La primera lectura para este domingo está tomada del profeta Isaías, capítulo 62:1-5. El pasaje prolonga el tema de la epifanía anunciando los tiempos en que la Jerusalén (Sión) que fuera castigada por sus pecados será levantada de nuevo, perdonada y restaurada. “Los pueblos verán tu justicia y los reyes tu gloria,” proclama. Termina usando la imagen de la novia con su esposo: Dios se casará con Sión y en Jerusalén habrá alegría como la que siente una novia con su esposo.
El salmo responsorial corresponde al salmo 95:1ss. Continúa en el ambiente de la alegría de la primera lectura. Es un canto de alabanza a Dios por las maravillas que ha realizado. Sigue el mismo patrón del cántico del Magnificat de la Virgen.
“Familias de los pueblos, aclamad al Señor,” reza uno de los versículos del salmo. Así entra en el escenario de la Epifanía también, al dirigirse a todos los pueblos para que sientan la misma alegría al reconocer (ver la revelación de) la mano del Señor.
La segunda lectura corresponde a la epístola I Corintios 12:4-11, al pasaje en que San Pablo habla sobre la diversidad de dones del Espíritu. Es un solo y mismo Espíritu, pero se manifiesta en una pluralidad de modos. No todos pueden tener todos los mismos dones. El que profetiza no tiene el don de gentes; el que tiene don de gentes no tiene la capacidad para interpretar lenguajes. Recuerda el dicho español de que el cura no puede tocar campana y decir misa a la vez.
Podemos asociar esta segunda lectura con el tema del bautismo del Espíritu anunciado por Isaías y confirmado en Jesús. Jesús anunció el bautismo de fuego y el Espíritu, para renacer a la vida verdadera.
El evangelio de este domingo corresponde a Juan 2:1-12. Narra el milagro de las bodas de Caná.
El evangelista no nos da información sobre el lugar, los invitados, los desposados. No sabemos, por ejemplo, si se trata de familiares, de amigos, de vecinos. Ciertamente, Caná de Galilea no fue el lugar de residencia de Jesús y de María. Cómo ellos llegaron a esa boda, no sabemos. Tampoco sabemos qué puesto ocuparon entre los allegados a la pareja. Sí hubo cierta confianza en cuanto a la intervención de María en el asunto de la falta de vino. Pero eso hubiera podido darse aun si eran invitados de la periferia.
El evangelista primero menciona que María estaba en la boda y luego añade que Jesús “y sus discípulos” también estaban allí. Esto implica que Jesús ya predicaba y tenía sus seguidores. Al estilo típico de aquella época (incluso en el mundo helénico) los hombres estarían en el grupo protagónico, mientras que la mujeres estarían en un grupo aparte.
María viene y le dice a Jesús que se está acabando el vino. Sabemos que en esa época y desde tiempos inmemoriales, se mezclaba el vino con agua en un bol grande, ya que el mosto o vino sin rebajar era muy fuerte. Así que se podía ver que se estaba acabando.
Jesús le responde a su madre que todavía no le ha llegado “la hora”. María pareciera que no le hace caso y lo pone en un aprieto, al decirle a los sirvientes que él va a resolver al problema.
Jesús entonces ordena a los sirvientes a llenar las tinajas de agua y cuando se la llevan al “wedding planner” o al organizador de la boda, éste reconoce el agua como un vino mejor todavía que el que habían servido al comenzar la boda.
Este es el primer signo de Jesús, según el evangelista, San Juan. Después, nos dice, Jesús bajó a Cafarnaúm “con su madre y sus hermanos y sus discípulos”.
Este primer signo es descrito por el evangelista como una manifestación de su gloria, que suscitó en sus discípulos un aumento de fe en él.
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Cuando uno quiere enfatizar algo, lo repite. Igual que el vendedor ambulante que va anunciando su producto por la calle. Así en la misa, “Santo, Santo, Santo es el Señor”. Y eso mismo sucede en este segundo domingo del tiempo ordinario. El tema de la Epifanía, o de la Teofanía (la revelación de Dios), vuelve una tercera vez. La revelación de Dios se desdobla en un tríptico: la Adoración de los Magos, el Bautismo en el Jordán, las Bodas de Caná. Son tres escenarios que evocamos para renovar en nosotros el reconocimiento de Jesús como nuestro salvador. En estos tres momentos de la vida de Jesús se manifiesta la gloria de Dios en su persona.
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En términos del año litúrgico, el milagro de las bodas de Caná anuncia la inauguración del ministerio público de Jesús.
Aunque vemos que ya Jesús cuenta con discípulos, parece que todavía no había hecho milagros. Los milagros serían signos del ministerio público. Serían como el grito del pregonero o el tocar de una campana por la calle para llamar la atención. Sepan que ha llegado el momento. Miren para acá, traigo un mensaje feliz.
Los milagros no son trucos de magia. Son signos, señales que dejan saber. Son como el brotar de los botones de las hojas en los árboles cuando se acerca la primavera, como el ruido de la lluvia cuando está cerca y en segundos llegará, como el relámpago que precede el ruido del trueno.
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Aparte de eso, pareciera que este milagro no es como los otros milagros de Jesús. No se requirió la fe de parte de los que vieron el milagro (o lo comprobaron). En Caná la fe no precede al milagro, sino que es un resultado del milagro.
Parece ser un milagro al estilo de los trucos de magia, en la medida con que la fe no fue un requisito para constatarlo. En todo caso sí se requirió la comprensión posterior de los que lo entendieron así.
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El tríptico de la Epifanía es algo netamente litúrgico, teológico. Sus datos nunca fueran tomados en estricto sentido histórico, al modo nuestro.
Soy de los partidarios de pensar que lo que se narra en este tríptico no es pura fábula, sino que tiene una base histórica, aunque las narraciones originales no fueran tomadas en un puro sentido histórico.
Lo principal para los cristianos de los primeros siglos fue la celebración de la Teofanía que encontramos en Jesús. Claro, habría que investigar cuándo se comenzó a celebrar de esta manera y dónde. Estoy seguro que se ha hecho.
En términos históricos, los Reyes Magos probablemente nunca aparecieron por allí a adorar al Niño en Belén. El mismo nacimiento en la localidad de Belén puede ser puesto en duda, como hecho histórico. De las tres escenas de la Epifanía o Teofanía la Adoración de los magos podría ser la única sin base histórica. Su sentido es más bien profético, teológico.
Por cierto, los evangelistas no coinciden en si fueron Magos, o si fueron Reyes. Es asunto de comparar las versiones. Quién sabe (pienso en voz alta, por así decir) si el entusiasmo con los Reyes Magos sólo deriva del momento en que el emperador Barbarroja trajo los supuestos restos de los Magos para ser depositados en la catedral de Colonia en el siglo 12.
Claro, sabemos que el texto sagrado no es una crónica histórica al estilo que nosotros esperamos. Ciertamente los Reyes Magos no son tan importantes: lo importante es el Niño. Los Reyes Magos sólo son como los atributos de la realeza y anuncio de los tiempos mesiánicos. En ese sentido los Reyes son como los mismos presentes que traen, de incienso (tributo a la divinidad), oro (tributo a Jesús como rey), mirra (algunos dicen que se usaba la mirra para embalsamar, ergo, anuncio de su muerte; pero también se puede pensar que aun hoy la mirra es difícil de obtener y por tanto muy cara, ergo, símbolo de estima por su persona). Los Reyes son signos que apuntan al Niño.
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Otra cosa es el bautismo del Señor. Uno puede pensar que Jesús se bautizó y que fue uno de los seguidores de Juan Bautista. Es posible que cuando Juan fue encarcelado, Jesús asumiera el manto de liderazgo y por su predicación tuvo un buen grupo de discípulos y seguidores.
Sabemos que en la iglesia primitiva hubo muchos apóstoles y también mujeres que fueron apóstoles, portadoras de la Buena Noticia. En el caso de los evangelistas, es posible que hayan distinguido a doce apóstoles originales como un símbolo de las doce tribus de Israel, descendientes del patriarca Jacob.
Es una especie de misterio, el que nos venga la inspiración, se nos ocurran ideas, “veamos” soluciones a problemas intrincados. En Norteamérica hablan del momento del “¡Ajá!”, de la epifanía mental. Como al tratar de resolver un problema de matemáticas y de repente ya vemos la solución.
¿De dónde salen las ideas? Es como si el Espíritu nos iluminara, se dice en la tradición milenaria. El vidente, el profeta, son personas poseídas por el Espíritu y entonces revelan misterios y verdades escondidas. Y esto es lo que comenzaron a sentir y a pensar Jesús y sus seguidores.
Es lo que pensamos y sentimos nosotros. Es lo que pasa con los místicos, desde que San Pablo habló de un hombre, quizás en el cuerpo, quizás fuera del cuerpo, que fue arrebatado hasta los cielos y vio cosas que no se pueden describir.
Así, es posible que Jesús comenzó a distanciarse del Bautista y sus seguidores que de seguro se resistieron a una predicación que ya se veía distinta. Estoy conjeturando. Es posible que Jesús continuó a predicar la conversión, el cambio de vida que asociamos con la predicación del Bautista. Había que cambiar de vida para estar listo para los nuevos tiempos. En la Edad Media, basados en la traducción imperfecta al latín que hizo San Jerónimo, se predicó en términos de arrepentirse y hacer penitencia.
Pero entonces, no vemos que Jesús bautice en los evangelios. Tampoco vemos que ponga como condición de salvación, el bautizarse. Dice más bien que hay que tener fe. Perdona los pecados como un signo de que los nuevos tiempos ya están aquí. No pone requisitos para perdonar los pecados. Constantemente estipula la necesidad de tener fe. Y esa fe llega por la inspiración del Espíritu, por el bautismo del Espíritu.
Claro, esto quizás desató una polémica entre sus discípulos y los de Juan. Van y le preguntan a Jesús y éste les dice que miren, los cojos andan y los ciegos ven…y a todos se anuncia la llegada del Reino.
Pero los cristianos primitivos continuaron bautizando. Esto podría ser el resultado de una conciliación con los seguidores recalcitrantes del Bautista, al modo con que se ha buscado una conciliación con los seguidores cismáticos de Monseñor Lefebvre.
De todos modos resulta interesante buscar la práctica del bautismo en el libro de Hechos de los Apóstoles. Se aceptan como cristianos a los que creen, sin hablar del requisito del bautismo. Tampoco se habla de “la mancha del pecado” y la necesidad de lavarla, como quien va a la lavandería, en la imagen del papa Francisco.
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Finalmente, está la revelación de Jesús en las bodas de Caná. Posiblemente sí, hubo una boda a la que Jesús y sus discípulos y su madre asistieron, en Caná. Quizás no fue algo tan elaborado como podría uno imaginarse. En esa línea es que la narración que nos llega y que una vez estuvo circulando de boca en boca, ya viene adornada con los sirvientes y la figura del maestresala, del wedding planner, o el organizador de la boda, el mayordomo. Ese tipo de elaboración la podemos ver en el cuadro de, por ejemplo, el veneciano Veronese.
Una vez más, una cosa es el sentido original con que los primeros cristianos tomaron esta narración y el sentido histórico que aquí exploramos. Además, tengamos en cuenta de que no nos interesa analizar esta narración para entonces decir que no hubo milagro, al estilo de alguien que quisiera desacreditar al cristianismo.
De haber milagro, lo hubo, con el sentido de signo. Lo que pasa es que para ver el milagro se necesita entender la narración en su sentido original. Es como decir que en Puerto Rico “guagua” significa “autobús”, igual que en Islas Canarias; mientras que en otros lugares de nuestra América hispana “guagua” deriva del quechua “Wawa” y significa “bebé”. Además, en Cuba y República Dominicana “guagua” también puede referirse a un insecto. El que entiende el contexto socio cultural entenderá el sentido con que toman esta palabra los participantes de la narración.
Entonces, sin dejar de entender el milagro con su sentido original, su otro sentido posterior en el año litúrgico y así sucesivamente, uno puede también explorar la narración en el sentido de su base histórica. Este tipo de ejercicio no cabe en las mentes de los que no se toman el trabajo de imaginarse las cosas fuera de las estrictas formulaciones dogmáticas.
Podemos hacer una composición de lugar al imaginarnos la boda. Caná de Galilea es una aldea pequeña, más pequeña que Nazaret, hasta el día de hoy. De haber sido una boda de gente importante, se hubiese mencionado el detalle. No pudo haber tanta gente y de seguro no eran gentes de refinamientos.
En las bodas grandes los festejos podían durar una semana y los comensales hasta podían dormir en el piso. Se traía el mosto, o por así decir, vino concentrado, y se diluía en unas cráteras o recipientes grandes y de ahí se iba sirviendo. Igual que hoy, los entendidos en el arte de mezclar vinos mezclaban vinos de diversos viñedos y cosechas. Y le echaban agua a la mezcla, igual que hoy día. En la misa, la mezcla de agua y vino es un recuerdo de esto. En la Edad Media salieron diciendo que simbolizaba…
Es posible que la sugerencia histórica original de Jesús —recuerde el lector que estoy conjeturando— estuviese dirigida simplemente a un, “¿Qué? Mire, échele más agua y ya”. Y entonces resultase que el vino sabía todavía mejor. Los cocineros lo saben, algunos de los mejores platos han surgido por accidente. El otro acicate es el hambre, de otro modo pocos se habrían animado, en el mundo primitivo, a comer caracoles, ancas de rana, hojas crudas o tubérculos hervidos.
En Caná, el logro de un vino que rindió más de lo esperado y que supo mejor que lo que se había servido hasta entonces, se convirtió en la narración de un milagro. Tal cosa pudo malinterpretarse como una acción mágica en el mismo contexto original, como lo vemos en el caso de Simón el Mago en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y es porque no se le pidió a los testigos que tuviesen fe como condición para que se diese el milagro.
Pero también podemos pensar que los primeros discípulos vieron lo sucedido como un milagro, no como un truco al golpe de una varita mágica, sino al modo con que los que están en la cocina aguantan la respiración pensando que el suflé puede que no se logre. Si se logra y además tiene un sabor “divino” y uno pertenece al mundo de la Galilea de Jesús, uno puede pensar en la intervención del Espíritu Santo. Todavía hoy día cuando pasamos por un aprieto y salimos airosos, pensamos en la intervención divina.
De esa manera podemos visualizar cómo fue que las bodas de Caná se convirtieron en un reconocimiento de Jesús como alguien especial, “divino”. Su predicación inspirada que contagiaba a los demás con su modo de dirigirse a Dios como Abba, Padre, su modo de hablar tan sensato que emocionaba como todavía nos sigue tocando a nosotros, ya comenzó a ser vista como algo propio en él. No era simplemente una derivación de la predicación del Bautista.
En Caná, Jesús comenzó a ser visto como un hombre particularmente imbuido por el Espíritu Santo. Todos los que creen en él también podrán llegar a ser hijos de Dios y templos del Espíritu.
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