Charles de Foucauld |
San Francisco Javier, de Rubens |
En época de la colonización estaba claro (pensaban ellos) quién era un ignorante salvaje y quién era un civilizado. Del lado de acá, los europeos. Del lado de allá, los que todavía estaban en la edad de piedra y salían a combatir con macanas.
Del lado de allá, los que hacían sacrificios humanos a los dioses, sacándole el corazón palpitante a una víctima todavía viva, abriéndole el pecho con un cuchillo de piedra. En otros lugares encontraban a las jaurías de niños sucios, mocosos y semidesnudos corriendo por el bosque. Más adentro en la espesura los había completamente desnudos con pinturas por todo el cuerpo.
Estaba claro: había que civilizarlos, darles la cultura europea. Hacerlo era un acto verdaderamente cristiano, evangelizador. Europa y el catolicismo eran la vanguardia de la humanidad.
San Francisco Javier, dicen, llegó a pasar días enteros bautizando. Ya con eso le garantizaba el cielo a muchos, muchísimos. Sin querer estaba pensando al modo medieval. Sigue siendo admirable y muy cristiano, lo que hizo. No fue un mojigato, o un cobarde, o un vago. No vivió según su conveniencia. Vivió su cristianismo, vivió según sus convicciones.
Otra cosa es cómo vemos el asunto hoy día. Luego de unos cuantos siglos de calamidades en Europa, ya no tiene sentido que alguien quiera imponer sus convicciones sobre otro, a las malas.
En el siglo 15 hubo algunos que fueron a la hoguera por promover ideas inaceptables. En el siglo 16 aumentó el número de los incinerados, bastante. Se desató una larga cadena de venganzas por creencias religiosas. Alguien podía escapar de España por hereje y terminar en la hoguera en Suiza, considerado hereje por Calvino. El río Sena de París corrió tinto en sangre protestante la noche de San Bartolomé. En el siglo 17 se desató la guerra abierta. Las guerras de religión fueron tan terribles como las que luego vimos en el siglo 20, en términos humanos. Católicos y protestantes llegaron a sitiar ciudades y la gente tuvo que llegar al canibalismo. Cuando entraron a las ciudades, las tropas saquearon, violaron mujeres, destruyeron viciosamente, pasaron por la espada a toda la población. Ambos bandos lo hicieron, pero los católicos lo hicieron en más ocasiones. Y los tercios españoles quedaron enterrados al servicio de los Habsburgos en Alemania.
Las guerras de religión se dieron sobre todo en los territorios nórdicos y en Francia. Tanta crueldad no tenía sentido, a nombre de la religión. Los españoles no pasaron por una experiencia como esa hasta las guerras carlistas y la Guerra Civil de siglo 20. Quizás por eso en España no hubo sitio para la mentalidad democrática hasta más tarde.
En ese contexto Charles de Foucault muestra el contraste de cómo se ve a sí mismo un individuo sacudido por la experiencia de la fe en una sociedad pagana. Su intención espontánea no fue la de San Francisco Javier.
Foucault decidió que lo mejor sería dedicarse a vivir al estilo de un monje pobre entre los pobres, al nivel de la misma pobreza de los que viven en su entorno. Sería el modo de evangelizar, mostrando la manera de vivir un cristianismo de pobres.
En la democracia uno respeta la manera de pensar y de creer de los demás, aunque crea que uno tiene la verdad, está en la verdad.
Esto es algo que de por sí va contra natura. Lo natural es conquistar e imponer.
Pero es que lo natural no necesariamente es lo bueno, ni lo contra natura necesariamente es malo. Tomarse una aspirina para el dolor de cabeza va contra natura.
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