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Domingo 3 Tiempo Ordinario Ciclo C -- Las lecturas

Reflexiones del 2016




La primera lectura para este domingo está tomada del libro  de Nehemías 8:2ss. Narra el momento en que el sacerdote Esdras convoca a los judíos para que escuchen la lectura de la Torá como pueblo atento al libro de la Ley. Como no habían micrófonos, aparentemente estacionaron varios levitas en lugares estratégicos para que leyeran la Torá a los que les estuviesen cerca.
Este episodio marca el momento en que Judá pudo comenzar a recuperar la identidad perdida con el Cautiverio Babilonio. Aun antes de Cautiverio una buena parte de los israelitas y de los judíos fueron olvidando sus tradiciones, sus prácticas, su fe. Claro, no todos. 
Como apuntado en otros domingos, el reino original de David se dividió en el Reino del norte (Israel) y el Reino del sur (Judá). El reino del norte retuvo el nombre de Israel porque incluyó a la mayoría de las tribus hebreas y fue más próspero. El reino del sur consistió en la tribu de Judá con su capital en Jerusalén.  
El reino del norte sucumbió a la invasión de los asirios, y los habitantes fueron expulsados. Es posible imaginarnos que la mayoría salió corriendo, por así decir, y no se supo más de ellos, literalmente. No se sabe qué pasó con los israelitas del Reino del norte. Los asirios trajeron nuevos colonizadores al territorio.
Los asirios continuaron hacia el sur y pusieron asedio a Jerusalén. Pero parece que se difundió una epidemia entre sus soldados (conjeturamos) y tuvieron que retirarse. De no haber sucedido esto, quizás el pueblo hebreo hubiera desaparecido del escenario de la historia y no sabríamos de ellos, ni de la Escritura.
La supervivencia de Judá fue como un milagro, una intervención divina. Los judíos, a diferencia de sus primos del norte, pudieron retener su identidad, aunque fuese sólo un “resto” de entre ellos. (Ver los comentarios de la Biblia de Jerusalén a Isaías 4:3.) La palabra “resto fiel” en hebreo es anowim. Son los pobres de Yahvé, que se mantienen firmes en su fe en medio de un tiempo de calamidades y que ponen su confianza en él, a pesar de que todo apunta a que Dios nos ha abandonado.
Y es que unas décadas después los asirios mismos también fueron invadidos por los babilonios. Judá fue conquistada, y los judíos fueron deportados a Babilonia. 
Luego, unos cincuenta años más tarde le llegó el turno a los babilonios cuando fueron incorporados al imperio de Persia. 
Los persas autorizaron a un grupo de judíos (unos cuarenta mil) a que volvieran a Jerusalén y reconstruyeran el templo. Siempre quedarían bajo la autoridad política y territorial de Persia.
Esdras y Nehemías fueron los líderes de este retorno y del esfuerzo por reconstruir el templo de Jerusalén. 


El salmo responsorial evoca de nuevo el tema de la Ley. “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma,” dice. 


La segunda lectura está tomada de la primera carta del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto, 12:12ss. El pasaje esboza lo que es para nosotros la doctrina del Cuerpo Místico. 
Todos los cristianos formamos un solo cuerpo, pero no todos somos lo mismo. La unidad no significa uniformidad. No es que todos tenemos que pensar de manera idéntica, o conducirnos igual. Esto recuerda los gestos litúrgicos, que se esperan que sean los mismos siempre. 
Puede haber unidad en la diversidad natural. Podemos estar unidos con nuestras diferencias. Podemos ser asamblea de Dios, cuerpo de Cristo, aun cuando no pensemos igual, ni vivamos de la misma manera. Una manera de pensar o una manera de vivir la fe no tiene que ser mejor que la otra. 
Somos diferentes y distintos, pero nos une la fe que lleva al amor de hermanos. Jesús presente para cada uno nos une. 
Como menciono en otros ensayos, “cuerpo místico de Cristo” fue una designación que se usó por siglos con referencia a la asamblea de los fieles reunidos para el culto, para cantar y rezar la alabanza y acción de gracias a Dios. En esos tiempos “eucaristía” o “acción de gracias” en griego, apuntaba a lo que el cuerpo místico de Cristo (la asamblea, nosotros) hacía. No se refería a una “cosa”.
Esto que señalo no me lo inventé yo, ni se me ocurrió a mi. Está en los teólogos de Vaticano Segundo, luego de las investigaciones históricas de principios de siglo 20. Para entender la reforma de la liturgia comenzada en 1965, hay que visualizar el hecho de que los medievales, sin tener culpa, por ignorancia, empobrecieron el sentido de la comunidad cristiana y de la presencia real de Cristo. Empobrecieron el sentido de la presencia real de Cristo, no en una “cosa”, sino como presente en la misma asamblea, en los mismos cristianos reunidos.
En este pasaje de San Pablo en torno al tema del Cuerpo Místico también encontramos un testimonio de la riqueza de actividad que hubo en las primeras comunidades cristianas. Los cristianos no eran miembros de la iglesia de manera pasiva. 
Hoy día para muchos cristianos ser parte de la Iglesia es como ser un ciudadano que de vez en cuando va al municipio, al ayuntamiento. Pasa lo mismo con la iglesia parroquial. La manera de ver los presbíteros y obispos es la misma con que vemos a los funcionarios de gobierno.
Por lo que vemos en San Pablo, los primeros cristianos no veían la Iglesia como una institución, como algo aparte de ellos mismos, al modo con que vemos hoy día a las dependencias de gobierno. No fueron unos “clientes” que venían al culto como los que van a una tienda a resolver una necesidad. No iban a la celebración del domingo como quien va a un quiosco a comprar comida o a una gasolinera para llenar el tanque. No eran pasivos. No eran cristianos de drive-thru, o de resolver por la ventanilla.
El modelo de una verdadera comunidad cristiana, como lo describe San Pablo, es una en que hay una acción del Espíritu en una diversidad de dones. 


El evangelio de hoy comienza la lectura del libro de Lucas, capítulo 1:1ss. Seguiremos leyendo este libro de manera continua o concatenada durante el resto de los domingos siguientes. 
Luego de la introducción de 1:1–4, la lectura del evangelio salta al capítulo 4:14–21, en que se presenta el episodio en que Jesús vuelve a Nazaret, ya de adulto y como discípulo predicador con Juan Bautista (para entonces encarcelado y decapitado; Lucas 3:20 y otros pasajes). 
Jesús viene visitando diversos poblados y ha estado participando del culto en las sinagogas. De esta manera fue que el cristianismo luego se propagó a través del mundo romano, a través de las sinagogas de la Diáspora, o de los judíos en la Dispersión.
El evangelista nos dice que Jesús viene movido por el Espíritu, con la fuerza del Espíritu. Entró en la sinagoga de Nazaret el sábado y, abriendo el rollo de las Escrituras, leyó el pasaje de Isaías 61:1-3 en que se anuncia la Buena Noticia a los pobres, la libertad para los cautivos, a los ciegos la vista, la libertad a los oprimidos, el Año de Gracia (el año del perdón sin necesidad de justificación, de amnistía) del Señor. Jesús termina diciendo, “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
Como indica el comentario de la Biblia de Jerusalén (Isaías 61) el pasaje anuncia un mensaje de consolación para los “de abajo” en medio de sus tribulaciones. Es también una acción de gracias y alabanza a Dios por haber salvado a “Sión”, a Jerusalén y los judíos, de la aniquilación total al permitir la vuelta del Destierro y la restauración del templo.
Jesús, en época de los romanos, anuncia ahora la llegada del reino de Dios, el reino de los cielos. Es posible pensar que esta predicación en torno a la llegada del Reino y de la proclamación del Año Gracia de Dios constituye el meollo de su predicación original. Quizás por eso Lucas lo pone al comienzo de su ministerio público.


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El séptimo mes del calendario hebreo corresponde al mes de septiembre en el nuestro. Era un mes de ayuno, pero también de fiesta, porque representaba el año nuevo para ellos. Esto deriva de la interpretación del comienzo del  día al atardecer. Septiembre representa el atardecer del año solar con el comienzo del otoño alrededor del día 21, el equinoccio. Los musulmanes, que también se consideran descendientes de Abrahán y retienen el Pentateuco como Sagrada Escritura, observan este mes como el ramadán. Es el comienzo del nuevo día, del nuevo año solar. Nosotros lo celebramos más tarde, en la medianoche del año solar, el 21 de diciembre.

Esdras fue sacerdote y líder en la época de la restauración del templo en Jerusalén. A los judíos en el cautiverio de Babilonia se les permitió volver a sus tierras en Canaán, hoy Palestina. Pero sólo algunos volvieron. Los demás se quedaron en la “Dispersión”, la diáspora. 
Pero aun los que volvieron y se establecieron de nuevo en los territorios de Judea, no siguieron las observancias de la Ley, porque vivían dispersos por el país y ya no tenían memoria colectiva. Quizás es algo así como los descendientes de puertorriqueños o italianos en Nueva York, para los que la religión de sus antepasados sólo es una idea folclórica. El territorio siguió sometido a los persas, como una provincia del imperio. Quién sabe, muchos de los que volvieron siguieron entendiéndose como ciudadanos persas, por así decir, como algunos puertorriqueños desconocen su pasado y se sienten más americanos (yanquis) que los mismos americanos (yanquis).
Esdras, fue originalmente un sacerdote residente en Babilonia, “enchufado”, como dicen en España, en contacto con la alta jerarquía de gobierno. Consiguió permiso para ir a Jerusalén y restaurar el culto y la piedad de los antepasados. Más aún que antes, el templo y la fe común llegarían a ser los elementos de la identidad nacional. 
Un “resto” de Israel, del pueblo hebreo, respondió entonces a la figura de Esdras. Vinieron de todo el país a celebrar con él y a emprender la labor de restaurar el templo y las murallas de la ciudad.

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En cierto modo Esdras es el padre del judaísmo de la época de Jesús que también llega a nuestros días a través de la Edad Media. Toda la disciplina y las restricciones de la interpretación de la Ley que vio Jesús en los fariseos y que llegan hasta hoy en el estilo de vida de los judíos ortodoxos parecen derivar de la actividad de Esdras. 
El judaísmo de Esdras es como la religión de los nuevos conversos. Es una religión entusiasmada por los detalles de la nueva fe, se trate de una ideología política o de una fe religiosa. Pasa lo mismo con los reclutas bisoños, en la policía, en los lugares de trabajo, y así. Por eso tales conversos se escandalizan cuando ven que no se siguen las reglas al pie de la letra. 
Recordemos que Esdras y los judíos que estaban con él desconocían lo que fue la vivencia de los hebreos de doscientos años antes. Su restauración de Jerusalén va “por el libro”. Es como volver a armar un muñeco roto que uno no sabe cómo se veía antes, dejándose llevar por las descripciones de un manual. Todos sabemos lo difícil que es entender algunos manuales que no tienen ilustraciones.
Pero hay más. Esdras y su gente estaban luchando contra los que se les oponían a brazo partido. Era la misma situación que hoy día. El territorio fue poblado por otros que fueron invitados a colonizar cuando los hebreos fueron deportados. Si vamos a ver, los hebreos nunca fueron de allí. Ellos llegaron allí porque Moisés profetizó que esa era la Tierra Prometida. Y desde entonces luchan por sacar a los habitantes del lugar para ellos poder afincarse allí.
Por eso Esdras enfatizará la prohibición de casarse con mujeres extranjeras, por ejemplo; o que el contacto con extranjeros equivale a perder la pureza, igual que sucede al ensuciarse las manos. La Ley y el templo eran el modo con que se afianzaba la identidad nacional.
Así, cuando los judíos volvieron del Destierro, comenzó la lucha que perdura hasta hoy. Es como si los indios taínos y caribes vinieran a reclamar y pretender recuperar sus territorios en las Antillas, cuando ya hay otros que hemos ocupado el espacio desde hace unos siglos. No era posible que los judíos volvieran a Palestina, igual que hoy, sin tener que desplazar a los grupos que se habían ido estableciendo en su ausencia.
El proyecto de Esdras y su gente tuvo que “echar el resto”, poner toda su energía y atención frente a los que se oponían a su proyecto de restauración del reino de Judá. Eso explica el énfasis sobre la estricta observancia de lo dispuesto por las leyes y sobre los detalles que representan la identidad nacional, o las costumbres y características propias de la tribu.


Pero una vez afincada la nacionalidad, como en época de Jesús, la defensa a ultranza de la disciplina y las prácticas religiosas ya no era tan necesario. Ya no había que imponer la prohibición del matrimonio mixto con extranjeros, o la imposición de tener que circuncidarse, o de no comer ciertos alimentos, y así sucesivamente. Es decir, no había que enfatizar y subrayar lo que constituía lo que identificaba a uno. Porque lo esencial no era eso. Por eso Jesús le da un nuevo sentido a esto de anunciar el reino de Dios, distinto al reino de observancias inaugurado por Esdras.


Hay un paralelo entre Esdras y el catolicismo asediado del siglo 19 y la primera mitad del siglo 20, como en España. Esdras y sus seguidores desarrollaron un tipo de judaísmo a ultranza en el contexto de estar asediados por los habitantes del país, igual que en España y Francia se desarrolló un tipo de catolicismo apologético ante la hostilidad de la “modernidad”. 
De la misma manera se puede entender el catolicismo apologético de la época franquista en España, que contrasta con la visión cristiana del Concilio Vaticano Segundo.

La vía para llegar a la experiencia de la fe y el encuentro con Jesús comienza al profundizar el sentido de las palabras de Jesús en la sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura”.


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