortificaciones…. Una vez que habéis muerto [en Cristo, al mundo] ¿por qué sujetaros, como si aún vivierais en el mundo, a preceptos como ‘no tomes’, ‘no gustes’, ‘no toques’…” (Colosenses 2:16-23) El ayuno y la penitencia que Dios quiere es éste: “Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo… porque yo, el Señor tu Dios, soy misericordioso”. (Isaías 58:7) Esto quedará confirmado en el Nuevo Testamento cuando en el Juicio Final Jesús diga, “Venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme…” (Mateo 25:33) Finalmente, todo este proceso es un proceso liberador. Cuaresma también es un proceso de conversión que no lleva a la liberación. Dirá SS Benedicto XVI en su alocución para la cuaresma, el miércoles de ceniza del 2007, el 21 de febrero de aquel año: “Convertirse es buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñazas de su Hijo Jesucristo; no es, de ninguna manera, un esfuerzo de auto-realización, porque el ser humano no es el arquitecto de su propio destino eterno…. La conversión consiste en la libre y amorosa aceptación de nuestra total dependencia de Dios, nuestro verdadero Creador, una dependencia de amor. No es un obstáculo, es la libertad.” (Sitio Web del Vaticano: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070221_sp.html) El verdadero espíritu de Cuaresma es el que nos lleva a volvernos de una manera cada vez más completa al Señor, lo que se expresará en nuestras obras de socorro a los pobres y necesitados y en nuestra jovialidad cristiana con todos los que nos rodean.


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