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EL OCTAVARIO DE LA UNIDAD ENTRE LOS CRISTIANOS




Del 18 al 25 de enero se celebra todos los años la semana de la unidad entre los cristianos. El 18 de enero es la fiesta de San Pedro y el 25 de enero, la fiesta de la conversión de San Pablo. En muchos países a través del mundo hay múltiples actividades ecuménicas. Además de conferencias y paneles, hay actos ecuménicos públicos en que representantes de diversas denominaciones cristianas rezan juntos. 
Este año se ha escogido el lema de la justicia, citando a Deuteronomio 16,18. La idea es que cada año se tome un tema que nos una a todos, aparte de las diferencias dogmáticas, ideológicas. La Conferencia Episcopal Española ha puesto unas indicaciones en su página, lo mismo que el Vaticano.
La propuesta en torno al tema de la justicia se está enfocando en el caso específico de Indonesia. 

Allí los cristianos son minorías y predominan los musulmanes. Esto sugiere una apertura del movimiento ecuménico a credos no cristianos. No se trata solamente de pedir paz, cuando los cristianos son violentamente perseguidos allí y en otros países donde predominan fanáticos religiosos. Plantear el tema de la justicia es recordar que Dios no puede favorecer, ni aprobar, las injusticias que se cometan en su nombre.

Los musulmanes también son creyentes de la Palabra presente en las Escrituras, como los judíos y los cristianos. El odio que pueda haber entre judíos, musulmanes y cristianos, no es armonizable con las Escrituras.

Sobre el ecumenismo cristiano
La unidad no ha de conseguirse mediante la humillación de otros. Habrá de conseguirse mediante el diálogo que se da, no entre adversarios, sino entre los que caminan hombro con hombro y se hablan de cara al horizonte, el diálogo entre los que llevan la convicción de ser hermanos en la misma fe. Somos “hermanos separados”, pero hermanos. No somos enemigos; no podemos serlo.

Con los actos ecuménicos de oración habría que hacerse cargo, tomar consciencia, de que Iglesia somos todos. No es que hay una iglesia universal de un lado, la católica romana, mientras que al otro lado están "los demás". La iglesia universal somos todos porque todos confesamos la misma fe del evangelio, que es algo que no tiene que ver con doctrinas. El encono de 500 años entre protestantes y católicos, entre la institución del Vaticano y los que no se someten a su autoridad, no tiene que ver con la fe en Jesús, nuestro salvador. 

Una digresión sobre lo que nos enseña el anglicanismo
Está el caso del papa Juan Pablo II, que en una ocasión dijo que no quería que el catolicismo (romano) terminara como terminaron los anglicanos, que no se sabe en qué creen, en su afán por ser tan liberales, tan acogedores de toda la gama de inquietudes religiosas. Pero eso no es cierto. Bastaría detenerse a considerar lo que nos enseña la historia del anglicanismo. 
En un momento inicial hubo una pugna enconada entre romanistas y reformadores a lo largo del siglo 16. Fue la época de Felipe II y la reina Isabel I, la época de la batalla de Lepanto y la matanza de San Bartolomé. 
En la batalla de Lepanto Venecia y España lograron la supremacía en el Mediterráneo y el control del tráfico y comercio de especies por tierra. Fue un copo. El comercio mundial estaba en manos de España, para los efectos. Hubo hasta una conspiración para dar un golpe de estado en Venecia y someterla a España, aun políticamente. Quevedo participó en ese plan y luego tuvo que salir de Venecia disfrazado cuando fracasó la confabulación.
Si la economía dictara el movimiento de la historia, el norte de Europa hubiese quedado a merced de los católicos del sur. Pero los asuntos humanos no son algo mecánico. No son cosa de mecanismos de la psicología, tampoco.

En el norte de Europa las iglesias anglicanas y luteranas se fueron convirtiendo en apéndices de los gobiernos locales y ser ministro ordenado llegó a ser un oficio de carrera. Sólo que entre los católicos romanos sucedió lo mismo, en su relación con los príncipes y monarcas y las grandes familias de la aristocracia. Las intrigas de palacio a la hora del nombramiento de obispos y abades eran tan intensas como las de la elección de un papa. Más de un obispo se reía de la fe ingenua de los campesinos.
Lo que salvó a los católicos fue la Contrarreforma. Entre los católicos San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Avila, San Francisco de Sales, San Vicente de Paúl y otros se ocuparon de hacer lo mismo.
Del lado de los reformadores lo que salvó a los evangélicos (“protestantes”) fue el pietismo y el puritanismo. En los países nórdicos se abrió paso el pietismo, que animó entonces las actividades religiosas de los luteranos. Pero en Inglaterra…la reforma de la iglesia inglesa llevó a una guerra civil entre el rey y los eclesiásticos tradicionales de un lado, y del otro, los puritanos, los “purificadores” que promovían la renovación de la iglesia.
Los partidarios de la eliminación de las malas costumbres de la iglesia anglicana tuvieron éxito en aquella guerra civil. Los puritanos tomaron el poder, pero establecieron un régimen absolutista, ideológico. Fue algo parecido a lo de Calvino en Ginebra, cuando se ordenó rezar antes de las comida en las tabernas. Ni en España se llegó a esos extremos. En países como la Unión Soviética y Cuba también es “pecado” tener deseos de riqueza y comodidad.
La restauración de la monarquía inglesa fue inevitable. Y también se restauró la iglesia anglicana. La iglesia inglesa tradicional tendría la legitimidad de estar asociada al rey. Los puritanos perdieron legitimidad. Esa restauración significó que la iglesia oficial del estado estaría tan identificada con la aristocracia, como los papistas del continente europeo ya estaban identificados con los reyes y príncipes católicos. 
Los obispos y sacerdotes y diáconos de la iglesia anglicana no sólo serían funcionarios del estado, también se sentirían identificados con las clases privilegiadas. Para poder volver a la autenticidad del evangelio que habían predicado los puritanos, hubo que fundar un movimiento equivalente al pietismo germánico, que terminó siendo una iglesia independiente. Esto fue el movimiento Metodista. 
John Wesley, el fundador del movimiento Metodista, no se ordenó como obispo y no tuvo intención de fundar una iglesia aparte. La Iglesia Metodista nació sin querer, por así decir. Por cierto, hoy día se aprecia una estatua de John Wesley en los predios de la catedral de San Pablo en Londres. Entre tanto los puritanos que llegaron a Massachussetts siguieron multiplicándose en grupos “anabaptistas”, que terminaron conociéndose como “bautistas”. 
En ese contexto los tradicionalistas y el papa Juan Pablo II echaron de menos en la iglesia anglicana los valores puritanos de los religiosos, de las monjas y los monjes (un párroco debe vivir como un monje; de ahí el celibato de los curas, aunque no sean religiosos de claustro y convento).
Pero el error radicó en creer que el ideal de la vida monástica, de los monjes, representa el ideal de vida de un cristiano a través de las vestimentas, los usos y las prácticas devocionales. Ser un cristiano no es asunto de devoción, de velas y santos, procesiones y novenas. De igual manera, es falso pensar que ser un cristiano equivale a ser un puritano.
Eso de entender el cristianismo en términos de prácticas externas lo rechazó Jesús y lo denunció como farisaísmo. Erró el papa Juan Pablo II cuando dijo que no quería que la iglesia católica romana llegase a ser un cristianismo superficial “como le sucedió a los anglicanos”. 
La experiencia del evangelio
Creo que la revolución puritana en Inglaterra respondió a la misma inquietud que produjo la Contrarreforma católica y despertó la misma oposición. Recordar que la Santa Inquisición mantuvo un dossier activo sobre Santa Teresa de Avila y sus confesores y que San Juan de la Cruz llegó a ser encarcelado. Es notorio el caso de Fray Luis de León. En Francia y los Países Bajos se dio también la pugna con el jansenismo.
Pero cien años más tarde la Revolución Francesa puso al descubierto el hecho de que ya no había interés auténtico en el pietismo, ni el puritanismo, ni en el anabaptismo, ni cosas parecidas. Sólo quedaban España e Italia como baluartes del cristianismo — exagero para propósitos de ilustrar el tema. 
Hoy día no hay mucha diferencia entre carmelitas reformados y no reformados; entre capuchinos y franciscanos; entre jesuitas “de hoy” y los “de antes”; así sucesivamente. 
Lo que pretendió el papa Juan Pablo II con su comentario sobre los anglicanos fue algo irónico. Conservar las formas tradicionales y la observancia de reglamentos y disposiciones atadas al Vaticano no es conservar lo que representa la Buena Nueva.


En este sentido las celebraciones ecuménicas representan un esfuerzo por recapturar el sentido de Iglesia católica, la comunidad universal de los cristianos. 

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