Al momento que uno se da cuenta que la tiene, se pierde la humildad.
Quizás por eso vivimos sin entender a Dios, ni al mundo, ni lo que sucede en la naturaleza y entre los seres humanos.
Uno podría pensar que Dios lo dispuso así para que fuésemos humildes. Si uno entendiera a Dios, la reacción normal sería el orgullo.
O también, al entender las cosas, no sentiríamos la inquietud por construir un mundo mejor.
Si entendiéramos a Dios, todo tendría sentido. Entonces no veríamos el mundo como tal.
Pasa lo mismo con las escaleras. No las vemos, porque no representan un problema. Pero el cojo y el tullido las ven, de veras que las ven.
Reconocer que la vida y el mundo son un mar de dificultades nos lleva a ver el mundo y a nuestro propio vivir en el mundo. Si también creemos en Dios, es porque no sabemos ver. De cualquier modo todo esto nos lleva a ser humildes, creamos o no en Dios.
De paso, creo que así se resuelve el asunto del problema del mal.
Un colofón: está el que cree en Dios sin cuestionarse sobre el mundo, sobre nada.
Quizás ese está más cerca de Dios que los que vivimos en la frontera de la duda y el deseo.
Quizás nosotros somos los fariseos y esos son los sencillos de espíritu que Jesús dijo que irían al frente al entrar en el Reino.
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