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Tercer domingo de Pascua, Ciclo C



La Primera Lectura de hoy es de Hechos de los apóstoles 5,27b-32.40b-41. 
A través de la lectura del libro de Hechos de los apóstoles tenemos una ventana al mundo de los primeros tiempos pascuales. 
En algunas apariciones post pascuales hay mención de que Jesús le indica a sus discípulos que vayan a su encuentro en Galilea (Mateo 28,7). En el evangelio de hoy veremos uno de estos relatos en que Jesús resucitado se le aparece a los discípulos estando de vuelta en Galilea.
Mientras tanto la primera lectura de hoy narra cómo andaban las cosas en Jerusalén, igual que el resto del libro de Hechos. En el pasaje de hoy los apóstoles son llevados ante el sacerdote luego que desobedecieran la orden de cesar en su predicación. 
Pedro y los apóstoles responden, “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. 
De inmediato citan elementos fundamentales de la predicación original de los primeros discípulos: (a) Dios resucitó a Jesús, el que fue condenado a muerte en cruz por los mismos sacerdotes judíos que ahora les prohiben predicar; (b) Dios así lo hizo para exaltarlo y otorgarle a Israel la conversión y el perdón de los pecados. 
Como prueba de que esto es verdad, dicen, he ahí el testimonio de ellos mismos y el testimonio del Espíritu Santo, “que Dios da a los que le obedecen”.
Entonces azotaron a los apóstoles, volvieron a prohibirles predicar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles, dice el texto, salieron contentos por haber podido sufrir por el nombre de Jesús.


El salmo responsorial corresponde al salmo 29. Es un canto de alabanza a Dios al verse liberado y exitoso. Los enemigos ya no pueden reírse de él y esto por la gracia de Dios. Entonces alaba al Señor por su socorro. El triunfo de los enemigos era un castigo por los pecados, pero Dios ha sido misericordioso y cambió su luto y su tristeza en danzas. 

La segunda lectura corresponde al libro del Apocalipsis 5,11-14. El que escribe, Juan, continúa la narración de sus visiones en la isla de Patmos, que comenzamos a leer y escuchar el domingo pasado. Dice que vio miles y millones de ángeles y les escuchó alrededor del trono, “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. 
Este canto lo oye repetido en el cielo, en la tierra, en el mar, y debajo de la tierra. Es un canto que resuena por todo el universo. De esa manera se hace eco del salmo responsorial. 
Alabado sea Dios, alabado sea Cristo Jesús, bendito sea, que hemos sido rescatados.


La tercera lectura es del evangelio de San Juan 21,1-19. Enlaza dos narraciones que circularon por las primitivas comunidades cristianas: la pesca milagrosa y el almuerzo de unos peces asados a las orillas del lago de Galilea. Esto, porque la narración de la pesca milagrosa es puesta antes de la resurrección en Lucas 5,4ss. 
El caso es que el pasaje nos cuenta que Pedro y sus compañeros (Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos) salen a pescar de noche en el lago de Tiberíades. Al amanecer no han pescado nada.
“No pesqué nada” puede ser una hipérbole; puede querer decir, “Lo que atrapé es tan mísero que ni vale la pena mencionarlo”. 
“Pescando toda la noche” puede querer decir, “Tiramos las redes y estuvimos durmiendo en la barca (y contando chistes y comiendo queso de ovejas y cabras y bebiendo vino aguado) y ahora al amanecer, cuando halamos las redes, lo que encontramos es algo miserable”.
Al filo del amanecer ven a una persona en la orilla, Jesús, a quien no reconocen. Aquí se repite este tema en que el Jesús resucitado no es reconocido de primera intención. Pero recordemos que, por ejemplo, María Magdalena se lo encontró también al amanecer. En la semi oscuridad no se ve claro y más si los apóstoles están mirando de cierta distancia, desde la barca.
 Jesús, la persona desde la orilla, les dice que tiren las redes a la derecha de la barca. Tiran las redes y al halarlas para atrás, hay tantos peces que casi no pueden con ellos. Un autor sugiere que desde la orilla se podían ver mejor los bancos de peces y habría que ver, digo yo, el tamaño de las redes. No necesariamente esto contradice nuestra fe.



“El discípulo que Jesús amaba” lo reconoce y se lo dice a Pedro, que se tira al agua hacia la orilla, a ver si de veras es Jesús. Se encuentran que les está esperando con la parrilla preparada, con pescado asado. Jesús “toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado”. Sugiere el gesto de Emaús y de la Última Cena, con que los discípulos reconocen a Jesús.
Se sientan y almuerzan. Luego Jesús le pregunta, “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” El le contesta, “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le repite la pregunta dos veces más, de manera que se una triple repetición o reafirmación, como en otros momentos de la Escritura. En este caso, Pedro negó a Jesús tres veces antes de que el gallo cantara. Ahora reafirma su devoción a Jesús, tres veces.
“Apacienta mis ovejas,” le dice Jesús tres veces, al responder a la profesión de su devoción. 

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Al buscar una explicación más natural de tales narraciones uno nota que los discípulos no reconocen a Jesús de primera intención. Como apuntado, podría ser un asunto de estar en la semioscuridad del amanecer. Pero también puede tratarse de que, efectivamente, no era Jesús como tal, sino otro más de los muchos discípulos, desconocido para Pedro y sus compañeros. Ese tal les recuerda la validez de la predicación de Jesús. La pasión y muerte de Jesús no invalidaba su predicación. El gesto de ayuda generosa y el de alargar la mano para compartir el pan y los peces asados (en este caso) les habría recordado las enseñanzas del Maestro. Les habría renovado su fe cuando habían pensado que Jesús era ya cosa del pasado.



Entonces se habrían percatado de la presencia de Jesús, sí, en la persona del extraño que les extendió hospitalidad, comida, amistad, camaradería. Descubrieron a Jesús entre ellos, el Resucitado. Surgió la alegría del Espíritu Santo. “Dios está aquí,” se dirían.
En otros tiempos se cantaba un himno para la Bendición con el Santísimo que subrayaba la Real Presencia. “Dios está aquí, venid adoradores, adoremos”. ("Cantemos al amor de los amores" en YouTube)
Pero en realidad, ese fijar la atención sobre la hostia consagrada lleva a olvidar la presencia real de Jesús entre nosotros. Baste estar reunidos en su nombre, ahí estará él con nosotros. Nos hace olvidar la presencia del Espíritu Santo en nosotros, que somos templo del Altísimo en nuestro ser. 
Esa fijación con el Santísimo como si se tratase de una presencia mágica nos llega de los tiempos premodernos. La adoración del Santísimo nos acerca a Dios, pero nos lleva a olvidar otros aspectos reales de la Real Presencia. Somos cuerpo místico de Cristo, y no nos damos cuenta. El Cristo corporal está en la hostia consagrada, pero también está en nosotros como miembros reales de su cuerpo místico. 
Antes de la adoración al Santísimo, en las comunidades cristianas hubo una mayor sensibilidad por nuestro pertenecer a la comunidad de los creyentes como cuerpo místico. Hubo más atención a la Presencia Real en el reunirse de la comunidad. 
Esto, porque eso fue lo que ellos aprendieron en las sinagogas: Dios también está presente en la Palabra, en la Escritura. No adoramos la Biblia o el Leccionario; tampoco adoramos la hostia. Adoramos a Cristo presente y resucitado en la Palabra y en el pan que usamos para dar gracias, como él mismo nos enseñó, sacramentos de nuestra fe. 
No tiene sentido decir que a los hermanos separados les falta el Sagrario. A los católicos tradicionalistas les falta la adoración de la Palabra. 
Ese sentido de la presencia de Cristo y de Dios y del Espíritu Santo entre nosotros en nuestras reuniones de adoración se ve admirablemente plasmado, por ejemplo, en las reuniones de los cuáqueros. Véase el orden de sus reuniones de culto.

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Celebramos en estas seis semanas el tiempo pascual. Como en cuaresma, que también se alarga por seis semanas, celebramos litúrgicamente un aspecto de nuestra propia realidad cristiana. En cuaresma celebramos el aspecto de nuestro caminar como pueblo de Dios en el desierto. En pascua celebramos nuestra llegada a la Tierra Prometida, al tiempo pascual definitivo.

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Hay varios casos en las narraciones post pascuales en que Jesús come con los discípulos. Uno es en el relato de su compartir con los discípulos camino a Emaús; otro, cuando entra al aposento donde están refugiados y pregunta si hay algo de comer; un tercero, cuando los saluda a las orillas del lago de Genesaret y los invita a comer pescado asado, como en el evangelio para este domingo. 
Los primeros cristianos creían en Jesús vivo y resucitado. Jesús vivo significa que vive en su cuerpo material. Jesús vive, está sentado a la derecha del Padre. 
En la mente de los primeros discípulos, el Padre está en los cielos. Así les enseñó Jesús a rezar, “Padre nuestro, que estás en los cielos”. Para ellos esto era una noción natural, porque ya en el Mediterráneo los dioses tenían cuerpos y estaban en los cielos. Los dioses griegos estaban en el Monte Olimpo, que es como estar alto, bien alto, en el cielo para los efectos. Tenían cuerpos de verdad y estaban en un lugar físico de verdad.
Pero también era una manera de hablar. El humanismo de los griegos se nota en que los dioses no se están quietos. Estar sentado en un trono todo el tiempo no equivale a ser feliz. Decir que está allá arriba en un trono es como decir que hubo un Edén con Adán y Eva. Es una manera de expresar lo que uno quiere decir.

Pero en la época moderna no miramos el mundo con los mismos ojos de los griegos y los medievales. A la poesía de los mitos preferimos la poesía de las matemáticas y las ciencias. Descartamos las metáforas y preferimos el lenguaje literal. Los místicos no tienen tanto que decir.
Ya no vivimos en un mundo de tres pisos. 
Los discípulos vivían en un mundo en que la tierra era plana, estaba el cielo arriba, y el mundo inferior (los “infiernos”) debajo de la tierra. Los que morían bajaban al mundo inferior, al Orco, al Averno. 
En ese contexto, al querer enfatizar que Cristo murió de veras y no de apariencias, que estuvo muerto en la tumba de verdad, los discípulos subrayaron que “bajó a los infiernos”. Si estuvo muerto de verdad, tuvo que físicamente bajar al “piso de abajo” como todos los que mueren.
Luego, en la tardía Edad Media, cuando emergió la mentalidad inquisitiva premoderna, estuvieron los que se preguntaron qué era eso de que bajó a los infiernos según se reza en el credo.

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Al final de la Edad Media descubrimos que el mundo no es de tres pisos. La tierra es redonda, no es el centro del universo, es parte de un grupo de planetas que giran alrededor de una estrella (el sol) en la periferia de una galaxia y hay millones de otras galaxias…
Antes, Dios enviaba la lluvia y enviaba su espíritu, el viento. Ahora, los elementos del clima traen la lluvia y los rayos y truenos son un resultado de unas condiciones atmosféricas. La sequía no es un castigo de Dios. En vez de Dios, ahí están las leyes del universo.
Por ejemplo, Dios se volvió irrelevante para navegar hacia el Nuevo Mundo y para curar las enfermedades. Si todavía pensásemos que el dolor de cabeza debe aceptarse como la voluntad de Dios, entonces la aspirina sería una blasfemia. 
Los españoles, de hecho, navegaron encomendándose a Dios. Los ingleses, de hecho, inventaron instrumentos de medición y mejoraron las técnicas de construcción de barcos y de cañones. Cuando llegó el momento de poner trenes en América, hubo que recurrir a los ingleses y a los franceses (“Que inventen ellos,” decía Unamuno.) Los yanquis desarrollaron su propia industria de acero y sus propios trenes. Entre tanto los españoles tenían que conseguirse cañones y barcos y rifles y pistolas en el extranjero.

En esto de la transición de épocas pasa como con la palabra “burro” en español. Al cambiar de idioma, en italiano “burro” significa “mantequilla”. La misma palabra significa algo distinto al cambiar el idioma. No es lo mismo un burro en español, que el burro en italiano. Algo parecido sucede con el Cristo resucitado en los evangelios, luego en la Edad Media, luego en la modernidad y hoy día. 

La expresión de la fe original de los apóstoles se formuló en el lenguaje de aquel mundo de tres pisos. Al cambiar el escenario, lo que antes se entendía, ahora no se entiende a cabalidad. Los nombres y el lenguaje medieval ocultan la fe original como tal. Hay que buscar palabras y expresiones que la sustituyan. 
¿Puede esa “revisión” volver a ocultar los elementos de la fe original? Cierto que puede. Pero esa es la tarea en cada época, cuando se trata de los elementos de la experiencia fundamental humana. Es como retomar el Bhagavad Gita, el I Ching, lo mismo que el libro de Job y las obras del teatro griego.  


En la modernidad sólo es creíble lo que se puede entender a través de la lógica. 
Esto ha conducido a un error, cuando los líderes cristianos han intentado entender y expresar su propia fe en el marco de ese lenguaje. Eso ha llevado también a un camino de alejamiento de la fe de los evangelios.
Para defenderse y tratar de ubicarse los cristianos han tenido que ir a contracorriente frente a la modernidad, porque en el nuevo horizonte no había sitio para ellos. Entonces, creer ha tenido que ser asunto de “porque sí”. Los líderes cristianos en la época moderna, hijos de su tiempo, llegaron a pensar la fe como un creer a voluntad, sin razón lógica alguna. 
Cierto, la fe es ciega y un sinsentido en términos de la evidencia natural. No puede ser el resultado de un razonamiento. Pero también es cierto, como señaló Unamuno, que tener fe es agonizar en el sentido griego, es decir, luchar. “Fe que no duda, no es fe,” dijo. Ver su publicación, La agonía del cristianismo. Dios no es una definición, ni es evidente. “Creer” es algo que se vive.
Pero al proponer la fe como un “creer porque sí”, sin más, ello también ha evitado el encuentro con Dios. Una fe viva es la que duda, la que no está segura de lo mismo que piensa y lo que ve con sus ojos. 
Pero han prevalecido los que han tenido el poder para desterrar cualquier proposición que ponga en tela de juicio los dogmas. ¿La Asunción? Creerla, porque sí. Y porque la autoridad de arriba lo dice. ¿Alabar el pacto entre Hitler y Stalin? Pues sí, porque el Partido así lo ha establecido. ¿Los disidentes en las cárceles de Cuba? Ya usted sabe.
De esa manera también se perdió el sentido de la fe original de los apóstoles.

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Hay que buscar la manera de entender los evangelios según el idioma original para saber cómo traducir eso al idioma de hoy.
Por eso, no tiene sentido intentar volver al idioma cristiano de la Edad Media, que de por sí, ya fue un idioma distinto al de los evangelios. 
De la misma manera que el latín original de Cicerón ya no era igual al latín de la época del triunfo del cristianismo en el siglo 4° después de Cristo; como el latín de los escolásticos de los siglos 12 y 13 después de Cristo tampoco era el mismo latín; así con la misma concepción de la fe cristiana. 
En la época del nacimiento de las universidades se sabía que el lenguaje de la calle ya no era latín, sino algo diferente. Lo que no se daban cuenta era que el mundo, la cultura, había cambiado. Por eso encontramos representaciones de Julio César y los senadores romanos, vestidos al modo medieval. No se daban cuenta que al cristianismo también lo habían vestido al modo medieval.
Muchos todavía no se dan cuenta y siguen vistiendo a Cristo y los apóstoles al modo medieval. Y es que no es fácil volver a posicionarse en el mundo de Jesús y los apóstoles y entender su idioma. 
No es fácil, pero se ha estado haciendo. Los teólogos no son una maldición para la Iglesia. No están ahí para simplemente repetir y defender unas fórmulas. Ahí vamos. 

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En la primera lectura, cuando Pedro es interrogado por el sacerdote, éste subraya tres puntos.
  1. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. 
  2. La expresión de la predicación original de los apóstoles: Dios resucitó a Jesús; lo exaltó haciéndolo jefe y salvador para otorgarle a Israel la conversión y el perdón de los pecados.
  3. El papel del Espíritu Santo, “que Dios da a los que le obedecen”.
Los tres puntos merecen desarrollarse. Por lo pronto, el primer punto da qué pensar.
  • Si tenemos a Dios de nuestro lado, ¿Quién tiene fuerza moral para oponérsenos? Esto es peligroso.
    • Es la manera de pensar de los que se sienten en posesión de la verdad en sentido absoluto, por lo que todos los demás están equivocados. Sienten que son privilegiados, que tienen una comunicación directa con el Altísimo. Así, los fariseos. Y los locos también.
    • Con este argumento es que hubo fuerte oposición a la Declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano Segundo. En el mundo hispano, sobre todo, estuvieron y están los que piensan que reconocerle derechos civiles a todas las religiones es como traicionar lo que para ellos es un hecho, que la católica es la única religión verdadera dispuesta por Dios mismo.
    • Es un argumento parecido a decir que es herejía, decir que el bautismo no es necesario para la salvación. Pero esto es lo que se propuso en el Concilio Vaticano II, igual que la libertad religiosa.
    • Hay una versión secular de esta manera de penar. Se ha dado al poner al pueblo en lugar de Dios y sustituir al evangelio por los escritos de Marx, Lenin, etc. Baste citar a Marx y se acabó la discusión. Baste actuar a nombre del pueblo y se justifica lo que sea, incluso asesinatos, policía secreta, tortura. En la Edad Media mataban a nombre de la fe; hoy, a nombre de la patria.
    • A los fanáticos y a los psicópatas no les interesan las medias tintas y así es como chantajean a los moderados.
  • Pero ser cristiano no implica ser fanático. 
    • ¿Hay que obedecer a Dios? Entonces, hay que amar al prójimo, rehusarse a la violencia. 
    • ¿Hay que luchar por los pobres? Entonces, hay que reconocer que en el sistema de Cuba y Venezuela todos terminan pobres y esa no es la solución. Hay que buscar una solución que garantice justicia social sin menoscabo de los derechos básicos del individuo y que también garantice ropa, casa y comida. Se necesitaría un sistema social democrático, socialista, capitalista, a la vez, que tampoco fuera nocivo para el medio ambiente. 
    • ¿Difícil? Dificilísimo. Por eso no tiene sentido venir con soluciones fáciles.
  • Obedecer a Dios es nadar entre medias tintas.
  • Ser cristiano implica ser honesto, aun ante la amenaza de castigos y hasta de muerte. 
    • Pero “ser honesto” puede entenderse de diversas maneras. 
      • Puede significar callarse en algunos casos.
      • Puede significar ser agresivo y mentir (¿justificadamente?)
      • Puede significar saber cuándo hablar sin tapujos y arriesgarse. 
    • Un buen cristiano se ve ante una realidad diaria que contradice su ideal de vida cristiana y le obliga a actuar como un cínico, aunque no sea así, con tal de sobrevivir. Aun para salvar el pellejo, por así decir.
    • La vida no es fácil. Y un cristiano se ve ante unos caminos a seguir que le pueden agobiar bastante. 
    • Hasta qué punto un cristiano puede ceder ante las exigencias de su vida pública (como los políticos, pero aplica a todos) sin traicionar a Dios… 
  • Porque sí, uno puede nadar y guardar la ropa, como dicen. Los ideales y la fe en Dios se viven en medio de las medias tintas.
    • En Cuba dicen que había que ser apóstata para poder estudiar una profesión en la universidad. Es el mismo dilema que enfrentaron los primeros cristianos en medio de las persecuciones.
    • Es el mismo dilema de los cristianos bajo el régimen de los nazis en Alemania, o del cardenal Pacelli frente a Hitler. 
  • No es fácil determinar con exactitud qué quiere decir obedecer a Dios, antes que a los hombres.
    • Hay que tomar distancia de los temas y verlos como desde afuera. Y comentarlos con otras personas, aunque sea por libros y por la Internet.





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