Tumba de Galileo en Florencia |
Para los cristianos, uno de los problemas de la época moderna es la desaparición del cielo como un lugar donde está Dios y la corte celestial.
Hasta la época moderna la dimensión divina o espiritual fue también una dimensión física. Para Aristóteles, por ejemplo, no es posible concebir el alma separada del cuerpo. Por eso fue natural pensar en la resurrección y la ubicación de los salvados en un lugar físico, lo mismo que el envío de los condenados al infierno.
Pero con la época moderna surgió una separación extrema entre alma y cuerpo, al estilo de Descartes, que sólo podía concebirse a sí mismo como un algo pensante, un ser pensante, mientras dudaba de la realidad de su cuerpo y del mundo material. Esto llevó a la valoración de la ciencia y la potencia del pensar, que podía dar cuenta del mundo o universo.
Con el desarrollo de la astronomía surgió la duda sobre ese espacio físico “allá arriba”, el cielo, donde estaría el trono de Dios y los salvados junto a los ángeles. Algo de esto sirve de trasfondo al juicio contra Galileo. Al tomar un telescopio y apuntar a las estrellas, lo que se veía era un espacio infinito. Ya no era posible concebir un universo de tres pisos (cielo, tierra, infierno).
Yo pensaría que también surgió una especie de esquizofrenia o doble mentalidad. El mundo de la ciencia se separó y quedó incomunicado del mundo de la religión. Eso explicaría cómo más de un médico, por ejemplo, tiene las ideas más simplonas en lo que a la religión se refiere, mientras muchos cristianos viven desentendidos de lo que tenga que decir la ciencia.
Y es que uno quiere creer en los relatos evangélicos, por ejemplo, aunque la ciencia establezca un orden de la realidad en que esos relatos resultan ser imposibles. Uno cree en la resurrección corporal de Jesús y en la Ascensión del Señor, sin saber a dónde se fue Cristo, ni lo aburrido que debe ser estar sentado en un trono todo el tiempo.
El Concilio Vaticano II y teólogos como Karl Rahner y otros, nos enseñaron que es posible enfrentar tales dilemas y proponerse pensarlos hasta donde nuestras limitaciones nos permitan. En el caso de la Ascensión uno puede decir: veamos la esencia de lo que se nos quiere comunicar mediante el relato de Lucas al final de su evangelio (24:51) y luego en Hechos de los Apóstoles (1:9).
Podemos pensar: Jesús se separó de los apóstoles y discípulos para continuar con ellos y con nosotros desde una dimensión divina. Es lo que de todos modos pensamos de manera intuitiva. De esa manera, igual que con su resurrección, Jesús nos muestra el perfil de nuestro propio futuro, cuando también resucitaremos y entraremos a esa misma dimensión divina. Esto es algo que nos sirve de acicate, de esperanza.
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