El 1° de enero se celebra el Día mundial para rezar por la paz.
Sirios, libaneses, palestinos y judíos; la guerra civil y de guerrillas en varios lugares del mundo; los chismes de mi familia y los azules y rojos que no se soportan: es fácil no fijarse en eso y ver que hay una contradicción entre ser cristiano y tomar partidos. Es fácil indignarse, como es fácil que haya adulterios y asesinatos.
No es fácil amar al prójimo y estar en paz consigo y con los demás.
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“La paz os dejo, la paz os doy”; “La paz sea con ustedes”. Son salutaciones pascuales de Jesús en los evangelios, que le son conocidas a los cristianos.
Pero a través de la historia muchos cristianos no se han dado cuenta de lo que es la paz de Cristo.
Al contrario es más frecuente escuchar de la guerra y la violencia a nombre de Cristo Rey, por ejemplo, que de cristianos fomentando la paz entre enemigos.
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Es el problema de la labor seductora de Satanás. Uno comienza enmendando sus caminos y termina en la última tentación, que no es la de la lujuria, sino la del orgullo. En ese momento uno puede convertirse en un fariseo.
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No es fácil amar al prójimo. (Hipócritas, hasta los paganos pueden hacer eso, dijo Jesús.) Qué tal amar a un terrorista. Qué tal amar a un nazi. Qué tal amar a un asqueroso capitalista. Qué tal amar a un desarrapado, un zarrapastroso maloliente.
Qué tal amar al de la otra tribu, el que me ha hecho daños profundos, de los que me llegan al alma. Qué tal amar al que me mató a mi hijo, a mi madre, el que me humilló frente a los demás quitándome la mujer… Qué tal amar al infame, al asesino, al perverso, a la mujer de malas entrañas…
Y el papa dice que sobre los homosexuales, los adúlteros, ¿quién es él para juzgar? Alabado sea Dios por este papa Francisco.
Hay una anécdota sobre Hannah Arendt (pensadora atea), la que en un tiempo fue persona conocida, que dejó olvidado un libro de citas del papa Juan 23 en un hotel. Cuando la mucama se lo devolvió le dijo algo así como, “Era cristiano, a pesar de ser papa”.
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El papa Pablo 6° fundó el Consejo pontificio de justicia y paz. La idea ha sido que si hay justicia, habrá paz. Pero eso se dio en tiempos de Fidel Castro. Luego se ha visto que la idea es válida, pero hay que trabajar sobre la ingeniería de su puesta en escena, su implementación. Porque luchar por la justicia para lograr la paz parece contradecir la lucha por la libertad. Tienes justicia, pero hay que limitar las libertades. Es decir, la justicia no necesariamente traerá la paz. Puede resultar en la opresión.
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Hoy pocos recuerdan a Camilo Torres, el sacerdote colombiano (no recuerdo si era jesuita) que abandonó los hábitos para empuñar el rifle. Decidió ser guerrillero a nombre de los pobres, para corregir injusticias, emulando a Fidel en la década de 1960.
Esa es la tentación: justificar la violencia a nombre de Cristo, a nombre de la verdad.
En Colombia el conflicto entre ricos y pobres continúa, entre blancos, mulatos, indios y campesinos. No puede decirse que no hay cristianos entre ellos.
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No es que nuestra naturaleza está irremediablemente viciada como dicen algunos grupos protestantes. Si fuera así, tan siquiera pudiésemos ser buenos de manera natural, lo que se ve en todas partes del mundo, incluso entre los animales. Somos capaces de buenas acciones, de manera natural.
Lo que pasa es que en nosotros está lo que pensamos, lo que hacemos, lo que sentimos y no siempre hay armonía. Ya lo señaló San Pablo. Pienso una cosa, pero en determinado momento hago otra. Como en las películas, que el personaje piensa que es una idea tonta hacer algo y luego va y lo hace.
De la misma manera, el cristiano piensa que hay que amar al prójimo, pero entonces siente un odio intenso, un resentimiento profundo. Hay heridas difíciles de sanar. Hay injusticias que claman al cielo.
Es aquí donde podríamos hablar de la acción del Espíritu Santo. Es a lo que los teólogos se refieren al hablar de la gracia sacramental. Con la gracia de la fe y del bautismo que es una (Colosenses 2:11) el Espíritu nos permite ese amor al prójimo que pasa por alto los motivos para odiar.
“La frustración se siente, pero no se consiente,” decía mi madre. Eso no quita que la frustración se sienta, y mucho.
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No se necesita la justicia para que haya paz. Lo que se necesita es el amor cristiano. El amor cristiano pasa por alto la tentación a la indignación, a la violencia. Esa es la alegría de la Navidad. El amor entre hermanos es posible.
Recemos por la paz. Y prediquemos el evangelio.
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