La primera lectura de hoy es del Segundo Libro de los Reyes 4,8-11.14-16a. Narra la hospitalidad que practicó con el profeta Eliseo una mujer en la región de Sunam. Eliseo parece que tenía que pasar por allí en sus viajes. Recordemos que «viajar» en aquella época era ir a pie, por lo general. Esta mujer le reconoció como un hombre de Dios y decidió ofrecerle un cuarto de su casa para que pudiera alojarse. De hecho, el texto especifica que le pusieron una cama, una mesa, una silla y una lámpara. De esta manera esta lectura se asocia con el pasaje de la lectura del evangelio de hoy: el que recibe a un profeta por ser profeta tendrá su recompensa.
El salmo responsorial corresponde a unos versículos del salmo 89(88),2-3.16-17.18-19. Respondemos con este canto de alabanzas a Dios, por sus maravillas. Dios premia a los que caminan a la luz de su rostro.
La segunda lectura de hoy continúa la lectura de la carta de San Pablo a los Romanos capítulo 6,3-4.8-11. El punto central del pasaje de hoy es: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.»
En el bautismo del agua el Espíritu Santo descendió sobre nosotros como sucedió con Jesús en el Jordán. El bautismo también es una especie de morir para la vida insensata y sin sentido y un renacer a una vida nueva, vivos para Dios y en Cristo Jesús. Mediante el bautismo ya hemos ingresado al Reino de Dios.
Esto es algo que no podemos tener callado. Por eso todo cristiano es un misionero.
El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, 10,37-42. El pasaje de la lectura de hoy, siendo continuación de la lectura del domingo pasado, es parte del discurso de Jesús al momento de enviar a sus discípulos a anunciar la llegada del Reino por toda Galilea. «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí,» les dice. Es una manera de animarlos.
Hay que tomar la cruz y cargarla, les dice. Ese versículo debió ser intercalado años después. No es una idea que hubiera tenido sentido para los cristianos antes de la muerte y resurrección de Jesús. Está claro que el sentido es lo que dice a continuación: «el que pierda su vida por mí, la encontrará». Esto se entiende bien con el pasaje de San Pablo en la segunda lectura de hoy.
El evangelio de hoy es así un punto de referencia para todo cristiano. Todos los cristianos somos misioneros. Es que, habiendo pasado por el encuentro con Jesús igual que los discípulos, habiéndonos enterados de lo que es el Reino, no podemos menos que salir a anunciarlo.
No necesariamente eso implica rechazar a la madre, el padre, la familia. Sólo que, si hubiera que escoger, hay una sola alternativa.
En otras líneas del pasaje del evangelio de hoy Jesús le habla a los destinatarios del mensaje de la Buena Nueva: «Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».
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