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4º Domingo de cuaresma, Ciclo A


En el evangelio de hoy Jesús cura un ciego de nacimiento.

Los discípulos preguntan: ¿Quién pecó, él o sus padres?

"Ni él, ni sus padres," les dice Jesús. Esto significa que el ciego es inocente y sin embargo está ahí, como un mendigo a la orilla del camino, y ciego.

El ciego de nacimiento nos representa a todos nosotros. Sufrimos, por culpa del pecado de nuestros padres (Adán y Eva).

Pero somos inocentes. Esto lo podemos decir sobre todo hoy, cuando aceptamos con los estudiosos de la Biblia que Adán y Eva son un símbolo, no es que existieron literalmente.

En los evangelios no se habla del pecado original, ni Jesús se presenta como el que va a inmolarse para que ya no suframos las consecuencias del pecado original.

Jesús tampoco habla de un Padre airado, ofendido infinitamente por el pecado de Adán y Eva, de manera que requiera un sacrificio con valor infinito para satisfacer su orgullo herido. El Padre no es un Dios de venganzas. Al menos eso no es lo que encontramos en los evangelios.

Jesús habla del Reino que ya ha llegado. No habla de un Reino en el más allá, un paraíso en "otro mundo". Sólo hay un mundo para los judíos y para Jesús, y es este mundo. No hay dos mundos separados y aparte.

La curación del ciego de nacimiento es una señal de los tiempos, de que el Reino ya está con nosotros. Pero requiere de nuestra fe.

Imaginemos el asunto como lo vio el ciego. Estás ahí a la orilla del camino mendigando. Pasa Jesús con sus discípulos y ellos inician una conversación sobre ti. Que si pecaste o no. Entonces viene Jesús y te unta los ojos con arcilla o sabe Dios qué. Y entonces te dice que vayas a lavarte esa arcilla con que te embarró los ojos. Te levantas y vas para allá, creyendo lo que te dijo.

Pero no puedes ir por tu cuenta. Te tuvieron que ayudar. Si estás ciego, cómo vas a caminar hasta la piscina de Siloé.

Vas, te lavas y ocurre el milagro. Otro quizás no hubiera ido a lavarse, quién sabe.

"Creo Señor," le dirá luego a Jesús cuando se encuentren otra vez por la calle.

No es fácil creer que el Reino está aquí. No es fácil creer en Jesús.

En la narración del evangelio están los fariseos, que están espiritualmente ciegos y no ven el milagro.

Necesitamos del Espíritu que nos ilumine. Necesitamos de Jesús mismo, que sea nuestra luz.

La cuaresma es el momento para pensar en esto, el tiempo para orar, dar limosna con el dinero que ahorramos de nuestros ayunos, seguir en la revisión de nuestra vida.

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