La Congregación para la Doctrina de la Fe ha emitido un comunicado reciente en que renueva la condena del suicidio asistido practicado con personas en las etapas terminales de vida (ver https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20200714_samaritanus-bonus_sp.html en la página del Vaticano).
El lector puede leer el documento por su cuenta.
A mí me preocupa encontrarme en etapa de muerte en un hospital católico, porque los médicos tendrán que decidir a base del miedo a los abogados y a las monjas supervisoras. Pero pensemos esto con calma, como cristianos, ahora. Qué no decir de los legisladores que al momento de pasar leyes sobre el asunto lo harán llevados por el deseo de complacer a los votantes.
Uno puede razonar sobre esto mirando esto «desde arriba». Uno puede pensarlo tomando en cuenta eso, en el qué dirán los votantes y los amigos, o en lo que dicen los clérigos, o en lo que pueda entenderse desde abstracciones y teorías.
Qué tal verlo «desde abajo», sobre el terreno, sobre la práctica. Pasa lo que en el evangelio de este domingo 26 del tiempo ordinario, ciclo A. Uno puede mirar la conducta de las personas en términos de lo que se supone y también, en términos de lo que se supone (entendido de dos maneras distintas). Pido al lector leer lo que sigue con serenidad. No es asunto de que yo tengo la verdad agarrada por el rabo. Es asunto de reflexionar sobre el asunto, conversando.
A continuación, pongo aquí unos pensamientos de un tiempo atrás.
Hay situaciones en que no es fácil conservar la dignidad. Vivir y morir con dignidad equivale a vivir y morir con un respeto hacia sí mismo. Sabemos de muchos casos de personas que no pudieron conservar su dignidad al momento de morir.
Eso le sucedió a los judíos en los campos de concentración a manos de los nazis. No es fácil mantenerse con dignidad cuando uno está en pijamas y desesperado por el hambre y la sed.
Es difícil conservar la dignidad cuando uno está doblegado por la necesidad, por la enfermedad, el dolor extremo y la falta de alimento y oxígeno. Si uno muere en esas circunstancias, como murieron los judíos a manos de los nazis, uno muere en medio de la desesperación y el dolor.
Hemos de pensar cómo el cristiano va a pensar y proceder en un momento así. Veamos esto desde «adentro», «desde abajo». Si uno puede anticipar el proceso de la propia muerte, uno también puede buscar la manera de morir con dignidad. Si la muerte lo sorprende a uno, qué remedio.
Hoy los médicos nos pueden predecir el curso de una enfermedad terminal con una certeza aproximada. En ocasiones las enfermedades llegan a una etapa en que ya no hay esperanza de recuperación. Toda intervención médica será un paliativo y no una cura.
Más aun; luchar contra una enfermedad que no tiene remedio es ir contra la voluntad de Dios. Cuando llega la etapa del morir, no tiene sentido luchar contra ella.
Al contrario, la etapa de la muerte no nos cierra el futuro, sino que lo abre. Como cristianos, para nosotros la muerte no es el fin, sino la transición al encuentro definitivo con Dios en la gloria. No tiene sentido, entonces, buscar detener esa transición hacia el encuentro feliz en la patria celestial. Es como ponerle resistencia a Dios mismo. Es no aceptar su voluntad como no la aceptó el diablo.
Ante un futuro en que no se puede anticipar otra cosa que el deterioro continuo del cuerpo y de las capacidades mentales de la persona hasta finalmente morir no puede esperar uno que su muerte será con dignidad.
No es digno morir enajenado, sin poder tomar decisiones por cuenta propia, sin poder controlar sus funciones biológicas, sin poder controlar el desorden en la química de su cuerpo, manteniéndose en vida con unas máquinas… Es morir bajo la terrible dictadura de los médicos y de las leyes civiles que obligan a sólo seguir un curso de acción, algo así como los nazis obligaron a los judíos a seguir un curso de acción hasta su muerte.
Si sé que mi vida en este mundo no tiene futuro; si sé que en todas las culturas el suicidio ha sido una manera de salvar el honor; si creemos que la etapa final no anuncia el fin, sino el comienzo de una nueva vida con los santos en el cielo; tiene sentido escoger el suicidio asistido.
Tiene sentido, una última cena para compartir con los seres queridos, para pasar luego a una muerte que uno mismo decide cómo se dará, igual que uno puede disponer la manera con que se celebrará el funeral.
Cómo contrasta esa escena con la otra, cuando uno muere lleno de medicamentos, inutilizado físicamente y sin capacidad mental (aunque no se haya dado la muerte cerebral), sometido a medidas que sólo sirven para prolongar la agonía, medidas que ponen a uno a sufrir sin poder evitar el desenlace final. Y los familiares también sufren.
La eutanasia no es para todo el mundo, de la misma manera que el ron y el café no son para todo el mundo. Pero por eso no vamos a prohibir el ron y el café.
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