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5º Domingo de cuaresma, Ciclo A


El tema para este domingo es la resurrección de los muertos. El evangelio narra la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María. 
A continuación, presento primero mis comentarios y luego, el resumen de las lecturas del día. Además, el lector puede ver la versión en YouTube.

Comentario

La resurrección de los muertos era una señal clara de la llegada del Reino. 
Cuando Jesús muere en la cruz, el evangelista nos dice que «Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos». (Mateo 27,52-53)
De todos modos la muerte en cruz de Nuestro Señor tuvo que ser un golpe fuerte para los discípulos. Su fe debió flaquear, naturalmente. Pero pronto supieron de su misma resurrección y entendieron mejor que estaban en los últimos tiempos, ciertamente. 
Ahora, que han pasado dos milenios y que hace tiempo que no parece que estemos en el fin de los tiempos, los cristianos estamos en una situación semejante. Nuestra fe sigue a prueba. ¿De veras que hubo esa resurrección de los santos que entraron a Jerusalén y se le aparecieron a muchos? ¿De veras que Jesús mismo se le apareció a los discípulos?
¿Cuál será la diferencia entre la narración de la resurrección de los muertos en tiempos de Jesús y la narración, digamos, de Adán y Eva en el paraíso? 
Uno entiende cómo los santos resucitaron al momento de la muerte en cruz de Nuestro Señor: «se aparecieron a muchos». Esto implica que no resucitaron para seguir viviendo en «este mundo». No es que se quedaron a seguir viviendo con sus familiares y a seguir sufriendo el día a día de la lucha en la existencia.
Tiene más sentido pensar, como lo pensaron quizás los primeros cristianos, que los «santos» que aparecieron vivos de nuevo a sus conocidos se presentaron igual que Jesús en las narraciones pascuales. A la postre, habría que decir lo mismo de Lázaro. 
Resucitar para volver a estar soportando las tantas inconveniencias del vivir no es algo atractivo. Es como el matrimonio. La luna de miel no puede ser eterna, en el sentido de ser la eterna repetición de lo mismo. Pasa lo mismo con un rico plato de comida. Si lo repites todos los días, cansa. Ese fue el comentario de Unamuno a la resurrección de Lázaro, ya no recuerdo en qué publicación suya fue. 
Pero nuestro ser reclama, como señalaba Unamuno, que no nos perdamos en el vacío, en la nada. Por eso me parece que el castigo de los malos es eso, desaparecer en la nada. El premio de los buenos es resucitar a un cuerpo –como lo vemos aquí, en los evangelios– en que se vive por siempre en el instante del amor a los seres queridos, en el amor de Dios. 
Por eso la comunidad cristiana ya vive la alegría de la resurrección en el amor entre los miembros de la comunidad. El Espíritu es el que mueve nuestros corazones, el mismo que nos resucitará a ese instante eterno.

Las lecturas del día


La primera lectura de hoy está tomada del libro de Ezequiel 37,12-14. «Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel,» nos dice el profeta. 
Ezequiel vivió en tiempos del Cautiverio babilonio. Perteneció al grupo de los que se mantuvieron fieles a su identidad judía y sintió el llamado a ser profeta. Entonces, como en la lectura de hoy, anunció la resurrección del pueblo hebreo. Para sus tiempos ya el Reino del Norte (Israel) había desaparecido y ahora el reino de Judá parecía desaparecido para siempre también. 
En ese contexto Ezequiel anunció la restauración de «Israel», refiriéndose al pueblo hebreo, cosa que se cumplió con la reconstrucción del templo en el siglo quinto antes de Cristo. En realidad, se restauró el reino de Judá. 
Lo que el profeta anunció como referido al pueblo, lo tomaron los contemporáneos de Jesús como señal de la llegada del Reino de Dios, la resurrección de los muertos. En los evangelios Jesús resucita a más de uno y cuando los discípulos de Juan vienen a preguntarle, él menciona la resurrección de los muertos como una de las señales de que el Reino ya está con nosotros.

La segunda lectura de hoy está tomada de la carta de San Pablo a los Romanos 8,8-11. «…si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes,» nos dice San Pablo. 
Para Pablo estamos hechos de carne, tenemos un cuerpo. Pero en nosotros hay un alma, una especie de espacio interior en que pueden habitar, lo mismo demonios, que el Espíritu de Dios. Como cristianos, por nuestra fe en la persona de Cristo Jesús, hemos recibido el Espíritu que entonces habita en nosotros y nos lleva a ser buenas personas y a tener pensamientos de justicia. 
En ese sentido hemos ya resucitado con Cristo, ya el Reino está con nosotros. Entonces, cuando nuestra carne mortal diga que ya no da para más, el Espíritu de Dios nos resucitará de la misma manera que resucitó a Jesús. 
Esta carne mortal no es mala y la vida feliz más allá de la muerte será feliz también porque será en un cuerpo de carne inmortal. 

La tercera lectura, el evangelio de hoy, narra la resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María. 
Las hermanas mandaron a llamar a Jesús para que viniera a curar a Lázaro, que estaba gravemente enfermo. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. 
Así, «Las hermanas enviaron a decir a Jesús: "Señor, el que tú amas, está enfermo". Al oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella".» 
Nótese que se da un paralelo con la curación del ciego de nacimiento, que vimos el domingo pasado. El ciego no era ciego por culpa del pecado, sino para dar ocasión a Jesús para que mostrara los signos de la llegada del Reino.
El evangelista nos dice que Jesús amaba mucho a estos tres hermanos, pero que no acudió a su llamado al momento. tardó dos días más en levantarse y dirigirse a casa de las hermanas en Betania. Jesús le dijo a sus discípulos, «Volvamos a Judea». Esto implica que ya iba camino de Galilea, de vuelta de Jerusalén. Era como tener que pasar el trabajo de volver atrás.
En la conversación con los discípulos nos dice el evangelio que Jesús le dijo a los discípulos, «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». Está claro que la resurrección de Lázaro va a ser una señal de los tiempos.
Los discípulos no están contentos por esta decisión, no sólo porque implica tener que volver atrás, después de haber adelantado trecho de vuelta a casa. «Vayamos también nosotros a morir con él,» dice Tomás el Mellizo. Quiere decir que saben que hay animosidad contra Jesús y sus seguidores en Jerusalén. Betania estaba cerca de la ciudad. 
Cuando llegan a la casa, Marta sale a saludarle. En cierto modo le reprocha: «Si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto,» le dice. En otras palabras: le hubieses curado. 
Jesús le dice, «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá…¿crees esto?». Marta le responde con un testimonio de fe: «Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo». 
Entonces Marta le pega un grito a María que estaba dentro de la casa, para que saliera a saludar al Maestro. María sale, y con ella los demás que estaban dentro de la casa con ella. 
María llega y le dice lo mismo que dijo Marta antes: si hubieras llegado antes, Lázaro no hubiera muerto. Pero Jesús no le pide un testimonio de fe. Llora. Vemos que Jesús era verdaderamente humano y no una apariencia de hombre.
Llegan hasta donde está el sepulcro, que es en forma de una cueva con una piedra tapando la entrada. Marta, la de mentalidad práctica, le dice a Jesús que de seguro huele mal, porque ya son cuatro días desde que lo enterraron. Pero Jesús ordena que muevan la piedra de la entrada. 
Entonces «Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Después de decir esto, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro, ven afuera!".»
Y entonces Lázaro salió con los pies y manos atados con vendas. Jesús ordena que le desaten para que pueda caminar y moverse. Nos podemos imaginar el resto. El evangelista dice que aquel día muchos creyeron en Jesús. 


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