El sentido de comunidad cristiana es algo que hemos estando buscando recuperar desde el Concilio Vaticano II, a mediados de siglo veinte. En mi caso personal nunca tuve tiempo para leer sobre el tema como sería apropiado y difícilmente podía captar esto hasta que llegué a leer a Dom Gregory Dix sobre el tema de la liturgia.
Así, caí en cuenta en todo lo que significa la necesidad de tomar consciencia o hacerse cargo de lo fundamental que es el aspecto comunitario de la celebración eucarística.
Ahora es que vi bien en qué consistió la necesidad de dejar el latín como lengua de culto y subrayar la participación del pueblo.
Cuando Lutero montó su protesta e inició la Reforma protestante, los cristianos no encontraban la expresión más apropiada de su relación con Dios en el culto público, en la misa. Lo encontraban en sus devociones personales. Esto fue lo que se perpetuó en realidad a partir de ese momento, tanto en el catolicismo, como en las iglesias separadas.
Ese es el punto. En ambos casos, en el catolicismo y en las iglesias separadas nos quedamos con el aspecto devocional de nuestra relación con Dios y nos olvidamos del aspecto eucarístico en el sentido con que lo entendían los primeros cristianos.
Todavía muchos cristianos van al encuentro con Dios mediante las prácticas devocionales. Lo mismo sucede con el culto en las iglesias separadas.
Esto se da porque no hay una idea de la tradición eucarística como verdadera cena del Señor.
Muchos, sino todos, de los que vienen a misa están dentro de un esquema de ir al restaurante. Vas, te sirven, sigues unos protocolos o normas de conducta y unos patrones de conversación, te alimentas, te levantas y te vas. No eres el dueño del restaurante. Por eso la cena entre amigos no es como la cena familiar. Es como celebrar Thanksgiving en el restaurante. No es lo mismo que en el seno familiar.
En este sentido es que la comunidad cristiana no es una comunidad verdadera, en cuanto no es una verdadera familia.
Pero la institución de la iglesia, sea entre católicos, sea en las iglesias separadas, no es cosa de una multinacional que tiene sucursales en todo el mundo. No es como una cadena de restaurantes que ofrece sus servicios.
No es que los feligreses son los clientes de los curas.
En parte esto sucede porque es un cristianismo de masas. Es inevitable que en grupos de docenas de personas el culto se vuelva impersonal. Más de quince personas ya es demasiado.
Por eso es que lo ideal es tener parroquias como grupos de comunidades pequeñas, como en el esquema de San Miguelito en Panamá, de las "comunidades de base". En la parroquia de San Miguelito se entró en esto en la década de 1960. La parroquia entonces sería "la comunidad de comunidades".
En las iglesias separadas esto no representa un problema tan grande, porque de partida no son comunidades de cientos de personas.
En pequeñas comunidades podemos experimentar mejor lo que hicieron los primeros cristianos. Nos reunimos para estar con Jesús que está allí donde dos o tres se reúnan en su nombre. Entonces nos encontramos con el hecho que el grupo es el cuerpo místico de Cristo, que la Escritura es alimento para el alma, tanto como el comentario sobre la Escritura y luego el pan eucarístico que compartimos.
Resulta curioso averiguar que el canto del "Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo" que se ubica después del Padre Nuestro en la misa romana tiene su origen en haber sido el canto que acompañaba el tiempo que se tomaba el que presidía la ceremonia (el supervisor de la comunidad romana) para arrancar pedazos del pan eucarístico que era una hogaza grande. Por cierto el que lo hacía no era el celebrante, sino el que presidía, porque celebrar, la ceremonia la celebraban todos.
En ese momento también se separaban unos pedazos para llevar a los enfermos y a los ausentes. Y también se separaban unos pedazos para enviar a otras comunidades en señal de comunión, de solidaridad fraternal entre las comunidades. Entonces se traía también algún pedazo de los enviados de otras comunidades a Roma. Como a menudo estaba duro, por eso se sumergía en el vino, para ablandarlo. Esa tradición de tomar un pedazo de la hostia y echarla dentro del cáliz permaneció en la liturgia romana hasta el siglo veinte, cuando fue discontinuada. De seguro ningún sacerdote sabía la razón para hacer eso.
Hasta la época de Carlomagno (ochocientos años después de Cristo) no tenemos noticia del uso de pan sin fermentar. La primera noticia es de una costumbre desarrollada entre los germanos del norte y que poco a poco se fue difundiendo. En Roma no se llegó a adoptar hasta más tarde. Entre tanto los bizantinos condenaron esa práctica y hasta el día de hoy usan pan fermentado. El pan sin fermentar simboliza la muerte, dicen, mientras que el pan fermentado simboliza la vida. Además, argumentan ellos, la Última Cena se dio antes del comienzo de la Pascua, por lo que se puede pensar que Jesús usó pan fermentado.
Con el paso del tiempo el pueblo de Dios se dividió entre la Jerarquía y los fieles de fila, como en el ejército. Igual que en el ejército, el de fila no está para cuestionar a los autorizados de rango. Puede que el ejército actúe por momentos como un solo hombre. Pero el mérito se lo llevan los oficiales. Los de fila están para sudar y poner su vida en peligro y al servicio de los demás.
El verdadero pueblo de Dios no es así. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, constituido por todos los fieles creyentes en paridad. Cuando se reúne, Cristo está presente. Por eso, cuando la comunidad reza, es toda la comunidad que reza. Es Cristo que reza de esa manera en y con la comunidad de los creyentes.
El lector puede ver mis otros apuntes sobre el tema del Corpus Christi en los años anteriores:
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