El tema de este domingo es la observancia de la Ley y la tradición.
En el evangelio de hoy los fariseos critican a Jesús porque sus discípulos comen sin lavarse las manos. Lavarse las manos es algo establecido por la Ley.
Jesús entonces critica a los fariseos por atenerse a la letra de la Ley. Cumplen la letra y tienen manos limpias, pero en su corazón están llenos de "sucio", de malicia.
En el evangelio de hoy Jesús explica cómo hemos de entender la Ley. Como buen judío, Jesús también tuvo una gran estima por la Ley. La Ley fue el don de Dios para el pueblo israelita y para nosotros también.
Entonces, lo que Jesús aclara no es que hay que echar a un lado la Ley. Lo que aclara es que cumplir la Ley no nos hace buenos. Es lo que dirá San Pablo después: no nos podemos justificar sólo a base del cumplimiento de la Ley.
Podemos cumplir la Ley y sin embargo ser unos malvados en nuestro corazón. Es el caso de los curas pedófilos y también el de los curas peseteros (pendiente sólo del dinero). Visten como si fueran santos, hacen gestos de santos, hablan como si fueran santos —igual que los fariseos— pero en su corazón son todo lo contrario.
Denunciar eso no anula la verdad del evangelio. Es lo mismo con la Ley. Jesús denunció la Ley, pero eso no anula la verdad de la Ley. Sólo que la Ley se resume en ser una persona decente. Dirá Jesús «…y amarle (a Dios) con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo «vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (Marcos 12,33). Esto que Jesús nos recuerda ya está en los profetas y en la Escritura, como en las remisiones de la Biblia de Jerusalén: Amós 5,21; 1 Samuel 15,22; salmo 40,7-9.
La Ley se compendia en ese reconocimiento del bien, que deriva del haber escuchado la Palabra de Dios, tanto de boca de los profetas y la Escritura, como de boca de Jesús. Es lo que Jesús expuso en la parábola del sembrador (Marcos 4,3ss). Los que reciben la Palabra con buena voluntad son como la tierra buena que recibe la semilla y por eso dan frutos. Por sus frutos los conoceréis.
Es también lo que menciona San Pablo en Romanos 8,15. Hemos recibido el Espíritu por el que la Ley adquiere su pleno sentido. Por eso Jesús dirá que él no vino a abolir la Ley.
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