El 28 de diciembre se celebra la fiesta tradicional de los Santos Inocentes. Recuerda la narración de la matanza de los niños inocentes que Herodes mandó para evitar que alguno llegara a ser un rey que lo destronara.
En las últimas décadas, sobre todo en Estados Unidos, se ha promovido este día como uno para recordar a todas las víctimas inocentes de abortos.
No es que estén mal en hacerlo. Es que son extremistas, como tantos cristianos a través de la historia. Enfatizan un punto hasta distorsionar todo lo demás. Llegan a proponer que la posición que uno tenga sobre el aborto lo define como un buen cristiano. Por eso, uno puede llegar hasta la violencia y matar, y ser un buen cristiano. Unos cuantos médicos y enfermeras han muerto a manos de algún fanático así.
Pero esos extremistas no provocan tanto problema. Es más bien que producen el efecto de una gota de tinta en un vaso de agua. El resto del agua no puede evitar colorearse. Con la presencia de tales fanáticos el tono y el ambiente del cristianismo, en Estados Unidos sobre todo, se desenfoca. Es como tratar de dialogar en grupo mientras hay alguien vociferando en una esquina.
Cuando los discípulos discutieron sobre quién debía ser el más grande en el reino de los cielos, Jesús se detuvo con unos niños. « Les aseguro que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos. » (Mateo 18,3)
Ser cristiano implica renacer. Implica ver al mundo de otra manera; volver a ver como ven los niños, sin malicia.
Por eso, ser cristiano es todo lo contrario de los que viven obsesionados con el tema del aborto.
Es lo contrario de los que viven atados al orgullo mundano, creyendo tener acceso privilegiado a las verdades y como los fariseos miran a los demás « desde arriba ».
Ser cristiano implica recibir el bautismo del Espíritu para renacer de nuevo.
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