Iglesia de San Apolinar en Rávena. Notar los nombres de los Reyes Magos. |
Dios se manifiesta.
Los Magos vienen a adorarlo. Son representativos del cumplimiento de la Escritura. Los reyes de lejanas tierras vendrán a rendirle homenaje. En el sentido original se refería a la restauración del reino de David y el Bautista lo anunciaba. Entonces vino Jesús hablando del reino de Dios y algunos le llamaron Hijo de David.
Más adelante vieron que era el reino de Dios con nosotros, que nos acompaña, que no está lejos, sino dentro de nosotros. Es un reino que crece por cuenta propia, como el árbol de mostaza, o como la levadura en la masa para el pan. Claro, hay que estar pendiente. Crece como el trigo y a su lado, la cizaña. Pero no es asunto de ir a extirpar la cizaña; ya Dios se ocupará. No hay que meterse a ser inquisidores medievales.
Mientras tanto el reino de David no fue restaurado. A menos que usted quiera creer que el estado de Israel hoy día es ahora eso. Habrá quien diga que ya se comienzan a cumplir las profecías del fin de los tiempos, dado que una señal del final será cuando los judíos vuelvan a establecerse en la Tierra Prometida.
Desde los primeros tiempos los cristianos visualizaron la asamblea de los fieles como la presencia del reino de Dios con nosotros. El reunirse mismo de los cristianos es señal de la presencia de Dios y el banquete que celebran es el mismo al que Jesús invitó a tantos. La asamblea cristiana ya es el Reino.
Ya no habría que sentir nostalgia por la restauración de Jerusalén. Ahora ya se estaba instaurando la Nueva Jerusalén.
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Los discípulos de los primeros siglos predican: Dios se ha manifestado. Dios ha dicho, “Estoy con ustedes, no los he olvidado”. Y lo deja saber con la adoración de los Magos, con la manifestación del Espíritu Santo en el Jordán; con el agua transformada en vino en las bodas de Caná.
Los primeros discípulos vieron a uno que evidentemente estaba poseído del Espíritu de Dios. Que a su contacto se sentía la presencia de Dios. Y que a la vez era humano, muy humano. Le gustaba ver que la fiesta seguía y para eso podía haber más y mejor vino. Y venía gente importante de tierras lejanas a verlo y a reconocerlo como evidencia de la presencia de Dios con nosotros.
Algunos judíos de la diáspora también llegaron a conocer a Jesús. Fue cuando vinieron para algunas de las fiestas nacionales. Otros lo conocieron cuando bajaron a la “Galilea de los gentiles”. Después, le conocieron a través de los primeros apóstoles y discípulos, después de Pentecostés. Fue cierto, que vinieron de todas partes a adorarlo.
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Para que haya salvación, hay que pasar por el encuentro personal con Dios en Cristo, pasar por la epifanía. Algunos hermanos de diversas variantes cristianas preguntan, “¿Has reconocido a Jesús como tu salvador personal?”.
Una vez se ha tenido la epifanía, no se acaba el mundo. La vida sigue, el correr del tiempo no se detiene. Es como decir: la experiencia de entrada da paso a la cotidianidad.
La epifanía puede ser como caer en cuenta de la solución a un problema matemático. Uno siente la epifanía feliz de ver la solución. Es como si el Espíritu Santo hubiese intervenido, pensaban los medievales. Por eso, desde San Agustín, pensaron que la mente se interroga porque va en un viaje hacia la iluminación divina.
Después del momento revelador la vida diaria continúa. Uno prosigue el caminar, en la paz de Dios, por así decir. Ya vio la solución. El problema ya no molesta.
Ahí está, por cierto, la dificultad del maestro y del padre con los hijos. De partida no es fácil entender a los estudiantes, porque uno ya resolvió el problema. Uno se impacienta con su dificultad y a menudo termina en un educación de fórmulas. Te aprendes la fórmula, y ya. Algunos graduados con diploma no saben sino repetir fórmulas. Es el caso de algunos médicos.
Así fue que los escolásticos medievales terminaron repitiendo fórmulas… hasta el día de hoy. Más de un predicador habla a partir de lo que estudió en los manuales, desentendido de la vida y el problema del diario vivir. Nunca piensa en el trasfondo problemático que llevó a esas fórmulas. Mucho menos surge en ese caso, la idea de que la fórmula pueda ser acondicionada, adaptada.
Están, por ejemplo, los que se cierran a la mera sugerencia de que alguna práctica litúrgica pueda ser diferente, o que la interpretación moral pueda pensarse fuera del marco legalista de los manuales.
Uno puede hablar de predicadores de manual. No son predicadores de evangelio. Y los tales pueden llegar a tener mucha autoridad. Pueden convertirse en inquisidores.
No sólo pasa en la Iglesia. Pasa en el ejército, en el gobierno, en las grandes compañías. Son los que nunca tuvieron una epifanía propia y por eso viven la vida desde los manuales.
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Claro, están los que tuvieron una epifanía propia, pero no vieron la conexión con la vida diaria. Aquí aplica lo de la semilla que tira el sembrador.
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