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Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C








Primera lectura
La primera lectura de hoy está tomada del comienzo del libro del profeta Jeremías. En este pasaje Dios comisiona a Jeremías para anunciar lo que Dios le indique. 
“Antes de que salieras del seno materno te consagré,” le dice el Señor. Igual que la Virgen, igual que el mismo Jesús, igual que cada uno de nosotros, Dios nos ha predestinado. Algunos, como Jeremías fueron consagrados desde el vientre materno, es decir, desde la misma concepción. Desde el mismo vientre materno ya Dios determinó que Jeremías sería su profeta, su mensajero.
Nótese que “profeta” equivale a “mensajero”, “heraldo”, el que revela o anuncia lo que Dios quiere comunicarle a su pueblo. En algunos casos la “profecía”, el “anuncio” podía terminar vaticinando lo que llegaría a suceder.
“Te nombré profeta de los gentiles,” dice. En este caso parece que no está hablando de que Jeremías anunciará lo que Dios quiere comunicar a los “paganos”, a los no judíos. El contexto en estos versículos es el periodo previo a la invasión de los babilonios, la destrucción de Jerusalén (del templo de Salomón) y el Cautiverio. 
Como apuntado en otros domingos, el reino de Israel en el norte desapareció con la invasión de los asirios. El reino de Judá al sur sobrevivió gracias a que los asirios no llegaron a poder conquistarla, debido a una epidemia que se desató en su ejército, lo que se entendió fue una intervención divina.
Entonces, en los años siguientes Asiria fue siendo opacada por la ascendencia del poder de Babilonia. Mientras tanto los reyes de Judá en Jerusalén promovieron el respeto a Yahvé entre los judíos. Pero muchos judíos no fueron tan devotos, sobre todo si vivían lejos de Jerusalén —la mayoría— y no había mucha comunicación. Eran mundos aparte. Y no todos los reyes fueron líderes “por el libro”, al modo con que se suponía, sino que hasta llegaron a promover el culto a dioses extranjeros. Quién sabe si esto también se dio buscando contentar a los babilonios.
Dios le encomienda a Jeremías: “…cíñete los lomos [apriétate el cinturón], ponte en pie y diles lo que yo te mando”. Le manda ir por los campos, aldeas y pueblos para recordarles la Escritura (la Torá, el Pentateuco) y las tradiciones de sus padres. Por tanto, “profeta de los gentiles” pudiera referirse a la misión de Jeremías a los de las aldeas y pueblos en Judá. “Gentiles” puede traducirse “pueblos”, con el sentido que usamos hoy día al hablar de “los pueblos de Puerto Rico”. Jeremías tendrá que habérselas con “los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo”.
A nadie le gusta que le digan que está equivocado y que tiene que hacer las cosas de otra manera, vivir de otra manera. Un mensaje así fácilmente despierta hostilidad en unos cuantos. No es fácil hacerle frente a un dictador que se dice católico pero que no actúa como cristiano. No es fácil echarle en cara a los sacerdotes del templo, hoy a los párrocos y obispos, que no son buenos pastores.
Dios le dice a Jeremías que no tenga miedo, porque si no, Dios lo va a convertir en un miedoso (en otras palabras). “No desmayes ante ellos, y no te haré yo desmayar delante de ellos,” traduce la Biblia de Jerusalén. Pero enseguida añade que le ha hecho fuerte frente a todo el país.
La liturgia de hoy asocia este pasaje de Jeremías al evangelio de hoy.

Salmo responsorial
El salmo responsorial de hoy, el salmo 70:1ss, apunta al tema de la primera lectura, lo mismo que al evangelio. “En el vientre materno ya me apoyaba en ti,” dice. Dios es la roca en la que el salmista puede refugiarse, como el que corre a subirse al monte, a la roca alta, cuando sabe que llegan los enemigos. 
Dios es la fortaleza, el alcázar, el castillo donde podemos quedar a salvo de las amenazas. Martín Lutero escribió un resonante himno motivado por esta imagen, “Una gran fortaleza es nuestro Dios”. (Escucharlo en el alemán original en https://www.youtube.com/watch?v=YB4olGEbmcc; en versión en español en https://www.youtube.com/watch?v=42vu9kpup0M. De seguro hay mejores versiones.) 
El salmo responsorial termina con el tema del anuncio de la Palabra, la proclamación de agradecimiento, “Mi boca contará tu auxilio”. 

Segunda lectura
La segunda lectura de hoy continúa el pasaje de la epístola primera de San Pablo a los Corintios que estuvimos leyendo el domingo pasado, 1Cor 12:31ss. Continúa el tema que vimos el domingo pasado, el tema de los carismas del Espíritu. 
En esta lectura de San Pablo encontramos uno de los pasajes más bellos del Nuevo Testamento: el himno al amor. Nuestro saber y nuestro predicar no tienen sentido sin el corazón de nuestra fe, que es el amor de Dios en nuestras almas. Podemos abundar en todo tipo de carismas, de dones de Dios: la sabiduría, la capacidad de interpretar, el conocimiento de muchas lenguas, la visión y la predicción, y así sucesivamente. Podemos ser monjes y monjas de clausura y hasta pensarnos místicos. Podemos ser misioneros exitosos. Podemos tener todas las características imaginables, y sin embargo, no ser verdaderos cristianos, hombres de fe, hombres y mujeres de Dios. Si no hay caridad, si no hay amor, Dios no está en nosotros, ni en nuestra predicación, ni es nuestra vida de oración.
¿Terrible, no? Y lo hemos visto muchas veces. Todos hemos visto esos sacerdotes, esas monjas, esos obispos, esos predicadores y esos misioneros y apóstoles, que de mirarlos exudan hostilidad, denuncia, agresividad, hasta rencor. Son buenos para tronar contra los pecadores y para condenar y denunciar. Son buenos para proclamar sus conocimientos de la moral y de la religión. Y a veces también son muy buenos para convencer a incautos y sacarles mucho dinero. Pero no son verdaderos profetas de Cristo. Son pastores que se nutren de la leche de las ovejas y sólo saben guiarlas a zancadas. Su predicación y hasta su rencor pueden tener razón de ser. Pero no están inspiradas por el Espíritu.
El verdadero rostro de Cristo en nosotros es el del amor. Dios permita que su amor se refleje en nosotros a pesar de nosotros mismos. Porque, ¡qué bueno es expresar mucha indignación ante lo que está mal, frente a los corruptos y a los perversos y pecadores! Por eso es que la solución de las guerrillas y la violencia y la imposición de las soluciones a la trágala ha parecido tan atractiva. 
Los que así ven el asunto carecen de un elemento en la ecuación: Dios ama a los malos. Dios es como un padre/madre que ama a sus hijos. Aunque los hijos sean criminales, siempre los ama. Para una madre, no hay hijos feos.
Todo pasará, nos dice San Pablo; todo acabará. Y sólo quedará Dios, el amor.
Este domingo valdrá la pena detenernos un rato a leer y meditar este pasaje de San Pablo — I Corintios, capítulo 12:31 hasta el capítulo 13:13.

Evangelio
El evangelio de hoy continúa la lectura del capítulo 4° de San Lucas, donde nos quedamos el domingo pasado. De hecho comienza con el último versículo del pasaje del domingo pasado, “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Recordamos que Jesús llegó a la sinagoga de Nazaret, su pueblo natal, siendo sábado. Lo invitaron a leer, y la suerte cayó en el pasaje de Isaías anunciando la liberación de los prisioneros y la libertad de los cautivos. Jesús se sentó y entonces les dijo que aquella Escritura ahora estaba cumplida, se entiende, en su ministerio luego de la muerte del Bautista.
Le lectura de hoy nos dice que todos quedaron maravillados por sus palabras y expresaron su admiración por él. Pero entonces, como que caen en cuenta de que él es uno de Nazaret también, salido de allí, uno de ellos mismos. Y se acuerdan de que él era el hijo del carpintero, uno más en el pueblo, al que la gente le iba a llevar trabajos, o más bien, le comisionaban trabajos a su padre. Uno piensa que en ese momento ya no se sienten tan admirados. Ah, se dirían, ya sabemos quién es éste. 
Es la confusión con el mensajero, que no permite que el mensaje se vea, o se oiga. Un borracho dice, “Dos sumado a dos resulta en cuatro”. Todos se ríen; “¿Quién le hace caso a un borracho?” Aquí sería lo mismo. “Ah, pero si este es aquel Juan del pueblo, nadie especial, que todos conocimos y lo vimos jugando por la calle cuando era niño, ¿De veras es un profeta? ¿El Espíritu está con él?”
Es el mismo mecanismo que vi tantas veces y veo todavía. Baste acordarse que esas son las ideas de tal o cual persona para entonces pasar a despachar esa persona sin más. “Ah, eso es tal -ismo; eso es lo que dice Fulano” y con eso, ya. Es más conveniente a nuestra vanidad presentarnos como los sabios en posesión de la verdad, tronando contra los demás a base de ataques personales, antes que por razonamientos y discusión de los asuntos mismos. Es más fácil decir, “Este filósofo terminó loco al final de su vida;” que discutir lo que dijo el filósofo. 
Es más fácil decir, “¡Perverso!”, que decir, “No te entiendo y háblame de ese problema y déjame decirte lo que pienso desde mi perspectiva de cristiano”. 
Es fácil decir, como en Polonia en la época soviética, “La cosecha fue mala, lo que pasa es que los campesinos se han vuelto unos vagos y unas sabandijas que se oponen a la Revolución”. Peor, hubo quien llegó a decir que el mismo suelo agrícola era contrarrevolucionario.
Así que, “¿Este, profeta? Pero si estuvimos echando chistes en la plaza por las noches y más de una vez lo vimos con el grupo celebrando en las fiestas”. Recordemos que Jesús acabó de llegar de la boda en Canaán. 
Se nos hace difícil distinguir entre la persona y su mensaje, entre lo que se dice de él y lo que él es al examinarlo. Es el problema de la política, y de los candidatos que dicen que “van a levantar al país”, sin mencionar soluciones específicas, sin explicar de qué manera. Y si mencionan alguna solución, es por algún estribillo, un sonsonete pegajoso sin contenido verdadero.


Aquí también encontramos nuestra propia dificultad en comprender a Jesús divino y humano a la vez. Es una tensión que siempre ha estado ahí. Por lo general nos inclinamos más a su divinidad, en detrimento de su humanidad. No lo vemos en su dimensión humana ordinaria, de todos los días. Nos resulta difícil aceptar que, siendo humano, tuvo necesidades biológicas y que verdaderamente sintió miedo y terror en el Huerto de los olivos, por ejemplo. No visualizamos que el Cristo vivo es un ser humano resucitado, ahora.

Quién sabe si, molesto, Jesús entonces desató su reproche: recuerden dice, que, habiendo muchas viudas en Israel (el reino del norte) el profeta Elías fue enviado por Dios una viuda en territorio de Sidón, que no era israelita (ni ella, ni el territorio). Y que, otro ejemplo, había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo (sucesor de Elías), pero Dios los ignoró y curó a Naamán el sirio. Eso fue como mencionar la soga en casa del ahorcado. 
El comentario de Jesús provoca en los presentes una reacción violenta. Es como si hubiese expresado una blasfemia terrible o algo impío una abominación, fuera de lugar en un lugar sagrado como la sinagoga.
Imagínese usted, ¡un maldito general sirio, de los que destruyeron el reino del norte! Es como presentarse a una reunión del Comité central del Partido para decirles que la revolución se hizo para que los pobres no pasaran hambre y necesidad. ¿Será usted…?
La furia de los presentes fue tan grande, nos dice el evangelio, que empujaron a Jesús hasta un barranco en las afueras del pueblo, para despeñarlo. Pero algo sucedió que permitió que hubiese un momento de serenidad. Y entonces Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó.
Buscando una explicación natural a lo sucedido, podemos pensar que en la confusión del tumulto ya no se sabía dónde estaba Jesús, al que iban a despeñar. Y no podían acercarse demasiado al borde, porque si no, se iban unos cuantos por allí abajo. Y en la gritería y el desorden, ese fenómeno de excitación de masas en que la gente actúa sin pensamiento propio, sino con los instintos de grupo y de supervivencia, puede que ya ni se reconocía a quién empujaba cada uno y el de acá no sabía dónde estaba el de allá, es decir, la persona a quien iban a despeñar. Jesús se entremezcla con ellos y al parecer, quién sabe si termina como parte del grupo en medio de la confusión y logra salir del tumulto sin que se den cuenta. “Jesús se abrió paso entre ellos,” dice el evangelio. No necesariamente sabían que era él mientras salía empujando aquí y allá. 
Mientras se alejaba, quién sabe si estuvo triste por no haber sido reconocido.




……..

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