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Domingo 24 del Tiempo Ordinario, Ciclo A

 

Imagen de Pixabay.com


El tema de este domingo es el perdón al prójimo


La primera lectura de hoy está tomada de Sirac (Eclesiastés) capítulo 27,33-28.9. «Furor y cólera son odiosos,» dice. El Señor se ocupará de tomar venganza de los vengativos. El Señor lleva estrecha cuenta de la culpa de los culpables. Por eso Sirac nos exhorta a perdonar al prójimo. Es una contradicción guardar rencor y a la misma vez pedir perdón a Dios: «¿Como puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?»

Conclusión: «Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; [no olvides] la alianza del Señor, y perdona el error.»

El salmo responsorial responde a la primera lectura con versículos del salmo 102,1-2.3-4.9-10.11-12. «Bendice, alma mía, al Señor,» cantamos; «Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.» Cantamos alegres porque Dios no guarda ni se fija en nuestros errores o nuestras culpas.

La segunda lectura de hoy continúa la lectura de la carta de San Pablo a los Romanos en el capítulo 14,7-9. «Ninguno de nosotros vive para sí mismo,» dice el Apóstol. Vivimos para el Señor. Él es literalmente eso: nuestro Amo, nuestro Señor. Él no es un Amo como los negreros látigo en mano, sino como el pastor que guía sus ovejas. 

El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, en el capítulo 18,21-35. La lectura continúa justo en el versículo siguiente al del domingo pasado. El compilador del evangelio (asumimos que haya sido San Mateo) recogió las anécdotas y frases de Jesús y ahora nos pone una pregunta de Pedro, que ha tomado la iniciativa entre los apóstoles desde hace varios domingos. «…se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: 

- «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»

Jesús le contesta:

- «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»

De inmediato Jesús añade, «Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados.»

Entonces cuenta la parábola del rey que se encuentra con un empleado que le debe diez mil talentos, una cantidad inimaginable de dinero. Le debe algo así como cincuenta millones de pesetas oro, según la Biblia de Jerusalén, 2ª edición. Según otras referencias de la Internet un talento era el equivalente de veinte años de sueldos para un trabajador. 

Como el empleado no tenía con qué pagar, el rey ordenó que lo vendieran junto con su familia para sacar el dinero que le debía. El empleado, desesperado, se arrojó al suelo y le suplicó que no lo hiciera y que le diera una oportunidad para poder pagarle. Entonces el rey le perdonó la deuda. 

La cantidad inimaginable de la deuda es una exageración como para ilustrar el punto del cuento. Porque resulta que el empleado al salir se encontró con otro que le debía a su vez cien denarios. La Biblia de Jerusalén (en tiempos anteriores al Euro) propone que era el equivalente de ochenta pesetas oro. El punto es que se trata de una deuda mucho menor que la anterior.

El empleado no tuvo compasión del que le debía una cantidad que bien podía conseguir para pagarle (a diferencia de los diez mil de la deuda anterior). 

Entonces el rey se enteró y lo mandó a llamar y lo entregó a los verdugos hasta que pagase su deuda. «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano,» termina Jesús.


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Dios perdona. Es lo que Jesús viene a anunciar también. Un cristiano perdona los agravios más graves, como hace Dios. 

Alguien podría decir que para Dios –para un rey– es fácil perdonar porque él no necesita, no depende de lo que le podamos dar para satisfacer la deuda que tenemos contraída. 

Es lo que podemos decir de Dios. Él no necesita de nuestros regalos. No es que vamos a pretender comprar a Dios con nuestros gestos, tampoco. Estrictamente hablando él no necesita de nuestros gestos.

Pero eso mismo demuestra el perdón de Dios que Jesús revela a través de sus parábolas. Dios es un padre que perdona sin tener obligación alguna de perdonar. Nosotros podemos entrar al Reino si perdonamos como él, con la misma generosidad de espíritu. 

En eso mismo vemos lo que es el Reino. No es un mundo futuro. Está aquí, ahora, en el momento en que perdonamos generosamente y sin pensarlo dos veces. 

La virtud sólo sale a relucir cuando es puesta a prueba. En la tentación y en la dificultad, cuando alguien nos hiere y nos causa daño es cuando se vuelve difícil perdonar. 

Habría que subrayar que perdonar no equivale a faltarse el respeto uno mismo. Una esposa maltratada o una persona víctima del bullying puede y debe perdonar, pero también debe buscar una solución a su problema y salir de alguna dependencia nociva respecto al otro, al que perdona. 

De la misma manera uno que depende para que se le pague porque no tiene otro recurso de vida, puede perdonar, pero seguir buscando modos para ayudar al otro para que pueda devolverle lo debido.

Entre tanto, está claro. Al perdonar ya nos vemos en el Reino.

Recomiendo al lector ir al pasaje del evangelio de hoy en la Biblia de Jerusalén. Allí encontrará buenas remisiones en las notas al calce como para sentarse a reflexionar este domingo.



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