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Domingo 34 del Tiempo Ordinario, Ciclo A. Solemnidad de Cristo Rey

 



Este domingo marca el final del año litúrgico con la solemnidad de Cristo Rey.

El tema de este domingo es el día final al final de los tiempos.


La primera lectura de hoy está tomada del libro del profeta Ezequiel 34,11-12.5-17. «Así dice el Señor,» nos dice, «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas». Y más adelante, en la lectura, «Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas». Al final termina: «Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.»

La lectura anuncia indirectamente lo que los judíos de la época de Jesús y los primeros discípulos tomaron como el final de los tiempos. Podemos pensar que en el Cautiverio babilonio nació una nueva comprensión de la fe judía en la historia de la humanidad. Esto se puede resumir:

  1. Israel fue el pueblo escogido de Dios.
      • Israel se alejó de Dios con sus infidelidades.
  1. Dios usó a los asirios y a los babilonios como instrumentos de su furia y su castigo. 
      • En medio del Cautiverio y del desastre nacional, siempre quedó un resto fiel a Yahvé. 
      • Ese resto fiel ahora sería el nuevo pueblo, como un Israel resucitado.
  1. Ello se concretizó en el reino de Judá y la construcción del nuevo (segundo) templo. 
  2. Los profetas anunciaron que Yahvé traería a «las ovejas dispersas», a los israelitas dispersos al reino de Judá, para que Jerusalén llegara a ser luz de todos los pueblos. 
    1. En ese contexto es que se expresa el profeta Ezequiel en la primera lectura de hoy. 
    2. En ese contexto se expresa Jesús cuando envió a los discípulos a anunciar la llegada del Reino «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mateo 10,6). 
      • Probablemente así lo entendieron los discípulos cuando le escucharon decir «Yo soy el buen pastor» (Juan 10,11).
      • También encontramos a Jesús hablando de su misión cuando la mujer cananea le pide un milagro para su hijo y él le dice, «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mateo 15,23). 
  1. Entonces, esto debió ser la manera de pensar en los tiempos de Jesús: 
    1. Dios escogió revelarse mediante el pueblo de Israel.
    2. Es natural que Dios quiera que Jerusalén sea la Señora de las naciones para que todos los pueblos conozcan la Verdad.
    3. Cuando Jerusalén llegue a ser la Señora de las Naciones ya no habrá necesidad de nada más. Será el fin del mundo. 
  2. Sólo hubo una equivocación.
    1. El Reino de Dios no llega de manera política. 
    2. El Mesías no llega como alguien con gran poder y majestad.
    3. Eso también lo anunciaron los profetas, que no necesariamente era asunto de un reino político.
  3. Esta es nuestra fe,
    1. Dios habló por la historia de Israel.
    2. Dios habló por los profetas.
    3. Dios habló por la persona de Jesús, el Camino, Verdad y Vida.
    4. El Reino de Dios eventualmente triunfará y en él no hay cabida para los «malos».


El salmo responsorial responde a la primera lectura con versículos del salmo 23(22),1-2a.2b-3.5.6. «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar,» cantamos.


La segunda lectura de hoy está tomada de la primera carta de San Pablo a los Corintios 15,20-26a.28. Pablo formula la fe de los primeros discípulos. Cristo resucitó para así dejar saber que todos resucitamos (al ser incorporados a él mediante el bautismo). Podemos hablar de dos resurrecciones en nosotros, como dirá luego San Agustín. Está la resurrección de nuestra renacer en Cristo mediante la fe y el bautismo; está la segunda resurrección que se dará «cuando él vuelva,» como dice Pablo. Cuando Cristo vuelva, resucitaremos todos los que somos de Cristo, «cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniqui­lado todo principado, poder y fuerza.»

Es decir, que antes del fin del mundo Cristo tiene que reinar sobre todo. «Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se some­terá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.»

Sólo que el poder y el reino al que se refiere Pablo no es un reino político o «de este mundo». Eso no quiere decir que es un reino «espiritual» necesariamente, como para implicar que haya que intentar ser ángeles; o que el reino de Dios sólo es posible al modo angelical. 

No; el reino de Dios no es un reino humano en el sentido de las mezquindades y las rivalidades y las luchas por el poder, por la comida y el vestido y la arrogancia y la vanidad. No; el reino de Dios es ciertamente humano, pero en el sentido de la solidaridad y la conducta encaminada al bien común de todos. Es lo que expresa el papa Francisco en nuestros días con su carta encíclica Fratelli («Hermanos todos»).  



El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, en el capítulo 25,31-46. Jesús le anuncia a los discípulos que llegará «el Hijo del Hombre» para separar como un pastor, a las cabras de las ovejas. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá a las ovejas: Vengan, entren ahora al Reino, «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me ves­tisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.»

Ahí está lo apuntado en los párrafos anteriores sobre la segunda lectura. El Reino de Dios es el reino de los mansos de corazón que también son agresivos para practicar bien hacia los hermanos, siendo que consideran hermanos a todos los seres humanos y que sostienen una actitud análoga hacia todos los animales y toda la creación.


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Habrá quien se pregunte por la existencia de Dios. Podemos dudar de Dios, pero no dudamos de nuestros propios sentimientos y sensaciones. No hay duda de lo que sentimos y lo que pensamos. Entonces, ahí es donde encontramos a Dios. No hay que buscarlo afuera, porque lo podemos descubrir en nosotros.

Uno puede entonces preguntarse si lo que encuentra dentro de sí son fantasías, imaginaciones. Pero también uno puede distinguir en la selva de las propias imaginaciones lo que es de verdad y lo que no lo es. 

La incomodidad que uno siente, por ejemplo. Uno puede reconocer que no todo el mundo tiene que sentir incomodidad a la vista de un lagartijo. Uno se da cuenta que no es necesario, ese sentimiento, esa reacción. Uno puede admitir que alguien no tenga la misma reacción. 

Pero hay cosas que uno las ve como buenas y no sólo eso; parecen buenas de verdad. Alguien que no las reconozca como buenas tendrá que ser un anormal. A no todo el mundo le tiene que gustar el helado de vainilla. Pero alguien que no reconozca el valor de un amor desinteresado…; el valor de la unión en familia…; el valor de la seguridad de una palabra de caballero…; así sucesivamente.

La idea de Dios puede parecer algo discutible. Pero el valor que tiene socorrer a los pobres, dar de comer el hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, y así… Nadie puede cuestionar eso. Entonces, ahí está Dios. 

Dios está ahí, en la inclinación al bien, en el amor al prójimo.

¿Me lo inventé yo? No; esta es la verdadera tradición cristiana. Es lo que nos dice el evangelio de hoy. 

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Si no amamos al prójimo, no somos cristianos. 

Uno puede decir que hay otra (segunda) «tradición cristiana», la de perseguir, torturar, matar a nombre de Cristo, de «Cristo Rey». 

Hay también otra (tercera) «tradición cristiana» que es una variante de la anterior, y es su expresión política cuando los cristianos son minorías. Es el caso de los que quisieran estados confesionales, en que se impusieran los «criterios cristianos». Sólo que tales criterios son criterios; pero no son «cristianos». Y si son cristianos, lo son de una manera desenfocada, distorsionada, como la obsesión con el tema del aborto. No toman en cuenta al prójimo (como criterio principal), sino que se guían por principios filosóficos abstractos. Se guían por «la sabiduría de este mundo». Esto es, que ser cristianos para ellos es acomodarse a una definición al modo con que juzgan los abogados. Eso es lo que también hacían los fariseos. Es lo que denunció Jesús en los evangelios. 

Está el ejemplo del aborto. Los fariseos de los tiempos de Jesús se ponían a discutir cuántos pasos se podían dar al caminar sin violar la ley del sábado. Ciertos «cristianos» de hoy se ponen a discutir si en el primer instante de la concepción (el cigoto) ya tenemos un ser humano. Nada más importa, para ellos. Y, claro, ya están convencidos, de partida, de que el cigoto ya es un ser humano, sin nada más que hablar.

Nunca pude pasar de esa etapa del diálogo. Digo que uno puede conceder (como si estuviésemos en una discusión de políticos, o de abogados) que el cigoto es ya un ser humano y que eliminarlo equivale a un homicidio. Pero no todos los homicidios son asesinatos. Ahí es que ciertos «cristianos» se ponen bizcos. 

Es que, para ser cristianos no es necesario decidir si uno está a favor o en contra del aborto, como tampoco es asunto de estar pendiente de si comer carne de cerdo viola la ley del sábado. Ser cristiano es otra cosa. 


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