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Quinto domingo de Pascua, Ciclo C



La primera lectura de hoy corresponde a Hechos 14,21b-27. Pablo y Bernabé vuelven a Antioquía y le cuentan a la comunidad de su viaje misionero por las comunidades de Asia Menor. 
La lectura parece destacar a Listra, Iconio y Antioquía como comunidades importantes. Tan importantes, que podían estar en peligro de ser perseguidas y por eso Pablo les anima a perseverar en la fe. Esta es mi lectura. El peligro de persecución pudo ser el peligro de ser expulsados de la sinagoga, o de ser presionados por los líderes de la sinagoga local. Quién sabe si así fue que las comunidades cristianas se fueron independizando. De esa manera fue más fácil recibir a los no judíos. La lectura de hoy termina cuando Pablo cuenta en Antioquía “lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.
La lectura menciona el Reino de Dios, con un sentido que no es igual al que encontramos en los evangelios, aunque análogo. También menciona que en cada iglesia o comunidad designaban presbíteros, que parece implicar “líderes”. No se nota una noción sacramental en el uso de la palabra. El lector puede hacer una búsqueda del término en Internet. A mí me parece bien (recordar que lo importante es el mensaje, no el mensajero) lo que encontré en un compendio del término

El salmo responsorial canta versículos del salmo 144. Cantemos al Señor es misericordioso, porque es bueno con todos, que todas las criaturas le alaben. Que los fieles le alaben, explicando como los apóstoles todo lo bueno que hace por nosotros. 
El salmo responsorial se llama así, porque se da como una reacción a la lectura de la Palabra.
Recordemos por un momento que Dios está presente en la Palabra. Que escuchar la Palabra es un comulgar, tan comulgar como comer el pan eucarístico.

La segunda lectura es del libro del Apocalipsis 21,1-5a. La ciudad santa, la Nueva Jerusalén desciende del cielo, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Será la morada de Dios con los hombres, que acampará entre nosotros y seremos su pueblo y él estará con nosotros. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni dolor, será un universo nuevo. 
Podemos asumir que aquí encontramos el mensaje principal de este libro de la Revelación. Nótese la mezcla de imágenes: el universo nuevo es ciudad y es novia. Está claro que el género apocalíptico no se puede tomar en sentido literal, al pie de la letra.

La tercera lectura, el evangelio, es de Juan 13,31-33a.34-35. La lectura se ubica en la Última Cena. Jesús le dice a sus discípulos, “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo les he amado. La señal por la que conocerán que ustedes son discípulos míos, será que se amen unos a otros.”
El amor al prójimo ya se encuentra en el Viejo Testamento. Lo nuevo ahora es que, definitivamente, ya la Ley mosaica y sus preceptos se echan a un lado y sólo queda este mandamiento: amarse unos a otros. 
En el Reino de Dios no hay leyes, preceptos, obligaciones. No se actúa por obligación. No se confunde el respeto con el miedo. El cristiano actúa motivado por el amor al prójimo. 
“Ama y haz lo que quieras,” llegó a decir San Agustín.

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¡Qué difícil, sin embargo! La historia del cristianismo es la historia de la falta de amor entre los hermanos. Entre los mismos apóstoles vemos que hubo celos, envidias, cobardías, malos entendidos. 
Los hijos del Zebedeo no tuvieron la entereza de pedir para sí mismos, sino que mandaron a su mamá a hablar con Jesús. Después habría burlas al caer en cuenta de que no era un reino al estilo del imperio romano para estar pidiendo sentarse a la derecha del emperador. Quizás por eso se quedó la narración de aquella solicitud en los evangelios.

Uno puede pensar que el cristianismo caminó de lo más bien hasta que llegó Lutero. Pero no; ¿Y el Cisma de Occidente, cuando hubo tres papas a la vez? ¿Y el Cisma entre Occidente y Oriente, desde el siglo 11? Aun después que el papa Pablo 6° en Roma y el patriarca Atenágoras en Constantinopla se levantaron las respectivas excomuniones en unas ceremonias simultáneas, pocos lo recuerdan. Es más fácil presentarse como partidarios de la pureza doctrinal.
¿Y los celos por la evangelización de los eslavos entre ambos patriarcados, que todavía sigue hoy, cuando Roma respalda diócesis latinas en Europa del este? ¿Y la excomunión de Roma en varias ocasiones de parte de Constantinopla, por atreverse a representar a Cristo en forma de Cordero, por usar una hostia que no es pan de verdad, así sucesivamente? (Roma contestaba con otras excomuniones.) Y esto, sin entrar en las controversias de profundidad teológica. En época de San Agustín, por ejemplo, estaban las comunidades donatistas, que no se distinguían en la práctica de las “ortodoxas”, pero que diferían en cuanto a algún punto de doctrina. 
Todavía hoy día hay iglesias orientales que en medio de las controversias cristológicas se desprendieron y siguieron su camino por la historia con su propio concepto de Cristo. En la práctica, no se les reconoce diferencia. 
Tómese la definición del “filioque”, por ejemplo. Provocó controversias, tumultos, masacres, persecuciones. Unos decían que el Espíritu Santo procede sólo del Padre; otros, que procede del Padre y del Hijo a la vez. Unos años atrás papa Benedicto 16 declaró que después de todo los cristianos orientales tenían razón en este asunto. Hoy nadie lo recuerda y la prensa del momento no le dio importancia, a diferencia de cuando papa Francisco expresa incertidumbre sobre algunos temas. 
En resumidas cuentas, el cristianismo no ha sido como la historia con que terminan los cuentos de Disney, ni siquiera en vida del mismo Cristo. Una cosa son nuestras ideas y nuestros mitos; otra, la realidad. 
Con el evangelio de hoy quedan descalificados todos los que pretenden denunciar, atacar, hasta perseguir o matar a nombre de Jesús. A nombre de Jesús sólo es legítimo el amor entre los hermanos.
Jesús está con nosotros, marchamos hacia la Jerusalén celeste, nos esforzamos y rezamos para que todos seamos uno en el amor de los hermanos por la gracia de Dios.

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Podríamos decir que la distancia que va del catecismo que nos enseñaron a los cinco años y lo que luego sabemos es la distancia que va entre una fe infantil y una fe adulta.
Unamuno decía que prefería la fe del carbonero, es decir, la del que no piensa. Pero se refería a la fe de adulto. Porque también dijo Unamuno que fe que no duda, no es verdadera fe. 
La fe del catecismo a los cinco años es la que no duda y cree sin pensar. Es la fe del ingenuo, que no se da cuenta. 
La fe del adulto es la del que cree como un niño, como un carbonero, pero desde la perspectiva del adulto que duda. Es fe a pesar de la duda, con la duda.
Es como nadar. Si uno lo piensa mucho, no se tira al agua. 
El niño se tira sin pensar. 
El adulto se tira a pesar del peligro. 
Como diría Kierkegaard. En cualquier momento uno se muere y descubre que sólo hay Nada. O podría encontrarse con Todo.
Pero la fe no es asunto de creer en el sentido cognitivo, sino en el sentido cordial, del corazón. Por eso, hay que volver al mandamiento fundamental, que nos amemos los unos a los otros. Quien dice que tiene fe y se comporta con odio se ve que miente y se engaña a sí mismo.

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Pareciera que una fe adulta —en el sentido cognitivo— no cuadra con la realidad del mundo hoy. Esto es lo que plantearon unos teólogos allá por 1966 (años antes, después) como por ejemplo, el obispo anglicano John Robinson, Honest to God (Sincero para con Dios, Ariel, 1967), que causó sensación y fue traducido a un buen número de idiomas enseguida. En el mundo hispano pasó casi desapercibido. En el mundo hispano había más interés en “cristianos por el socialismo”, lo que no interesaba tanto en el hemisferio norte.
Pero el desajuste entre fe y mundo hoy estaba ahí como el aire a nuestro alrededor. Uno no “ve” el aire hasta un momento de crisis. La Iglesia hablaba de laicismo y de secularismo, pero no entendía el desajuste en su fondo, porque lo enfocaba en sentido psicológico. Ya habíamos entrado en un mundo en que para los efectos Dios es irrelevante y las iglesias seguían pensando en la lucha contra la modernidad.
La denuncia y ataque a la modernidad, en la que muchos cristianos todavía insisten, es como la lucha contra “el mundo” que siempre estuvo ahí en el cristianismo. El libro del Apocalipsis, que leemos en estas semanas del tiempo de Pascua (en un díptico con el libro del Éxodo en cuaresma) está dirigido también a la denuncia de la “Gran Babilonia”. 
Pero el enfoque siempre fue hacia “los del lado de allá”. Qué tal mirar al lado de acá, a lo que significa no pertenecer al “mundo”. 
Hay muchos que no eran “de este mundo” en época de Jesús: estoicos, cínicos, epicúreos, mitraístas, suma y sigue. Y también los judíos de las sinagogas, de donde había salido el cristianismo originalmente, atacaban los caminos mundanos. 
Eso hizo que los cristianos llegaran a adoptar ideas y estilos de esos otros grupos. El carácter judaico a los orígenes de la visión de las cosas en los seguidores de Jesús va de suyo. La influencia de los estoicos y los neoplatónicos y del mitraísmo es innegable, en los primeros cristianos. Eran todos compañeros en la denuncia del “mundo”.
Qué tal si intentamos buscar lo que en el fondo fue verdaderamente cristiano en aquella fe y aquel estilo de vida que Jesús predicó, aparte de todo lo demás. 
Podemos hacer lo mismo hoy día. Qué tal si intentamos distinguir lo que es verdaderamente cristiano en nuestro cristianismo, aparte de los elementos que hemos ido recogiendo por el camino, de los que comparten con nosotros la denuncia del “mundo”. 

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Al hacer un ejercicio así encontramos que ambos, los del “mundo” y los que se les oponen, están sobre un mismo suelo de realidad común, que es “la mentalidad de los tiempos”.
Es como decir que todos vamos en el mismo barco (el globo de la tierra, digamos), tanto los del “mundo” y los que se oponen a ellos. Todos respiramos el mismo aire. Y todo tenemos la misma mentalidad de fondo. Esa mentalidad para los efectos es nuestra realidad común, desde la que nos distinguimos unos de los otros.
Todos estamos en el mismo barco, que es el plano de la perspectiva común que establece qué y cómo son las cosas. La perspectiva no es psicológica. Es que las cosas se ven según dónde uno esté plantado y si uno está plantado en las ideas sin posibilidad alguna de saber algo que exista fuera de las ideas, entonces la manera con que estamos en nuestras ideas es la realidad. No podemos pensar otra cosa que desde las ideas de nuestra sociedad y nuestro tiempo.
El cristianismo se entendió desde las ideas de su tiempo. Es posible pensar el cristianismo desde las ideas de nuestro tiempo.
Si pretendemos entender el cristianismo desde las ideas de otro tiempo, ese cristianismo resulta irrelevante. 
Pasa lo mismo, por ejemplo, con el marxismo. Hay quienes hacen un análisis del capitalismo como si todavía estuviésemos en la realidad de 1870. El capitalismo ha cambiado, las sociedades han cambiado, nosotros hemos cambiado.
Pasa lo mismo al hablar de Darwin. Están los que denuncian el darvinismo como si esos planteamientos hubiesen salido a la luz pública el año pasado, sin tomar en cuenta más de un siglo de investigaciones. 
Pero siempre estarán los que no admitirán tal cosa. El proyecto cubano fue un fracaso y muchos son incapaces de distinguir entre sus aciertos (medicina, alfabetización) y sus muchos desaciertos (supervisión continua, una nación esclavizada al modo de los totalitarismos modernos). El experimento soviético fracasó después de ochenta años. Pero eso no detuvo a Chávez en Venezuela, ni a otros en el continente.
Es más fácil seguir la religión de otro tiempo, que pensar la fe en términos de hoy.

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Por eso fue tan fácil adoptar las ideas del marxismo, porque coincidía con el cristianismo en la denuncia del mundo creado por el capitalismo internacional. Luego hemos visto que el capitalismo no es causa, sino síntoma. En Cuba ya desde los comienzos todas las variantes del cristianismo fueran perseguidas, pero eso no llamó la atención a los que adoptaron el socialismo cristiano creyendo que podían caminar de la mano con la figura romántica del Ché. Lo importante era la lucha contra los canallas, como hizo Camilo Torres en Colombia.
Pero la lucha contra el mundo moderno es como pensar que uno puede respirar aire puro cuando el bar está todo lleno de humo de cigarros. Para eso hay que salir a la calle; pero no hay manera de salirse de la realidad de nuestro tiempo. 
Un papa llegó a decir que los trenes son cosa del diablo, pero al enfermarse, recurría a un médico. De ser consecuente, hubiera recurrido a la oración y a la espera de los milagros.
Y es que nuestro tiempo deriva de nuestras ideas, como señaló Ortega y Gasset (Ideas y creencias, Revista de Occidente) pero esas ideas no son psicológicas, sino realidades. Uno ve a manera de una perspectiva, no por estar mirando, sino por estar posicionado en una perspectiva. La perspectiva es real.
Nuestras ideas (el “secularismo”, por ejemplo) derivan del hecho de descubrir que en realidad la tierra no es centro del universo; que en realidad el ser humano no es especial, sino que está emparentado con los simios; que en realidad la conciencia no es soberana sobre lo que cree saber y que hay dudas reales fundamentadas en resultados experimentales reales sobre el “yo”…Además, los estados de ánimo y hasta lo que uno ve deriva de la condición material de las células materiales del cerebro, tanto de la química, como de la electrónica en el cerebro. 
De igual manera que se pudo ver que los músculos se mueven por estimulación eléctrica, se pudo también constatar que nuestros deseos y voluntad se mueve por estímulos eléctricos. Desde mediados de siglo 20 se confirmaron casos de criminales peligrosísimos que se convirtieron en seres muy mansos sin perder el resto de su personalidad (el primer caso tocó guitarra en el coro de una iglesia) y de veteranos que sentían dolor en una pierna fantasma, que eran curados mediante implantes de “marcapasos”. Desde entonces la tecnología debe haber avanzado. Igual, se pudo producir la experiencia de estar en un sitio, etc., mediante estímulos eléctricos específicos al cerebro.

El secularismo resulta de esto. Es una especie de fe religiosa, si usted quiere, pero con fundamento en las cosas. El “materialismo” no es una ideología. Es una manera de ver con fundamento en la realidad. Las ideas y los estados de ánimo parece que no vienen de un alma, sino de las neuronas. 
La realidad de nuestro tiempo imposibilita creer en el Dios tradicional. Seguir en la fe tradicional es ubicarse en una perspectiva psicológica que respondía a otra realidad en que ya no estamos plantados. 
Eso no anula la verdad del cristianismo. Sólo pone la exigencia de volver a entenderla dentro del escenario de nuestra perspectiva. Eso no es tan difícil. Para comenzar, baste volver a encontrarse con el Jesús del evangelio. 

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Entre tanto, valga mencionar que esto que propongo responde a cómo se veían las cosas en mi época de formación, en los tiempos del Concilio Vaticano Segundo. De  seguro hay estudios y trabajos que han aclarado más allá del punto a que yo llegué. Téngase eso en cuenta. 


Personalmente, una fe con sentido hoy responde a la visión del evangelio en su mensaje original, como tal. Como vemos en la tercera lectura de hoy, en el amor al prójimo. 





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