Preparando mi publicación sobre el Concilio Vaticano II me he encontrado unas anécdotas sobre el papa Juan XXIII que son curiosas.
Una de las anécdotas más frecuentes entre los miembros de los cuerpos diplomáticos, desde la época en que el cardenal Roncalli (futuro Papa Juan XXIII) era nuncio del Vaticano en Francia, era la siguiente. En una ocasión en que recordaba su infancia y juventud en su pueblito de Sotto il Monte en la vecindad de Bergamo (norte de Italia), decía, “En Italia hay tres maneras de irse a la ruina. Una es el juego, los casinos y las apuestas; otra, las mujeres; la tercera, hacerse agricultor. Desafortunadamente mi padre escogió la más aburrida de las tres”.
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Recién nombrado Papa, SS Juan XXIII contó que a veces se despertaba durante la noche pensando en algún problema y que se decía, “Mañana por la mañana tengo que ir a hablar esto con el Papa”. Y entonces se acordaba, “Pero si el Papa soy yo”.
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Desde la toma de Roma por las tropas italianas en 1870, los papas se habían declarado “prisioneros del Vaticano” – ninguno salió fuera de los confines del Vaticano. SS Juan XXIII rompió con esa tradición y salió a visitar diversos lugares en Roma, como el pastor que visita su diócesis. Uno de esos lugares fue la cárcel de Regina Coeli, la que visitó el 26 de diciembre de 1958, poco después de ser nombrado Papa.
Ante los presos del otro lado de las rejas comenzó diciendo, “Aquí estamos todos en la casa del Padre…”
Más adelante hablándoles a los encarcelados allí les dijo, “No se sientan mal, unos primos míos estuvieron también en la cárcel y sobrevivieron”.
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