En el evangelio de este domingo Jesús apunta a lo principal: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo”.
Amar al prójimo es ponerse en sus zapatos. Así se puede visualizar lo que no quiere que le hagan.
Esto implica reconocer que, igual que el prójimo, somos pecadores, pero no queremos ser condenados por nuestros pecados.
Eso, aunque nos podamos sentir avergonzados de nuestros pecados, aunque nos condenemos a nosotros mismos. Es como defender los defectos de la patria frente a los extranjeros, aunque entre nosotros acá sepamos que esos defectos los tenemos.
Amar al prójimo entonces es visualizarnos en su pecado y el nuestro.
Y también es visualizarnos en lo que podríamos hacer de haber estado en la situación del prójimo. Eso nos ayuda a entenderlo mejor.
Jesús no vino a condenar. Vino a mostrar la misericordia de Dios.
Jesús vino a invitar a la conversión de vida. Vino para que olvidemos el pasado y pensemos en el futuro.
En los evangelios Jesús no condena.
En el caso de los fariseos y los mercaderes del templo uno podría pensar que Jesús los condena. Pero no; Jesús vino a invitar a la conversión.
En los evangelios Jesús condena el fariseísmo. Nótese la descripción del fariseísmo en los evangelios. Los fariseos, como nos puede suceder a nosotros, se sienten cerca de Dios y por eso desdeñan a los otros fieles. Los fariseos buscan que no se les vea como pecadores. Usan unas vestimentas que los hace ver especiales, diferentes.
Los fariseos condenan a los que no cumplen la ley, ni piensan como ellos. Sabemos, por ejemplo, de religiosos que tuvieron el permiso de Roma para celebrar el cumpleaños de su fundador el mismo día del Viernes Santo. Sabemos de la irresponsabilidad de más de un religioso ante su concubina. Sabemos del homosexualismo entre el clero. Sabemos de la irresponsabilidad fiscal y el manejo fraudulento de los fondos.
Los fariseos imponen cargas que ellos mismos no cumplen.
No es que pequen o hayan pecado. Es que si fueran humildes se comportarían de otra manera. La conversión de vida los llevaría a tener otra actitud hacia los que son tan pecadores como ellos.
Finalmente, se puede ver un hilo conductor entre la primera lectura y el evangelio. Un buen judío, igual que un buen cristiano, amará al pobre, al extranjero, al necesitado. No es que los tenga en consideración solamente, o que no se aproveche de su situación. Los amará y buscará mitigar sus dificultades en todo lo que pueda.
Un cristiano no puede practicar la acepción de personas.
Es interesante que este 22 de octubre, fiesta de San Juan Pablo II, el papa Francisco en su alocución de los miércoles escogió hablar sobre los celos y la envidia que nos dividen.
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