Lo que sigue relata mi experiencia un día de Pentecostés en misa.
Llegué unos minutos antes de que comenzara la misa, en la solemnidad de Pentecostés. El templo se fue llenando de feligreses y prácticamente se llenó completo. Diría que entre los asistentes el más joven tendría 55 años. Aunque sí, hubo algunas excepciones entre los 30 y los 45.
Llegué unos minutos antes de que comenzara la misa, en la solemnidad de Pentecostés. El templo se fue llenando de feligreses y prácticamente se llenó completo. Diría que entre los asistentes el más joven tendría 55 años. Aunque sí, hubo algunas excepciones entre los 30 y los 45.
Noté que habían unos velones dentro de envases de cristal rojo oscuro, o color granate, sobre el altar. Es que, litúrgicamente, sobre el altar no se debe poner nada, por el sentido de su sacralidad. Pero los que ven la misa con énfasis en el aspecto de sacrificio y sacramento, se preocupan más de otras cosas, como el uso del latín.
De todos modos, el cristal granate era tan denso que no se podía saber si los velones estaban encendidos. Me imagino que compraron varios envases granates para velones que normalmente se usan para indicar la presencia del Santísimo en el Sagrario y alguien decidió usarlos para la misa.
Algo acertado fue la cruz procesional al lado del altar. Recuerda que la misa comienza con la procesión de entrada, igual que en la Vigilia Pascual. Porque tampoco se debe poner un crucifijo encima del altar.
Y también fue acertado que sobre la cruz procesional había un Cristo resucitado. Es el modo de recordar que nuestra fe es una fe pascual.
Sonó una campanilla y entró el celebrante precedido por un laico de unos 35 años y una mujer revestida de alba y cíngulo, de unos 50 años. Pensé que ella sería ministro de la comunión. Ambos, ella y el varón, llevaban en la mano un Libro de las horas, que quizás podía ser un misal.
Entraron en silencio, parecía Viernes Santo. El sacerdote, de unos 80 años, caminó con cierta cojera. En España dirían que entró renqueando. Luego de subir las gradas y besar el altar, dio una corta monición. Casi no se le entendió, y pasó lo mismo durante el resto de la misa.
En el sermón (no fue una homilía) con dificultad adiviné que habló sobre la fe que predicaron los primeros obispos que fueron los apóstoles, entendiendo por fe el equivalente de un catálogo de verdades teológicas. Igual, no pareció estar al tanto de que “obispo” y “apóstol” son términos que no apuntan a las mismas realidades cuando se utilizaron en los primeros meses del cristianismo y como se utilizaron en la Edad Media.
No me pareció que mencionó a la Virgen, que es algo que se da a menudo en los sermones de Pentecostés. Enfatizó que entre los apóstoles el primero que se salió afuera a predicar fue Pedro, “la piedra”, sobre la que Cristo fundó su Iglesia. En este caso, como todos los años, aprovechó para decir que en esta solemnidad se celebra el cumpleaños de la Iglesia. Igual que en el caso de la fe, se basó en el concepto tradicional de la Iglesia como institución en que los obispos administran y los fieles colaboran, en que la Iglesia es el clero.
Al final de la Plegaria Eucarística, antes de repartir la comunión, el celebrante se agachó detrás del altar de manera que no se le veía. Luego de unos minutos comenzó a escucharse por los altoparlantes una música de himnos sacarinos que reconocí como de aquellos que salieron por primera vez hace unos cuarenta años. La música continuó durante el tiempo de la comunión de los fieles. Al volver al altar, el sacerdote se agachó otra vez y estuvo un rato así, me imagino que tratando de apagar el aparato de los himnos.
Poco antes de la comunión entró un feligrés por la puerta y se acomodó en un banco. Pensé que sería algún despistado. Entonces me fue curioso que se unió a la fila para comulgar. Cuando terminó la misa este mismo señor se fue al altar lateral del Sagrado Corazón y allí se puso a rezar. Después de un rato se le unieron como seis feligreses. No creo que vendrían juntos.
También una feligrés subió al Presbiterio y se quedó de pie frente al Santísimo. Estuvo allí rezando un buen rato, aun cuando los del grupo del altar del Sagrado Corazón ya se habían ido. Otro grupo se formó frente al altar de la Virgen. Allí estuvieron rezando un rato también.
En la Iglesia tradicional hubiese sido impensable esa falta de sentido de lo sagrado, que un laico se acercase al Sagrario y se quedara de pie frente a él. El mero ingresar en el espacio del presbiterio era ya impensable.
En el altar de la Virgen, además de estar ella flanqueada por dos santos, había otra Virgen entronizada, con el trono y la imagen de tamaño natural, frente al altar. Eran cuatro figuras de bulto. No parece que alguien se haya percatado de la redundancia. Ni se darían cuenta de la distracción que representa tantas figuras de santos. Ni tampoco pensaron que visto “desde afuera” parece un altar idolátrico, aunque no lo sea. Por más que se diga, sí hay que admitir que alienta una devoción que raya en la idolatría.
La Virgen entronizada ocupaba todo el espacio entre el altar y el comulgatorio. Sí, este templo tenía comulgatorio. Al menos se comulgó de pie, mientras que en otro templo al que asistí antes, ya no había comulgatorio, pero los fieles se arrodillaron sobre la grada al comulgar, como si hubiese un comulgatorio imaginario.
Había dos velones pascuales. Uno estaba junto al altar mayor y otro al lado de la Virgen entronizada. Quién sabe en lo que estaría pensando el que lo dispuso así.
Por último, cuando ya casi todos se habían ido, la ministra de la comunión salió de la sacristía al presbiterio vestida con un traje sin mangas. Me acordé de aquella adolescente hace décadas atrás, a la que el sacerdote le negó la comunión porque llevaba una blusa sin mangas.
Hemos progresado, en cierto modo. Pero muchos siguen con la mentalidad de aquellos tiempos, más por ignorancia que otra cosa. Por eso el “progreso” es sólo de apariencia. Los feligreses siguen siendo clientes de los curas, como quien va a una tienda a comprar algo, como quien va a un restaurante el domingo.
Y los feligreses siguen tan poco informados como siempre. Aprenderse el catecismo implica sobre todo saber sobre la definición de Dios y la distinción entre pecado mortal y pecado venial antes que conocer de la Biblia y el sentido de la oración.
Todavía se ve el ir a misa sólo como un ir a cumplir con Dios. No hay idea de la parroquia como “comunidad de comunidades”, como decía un párroco hace tiempo atrás. No se ve la comunidad, más que el lugar físico, como punto de encuentro con Dios.
En su sentido original, "Presencia Eucarística" se refería a la comunidad.
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