El tema de este domingo es la parábola de las diez vírgenes esperando al esposo.
La primera lectura de hoy está tomada del libro de la Sabiduría 6,12-16. «La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean,» nos dice.
Tuve que ir al diccionario a buscar «inmarcesible». Significa «que no se marchita».
La sabiduría nunca cambia, es sempiterna, es siempre la misma. También nos dice la lectura que «ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento». Entonces,
- No todos aman la sabiduría y por tanto, no la ven.
- Para ver la sabiduría hay que amarla de antemano.
- A la sabiduría hay que buscarla, pero no es problemática, porque ella misma busca a los que la merecen y les sale al paso en cada pensamiento.
Entonces la realidad es que no todos están imbuidos de la sabiduría. Algunos la poseen y otros forcejean con ella, o no están bien poseídos de ella, o simplemente no la tienen.
¿Ser sabio no tiene que ver con nosotros? Bueno, pareciera que ser sabio es asunto de disposición de ánimo. Depende de cómo adoptemos nuestra actitud ante la vida.
La sabiduría se nos ofrece como una mujer que nos ama de antemano. Otra cosa es cómo respondemos. Es como un hombre que ama una mujer y la respuesta que ella pueda dar a esa propuesta de amor.
La sabiduría es como Dios que nos ama.
En el caso de las vírgenes necias del evangelio de hoy, es asunto de la actitud que se tenga respecto a la llegada del esposo.
El salmo responsorial responde a la primera lectura con versículos del salmo 62,2.3-4.5-6.7-8. «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti,» cantamos. El testimonio del amor de Dios para nosotros lo llevamos en nuestra mente y en nuestro corazón. «La sabiduría nos sale al paso en nuestros pensamientos,» vimos en la primera lectura. Con el salmo testimoniamos que Dios nos sale al paso continuamente en nuestros pensamientos y en nuestras inquietudes. Dios es como una sombra en que nos refugiamos; «a la sombra de tus alas canto con júbilo».
Ángel de Chernobyl |
La segunda lectura de hoy continúa la lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses capítulo 4,13-18. Creemos que Cristo Jesús ha muerto y resucitado, nos dice; de la misma manera Dios llevará con él a los que han muerto, por medio de Jesús.
Se nota que Pablo habla esperando la Segunda Llegada de Jesús con todo lo que ha de pasar al final del mundo, del tiempo, de todas las cosas. Recordemos que este es uno de los textos más antiguos, donde encontramos la fe de los primeros discípulos. Pablo y sus oyentes estaban convencidos que el final llegaría en cualquier momento: «a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor.»
El evangelio de hoy continúa la lectura de San Mateo, en el capítulo 25,1-13. «El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas,» le dice Jesús a sus discípulos.
Recordemos que los reyes y los grandes de aquella época se hacían de un harén de mujeres. Podemos de presumir que en esta imagen que Jesús nos presenta, la diez jovencitas («doncellas») esperan la llegada del Prometido para entrar como esposas al banquete de bodas y entrar a formar parte del reino del Esposo.
Sólo que el esposo tarda y unas chicas son prevenidas (tienen sabiduría como anticipado en la primera lectura) y otras son necias (no son sabias) y no se prepararan adecuadamente.
Las que son sabias se pertrechan bien de aceite para sus lámparas. Las necias no tienen suficiente aceite. Al ver que el esposo tarda todas se duermen alumbradas con sus lámparas. A la medianoche se anuncia que llega el esposo. Las necias ven que sus lámparas se apagaron. Piden a las prudentes que les presten un poco de su aceite. Pero las prudentes se niegan porque entonces no habrá suficiente aceite para todas.
Las necias entonces van a comprar aceite, se ausentan. El esposo llega y las prudentes entran con él al reino y al banquete.
Las necias entonces llegan de estar buscando aceite. Pero no pueden entrar. «Señor ábrenos,» piden las necias. «Os lo aseguro: no os conozco,» les contesta el esposo. Jesús entonces termina con la moraleja de la parábola: «Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»
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- Las prudentes no quisieron compartir su aceite con las necias. Esto no es cristiano, dirá alguien.
- La sabiduría popular dice que no se debe desnudar un santo para vestir a otro.
- En más de una ocasión (así he perdido más de un amigo a lo largo de los años: el padre Diosdado Jiménez; José Ramírez; otros) el que se ahoga se lleva consigo al abismo al que sale a rescatarlo.
- Jesús también está diciendo que cada uno es responsable de su propia vida. Cada uno es responsable de sí mismo ante Dios.
- El punto de la parábola es que nos hagamos cargo de nuestra vida y de nuestra situación.
- Veamos si de veras estamos preparados para la llegada del Reino.
- La muerte de cada cual es la llegada del Reino para cada uno de nosotros. Nadie puede prepararse a nombre de nosotros.
En el mundo hispano padecemos de este mal. Preferimos que la excepción sea la regla.
La justicia de Dios es la justicia del amor. Pero como la sabiduría, es un amor que nos sale al encuentro y depende de la actitud personal de cada cual para anidar en nuestro espíritu. La cooperación y disposición de nuestro espíritu es algo que no lo puede sustituir ni el mismo Dios.
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