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Domingo 12 del tiempo ordinario, Ciclo A

James Tissot Jesús envía los discípulos
James Tissot, Jesús envía a sus discípulos (Brooklyn Museum, Wikimedia Commons)

La primera lectura de hoy  es del libro del profeta Jeremías 20,10-13. «Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída,» se lamenta. Parece que el pasaje de hoy corresponde a un momento de la vida del profeta en que se siente rodeado de enemigos que buscan su desgracia. Pero entonces se reafirma en su confianza en Dios que le protegerá y le rescatará: «el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer». 

Pero entonces Jeremías añade algo que no cuadra con nuestra sensibilidad cristiana. «Señor de los ejércitos, que examinas al justo, que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!», dice. De todos modos al final canta su agradecimiento al Señor y exhorta a todos a unirse a él. «¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque él libró la vida del indigente del poder de los malhechores!» 

Este canto de alabanza y agradecimiento a Dios por librar a los pobres (los indigentes) del poder de los malhechores es algo que se repite en otros lugares del Antiguo Testamento. Es el tema que también aparecerá en el himno del Magnificat de la Virgen. 

Aparte de eso, Jeremías expresa el tipo de sentimiento de venganza que es típico también del Viejo Testamento. Dios es iracundo y dispuesto al castigo severo con los que no le complacen, como una especie de rey caprichoso y belicoso. Como una especie de capo de la Mafia, es invocado para que castigue a los que se oponen a sus amigos. 

Jesús inauguró otra manera de ver el asunto: el perdón de los enemigos y la mansedumbre que te puede llevar a la cruz. «Quien me ve a mi, ve al Padre,» dice Jesús a Felipe en la Última Cena. Así vemos que el desespero vengativo de Jeremías en un momento de debilidad no es algo de cristianos.


El salmo responsorial corresponde a unos versículos del salmo 69(68), 8-10.14.17.33-35. Con estos versículos nos hacemos eco de los sentimientos del profeta en la primera lectura.  «Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro,» dice el salmista. De esa manera expresa los sentimientos de todo inocente calumniado, menospreciado, perseguido y atacado. En esto Jesús también nos enseñó el camino. 

En unos versículos más adelante el salmista eleva su oración, «respóndeme, Dios mío, por tu gran amor, sálvame, por tu fidelidad. Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor, por tu gran compasión vuélvete a mí». Y entonces repite el tema que también la Virgen cantará en el Magnificat: «el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos. Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar, y todos los seres que se mueven en ellos»


La segunda lectura de hoy está tomada de la carta de San Pablo a los Romanos capítulo 5,12-15. Es parte de un largo pasaje en que el apóstol argumenta contra los que creían que los cristianos tenían que circuncidarse y seguir todas las disposiciones de la Ley. Por eso explica lo que conocemos como la historia de la salvación en términos de la historia de la Promesa de Dios a la humanidad a través de la persona de Abrahán. 

El argumento de San Pablo es el siguiente, como en el capítulo 3 y el comienzo del capítulo 4 de la carta a los romanos. Sin que Abrahán lo buscara, Dios le declaró justo desde su omnipotente voluntad. Sólo le puso como condición que tuviera fe y confianza en Dios.

Dios le ordenó a Abrahán que sacrificara a su único hijo, Isaac. Abrahán estuvo dispuesto a hacerlo. Entonces Dios lo premió, porque Abrahán fue un hombre de fe y un hombre de rectos caminos en presencia de Dios. «En efecto, no por la ley, sino por la justicia de la fe fue hecha a Abraham y su posteridad la promesa de ser heredero del mundo,» dice en Romanos 4,13. Dios le declaró hombre justo cuando todavía no se había circuncidado, antes de la Alianza con él y su descendencia, dice San Pablo. Por eso Abrahán es padre en la fe de todos los que creen y son salvos, independientemente de si son judíos, o gentiles. 

Por eso es que Pablo rechaza la ley. La ley es para los judíos, pero la fe es para la salvación de la humanidad. No solamente eso, sino que la ley es imposible de cumplir, mientras que la fe está a la mano de todos. 

Esto es posible porque Jesús vino a anunciarnos esa salvación que siempre estuvo a la mano gracias al plan salvífico de Dios desde toda la eternidad. 


El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, 10,26-33. El contexto del pasaje de la lectura de hoy es el envío de los discípulos a predicar por todo el territorio de Israel. 

En Mateo 10,5-7 dice, «A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: "No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca.» 

Nótese en qué consiste la predicación de Jesús que él entonces encomendó a sus apóstoles y discípulos: el Reino de Dios está cerca. Jesús llegó enviado por el Padre para anunciar eso, el Reino de Dios. 

Más adelante en Mateo 10,16 les dice, «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas.»

En Mateo 10,23 dice, «Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre.»

Y les describe todas las vicisitudes que van a pasar. Serán perseguidos, en otras palabras. Los discípulos no pueden ser más que el maestro. Por eso les dice al comienzo del evangelio de hoy (Mateo 10,26), «No le teman»; no tengan miedo al acometer esta empresa. «No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma,» añade.


Comentario

El evangelio refleja un momento en que Jesús envía a sus discípulos para multiplicar el mensaje de la llegada del Reino. Jesús les da poder sobre los demonios para demostrar el gran poder de Dios que ha llegado. También les da el poder de imponer las manos y así curar los enfermos. 

Todo esto es posible gracias a la acción del Espíritu Santo. En unos versículos antes del pasaje del evangelio de hoy les dice, «no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mateo 10,20). 

En este sentido los apóstoles y discípulos son como el profeta Jeremías. Los que están en posiciones de autoridad no estarán tan dispuestos a recibir el mensaje, cuanto los humildes y sencillos de corazón. Por eso se van a extrañar y se van a alarmar y van a reaccionar contra el anuncio del Reino de Dios. 

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Tradicionalmente se ha dado la explicación de la ceguera de las pasiones, para esa reacción visceral, inmediata, contra la predicación del Reino. Es que es una doctrina nueva, algo inesperado. A nadie le gusta que lo tomen por sorpresa y le quiten el apoyo donde estaba montado. A nadie le gusta que lo bajen del caballo.

De la misma manera que hay caballos que son mansos en su disposición, así también pasa con los seres humanos. Sólo que los mansos no alcanzan los puestos de poder, al menos como regla general. 

Pero en el Reino los mansos heredarán la tierra. (Mateo 5,4) A la larga, el bien triunfa sobre el mal.

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Tradicionalmente ha habido más de un grupo de religiosos y de pastores (de todas las denominaciones cristianas) que han interpretado lo de ser prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas a su propia conveniencia. Han justificado la hipocresía y no tenido reparo en manipular a las personas para sus propios fines. Sus víctimas han sido muchas veces los adolescentes desorientados y los ancianos, también desorientados. 

Está el caso de la Madre Teresa de Calcuta, con todas sus virtudes, que no hay que negárselas. Pero daba instrucciones a sus religiosas para buscar por todos los medios que los indigentes que recogían de las calles llegaran a bautizarse. Eso en sí no está mal. Lo que estuvo mal fue lo de «por todos los medios». Esto se tomó como permiso para bautizarlos al momento mismo de morir, sin que ellos mismos lo supieran. De esa manera fue para los efectos una práctica supersticiosa, a pesar de la buena intención.


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