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Domingo 8, Tiempo Ordinario, Ciclo C




La primera lectura para este domingo está tomada del libro de Sirá 27,4-7. “Se agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando es examinado,” nos dice. Una criba es un cedazo, un filtro. Al filtrar o pasar los granos por el cedazo, queda el deshecho, el desperdicio, separado del grano bueno. Cuando a una persona se le examina, pasa por el cedazo de ese examen y salen a descubierto sus fallas. 
De la misma manera, también nos dice que escuchar a una persona que razona resulta ser como si esa persona fuera una pieza de cerámica dentro del horno caliente. Si está bien hecha, sin vicios ocultos, saldrá una vasija bien hecha. Cuando escuchamos a alguien que razona, quedan al descubierto sus pensamientos ocultos. 
Lo que está oculto en cada uno se ve y se reconoce en las palabras y las ideas de cada uno. De la misma manera el árbol se conoce por sus frutos. Por eso, nos dice, “No alabes a nadie antes de que razone, porque ésa es la prueba del hombre”.
De esta manera se anuncia la sentencia final de la tercera lectura, del evangelio de hoy: “lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”.


El salmo responsorial corresponde al salmo 91,2-3.13-14.15-16. De nuestro corazón emerge un cántico en respuesta a las bondades de Dios: “Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu nombre, oh Altísimo”. La vida del justo consiste en esto, ser como un árbol plantado en los atrios de la casa del Señor. Como el árbol, dará frutos de bondad todos los días de su vida. “En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso,” de esa manera proclamará las bondades de Dios, su misericordia y su fidelidad. Vivirá “para proclamar que el Señor es justo, que en mi Roca no existe la maldad”.



La segunda lectura del día corresponde a la primera carta de San Pablo a los Corintios, capítulo 15,54-58. En estas líneas San Pablo anticipa la vida futura, cuando resucitemos a la vida eterna, “Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad”.
El aguijón de la muerte –la picada mortal– es el pecado, nos dice, “y la fuerza del pecado es la Ley”. Como en la primera lectura, como en el salmo responsorial, ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Que nuestro corazón rebose de alegría, porque Cristo nos ha rescatado de las obligaciones de la Ley.
¿Quiérese decir que no hay que no hay obligación de trabajar por nuestra salvación? Cierto, “Cree en el Señor Jesús y serás salvo,” dirá Pablo en otro lugar (Romanos 10,9). No es que uno necesite mantenerse haciendo obras buenas para poder ganarse la salvación. Las obras buenas no anteceden a la justificación por la fe, pero sí vienen a consecuencia de esa conversión por la fe. Son una expresión, una manifestación, del encuentro personal con Cristo, con Dios. 
Cuando se enciende la vela, aparece el fuego, que emite luz y calor. De la misma manera que el fuego emite luz y calor, así también la persona produce obras buenas porque su corazón ha pasado por el encuentro con Cristo. De esta manera empatamos con el tema de este domingo, de la abundancia del interior rebosan nuestras obras. De la alegría de vernos salvos rebosan nuestras actuaciones. 
“Así, pues, hermanos míos queridos, manteneos firmes y constantes. Trabajad siempre por el Señor, sin reservas, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga,” termina la segunda lectura de hoy.


En el evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de San Lucas 6,39-45. El evangelista nos transmite la predicación de Jesús según circulaba entre los primeros cristianos como anécdotas y dichos o cosas que dijo, según eran recordados de su vida. “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”, fue uno de estos dichos. En el contexto del tema de hoy dice que el que dirige debe estar debidamente iluminado por la verdad y por el Espíritu. De lo contrario es un ciego que guía a otros ciegos. “Un discípulo no es más que su maestro,” prosigue en otro de los dichos. Empata con el anterior, obviamente, en el sentido de que el discípulo no podrá tener mucha luz si el maestro no tuvo luz para dar, para empezar. 

En el siguiente dicho pasa a otro tema, el de los que critican como si ellos estuviesen exentos de las mismas debilidades humanas de los demás. “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”
A continuación el evangelista engarza otro dicho que sí cuadra con el tema de hoy: “No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano”. De ahí, la conclusión: “El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”.

Comentario breve
El padre Gerhard Lohfink en su libro sobre Jesús ( Jesús de Nazaret: Qué quiso, quién fue, Editorial Herder) subraya que Jesús no habla del Reino al modo del Bautista. No denuncia el presente imperfecto y anuncia algo que está por venir. Esa no es la manera como Jesús le habla a sus discípulos cuando critica y afirma. 
El Reino de Dios comienza ya al comenzar a vivir como un seguidor de Jesús. Casi se puede decir que la idea de un peregrinaje hacia la patria celestial del "Pueblo de Dios" es una idea incorrecta. No es que vamos hacia el Reino; es que el Reino ya está aquí, ya es (algo) presente al momento de nuestra conversión, al momento de seguir a Jesús y compartir como él y ver el mundo y a los demás como él.
En el momento que uno se sienta a la mesa a compartir al modo cristiano, ya el Reino ha llegado, está aquí. 


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