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Domingo 22, Tiempo Ordinario, ciclo B

Obra original en un blog sobre hipocresía; texto traducido en versión mía.

La primera lectura para este domingo está tomada del libro del Deuteronomio 4,1-2.6-8. Al final del capítulo anterior, el pueblo de Israel va a cruzar el río Jordán y entrar a los territorios de Canaán. 
Los israelitas cruzando el Jordán
Dios le reveló a Moisés que no podría pasar con ellos como castigo al pueblo, por haber dudado de Dios en desierto. Moisés se despide del pueblo como un padre que se despide de sus hijos. Ese es el contexto del comienzo del capítulo 4°, que corresponde a la lectura de hoy.
Paréntesis
Uno puede preguntarse cuál es la lógica de que Moisés sea castigado por pecados que él no cometió. Es que, en la mentalidad de los antiguos, el rey era responsable de los pecados del pueblo, igual que el pueblo también pagaba por los pecados del rey. Está el caso del adulterio del rey David y el asesinato del esposo de su concubina, para después terminar casándose con ella. El pueblo pagó por ese pecado abominable.
Sea como fuere, está el hecho de que Moisés murió antes de que el pueblo cruzara el Jordán.

Entre tanto, en el pasaje de la lectura de hoy encontramos el tema que enlaza con la tercera lectura, el evangelio. “No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada,” dice Moisés en su discurso de despedida, “así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy”.


El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 14,2-3a.3bc-4ab.5. Los versículos de este salmo puestos en boca del pueblo de Israel podrían servir de respuesta al discurso de despedida de Moisés. A nosotros también nos sirven para evocar el sentimiento de adhesión a los mandamientos de Dios.
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que…practica la justicia,
…tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

…que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
…que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará.


La segunda lectura es del comienzo de la Carta del apóstol Santiago 1,17-18.21b-22.27. “Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba”, nos dice. Y añade más adelante, “Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es ca­paz de salvaros”. 
En la segunda lectura de hoy el apóstol Santiago nos conmina a aceptar dócilmente lo que se nos predica desde la Escritura. La Revelación en la Palabra es don de Dios para nosotros. Hemos de aceptarla con docilidad, a la escucha de Dios mismo. 
Pero entonces, no basta leer, reflexionar, rezar con Dios presente en la Palabra. El apóstol termina el pasaje de la lectura de hoy con una indicación. Es lo que en España siempre han dicho, “Obras son amores y no buenas razones”.
“La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no man­charse las manos con este mundo,” nos dice.
No lo podía haber puesto mejor.

El evangelio de hoy está tomado del evangelio de Marcos 7,1-8.14-15.21-23. Algunos fariseos y escribas se acercan a Jesús y lo confrontan. «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición…?»
Ahí el tema del evangelio de hoy: las tradiciones sagradas y el fariseísmo. 
Los fariseos se adherían ciegamente a las tradiciones. Había que cumplir los rituales, porque sí. Como en el caso de los niños cuando preguntan por qué hay que irse a la cama y los padres contestan, “Porque sí”. 
Hay quienes prefieren una religión infantil en que no hay que dar explicaciones. 
“…hipócritas,” les dice Jesús a los fariseos (hoy, a los tradicionalistas que ponen a circular falsas noticias contra el papa Francisco, como desde EWTN) y les cita al profeta Isaías. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.”
«Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre,” les dice. 
La verdadera religiosidad no consiste en actos, rituales, obligaciones, hábitos y vestimentas o beaterías de fariseos. La verdadera religión es la del corazón, como lo indicara el apóstol Santiago al final de la segunda lectura de hoy.
Lo sabemos todos, liberales y tradicionalistas lo mismo en contra que a favor del papa Francisco. En la institución de la iglesia, y en las otras iglesias y sectas, hay un gran número de fariseos de mentes torcidas, de corazón deforme. 
“Porque de dentro, del corazón del hom­bre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homici­dios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envi­dia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro,” dice Jesús.
Hay católicos que siguen observando la ley de la abstinencia todos los viernes del año, como antes del Concilio Vaticano Segundo. Los hay que el Viernes Santo en particular no comen nada, sólo toman agua. Y le dan una gran importancia a eso.
Pasa lo mismo con los que viven obsesionados con el tema del aborto. No dedican la misma pasión a la calidad de vida o a la formación y educación de los niños.
Y de los escándalos de los pastores y clérigos llenos de adulterios, injusticias y fraudes, ni hablar.
Comentario breve
Luego del paréntesis de los domingos anteriores en que estuvimos leyendo del evangelio de San Juan, retornamos al evangelio de Marcos, que es el que más se lee en los domingos del Tiempo Ordinario, Ciclo B. 
La confusión de “los puros”
Al decir “pecado” de inmediato nos vienen a la mente los desórdenes sexuales. Recuerdo la película Los diez mandamientos, en que el baile alrededor del becerro de oro en la falda del Sinaí se representó como una bacanal. Cuando en realidad, en su contexto original, el verdadero pecado fue el de la idolatría.
Así, podemos pensarnos buenos cristianos porque en nuestra vida no hay deslices o desvíos sexuales. Entre tanto estamos ciegos a pecados aún más graves, como ser codiciosos, o también, ser envidiosos y tener un alma rastrera. Hay más de un cristiano de mentalidad torcida. Es lo que Jesús atacó en los fariseos. 
Dante en el círculo de los hipócritas 
En La Divina Comedia, Dante siguió el criterio tomista (en aquel momento lo último de la avenida, la manera más reciente de ver las cosas) de la distinción entre malicia y debilidad humana. Hay muchas faltas en que caemos por debilidad humana, como las del sexo y la bebida. Eso no las excusa, claro. Pero nos lleva a catalogarlas como no tan serias comparadas con todo aquello que deriva de la malicia, de la maldad propiamente. 
Entonces, es terrible si no nos damos cuenta de la maldad en que podamos estar. La debilidad humana puede llevarnos a caer una y otra vez y esto puede convertirse en una situación de pecado. Está el ejemplo de la mujer que le perdona al marido que llegó borracho y le entró a golpes y patadas la noche anterior. Ella puede pensar, “Él es tan bueno…”. Cierto, él no es malo; pero eso no es excusa. Lo mismo podemos decir de nuestras debilidades de todos los días y de toda una vida.
Otra cosa es el perverso, o el de mente torcida que no se da cuenta de su perversidad. Y encima, se cree bueno, o se presenta como bueno, como los fariseos. Siempre recuerdo la figura pública que recibió un homenaje en la misa dominical de la parroquia, al tiempo que salía en los periódicos por sus fechorías en el gobierno y en la banca. En par de semanas ya estaba en la cárcel. Quién sabe si el mismo párroco se dejó comprar para hacer el homenaje. Quién sabe si pensó lo mismo que la mujer víctima de la violencia doméstica.
 En ese contexto fue que Santo Tomás de Aquino salió a ver un buey que volaba. En la anécdota un compañero le dijo que había un buey volando afuera, para burlarse de él. Al salir, el grupo de frailes empezó a reír y Santo Tomás se dio la vuelta y les dijo, “Prefiero pensar que es cierto que han visto un buey que vuela, a que un fraile haya mentido”. 
A diferencia del sexo, la mentira requiere malicia. Para mentir hay que saber que uno está mintiendo; de lo contrario, no es mentira.
Para Santo Tomás, nuestro saber la verdad es una función que deriva en último término de la participación de la mente en la capacidad de Dios para conocer. Conocemos por nuestra cuenta; pero gracias a la capacidad de conocer que tenemos al participar de la misma capacidad de Dios. 
Entonces, mentir es pervertir esa capacidad divina que hay en nosotros, ponerla al servicio del engaño. El adulterio, en cambio, no implica la perversión de una capacidad humana, o el desvirtuar de esa capacidad. Para mentir hay que hacerlo a consciencia. Para ser adúltero no hay que tener conciencia de hacer algo contra lo que la mente sabe.
Un clérigo, un pastor evangélico, puede pasarse la vida denunciando el aborto y sin embargo no importarle un comino si miente sobre asuntos importantes, si es vanidoso, rencoroso, enamorado del dinero. Dante junta los apasionados del dinero con los idólatras, siguiendo a San Pablo (Efesios 5,5 y Colosenses 3,5).

Las tradiciones
Las tradiciones sagradas son comparables a las monedas. Nuevas, brillan. Con el tiempo se desgastan y hasta pueden llegar a ser irreconocibles. Lo mismo con las tradiciones. Sólo que en el caso de las tradiciones hay que cargar con ellas como un matrimonio mal llevado. Ahí, la sabiduría popular: el amor comienza con flores y termina con vainas, como el flamboyán. 
Cuando una tradición aparece todos entienden su propósito y su sentido. Hay participación en las actividades como expresiones de adhesión personal. Un ejemplo puede ser la adopción de la bandera como símbolo de la nueva nación. Así fue como Francis Scott Key compuso el himno de los Estados Unidos, mientras veía la bandera de lejos todavía flotando, señal de que los ingleses no habían podido ganar la batalla.
Con el tiempo, la bandera pierde su encanto y ni reparamos en ella. Finalmente, la veneración de la bandera termina siendo algo que raya en lo ridículo, o en lo absurdo. Así, un artista puede convertirla en objeto de chiste, como ha sucedido con la bandera de Estados Unidos. 
Esto explica que la cantante Madonna, cuando vino a Puerto Rico, se frotara entre las piernas con la bandera de Puerto Rico, lo que al momento no llamó la atención en el público. Fue al otro día que salieron críticas de indignación en la prensa. Para Madonna quizás fue un acto tipo kitsch. Para los devotos de la puertorriqueñidad esto fue una falta de respeto. Para la mayoría del público quién sabe si lo que importó fue ver a Madonna en unas contorsiones atrevidas. Y quizás la mayoría de los puertorriqueños ni se enteraron. Quizás el lector nunca oyó hablar de esta anécdota.

Vida civilizada, hipocresía
En su esencia, la vida civilizada es un teatro. Somos actores que escondemos la realidad y la revestimos con las tradiciones y costumbres. Algo que irritaba a los romanos tradicionalistas era que los germanos inmigrantes, cuando iban al teatro, al circo y al hipódromo, se orinaban donde mismo estaban sentados. Hacían igual que las reses, que al sentir la necesidad se desahogaban al momento.
Los germanos eran “sinceros”. Los romanos todavía eran “civilizados”. 
Este tema lo heredo de Don José Ortega y Gasset. Invito a la lectura de Ideas y creencias, de su pluma. 

Entre tanto el tema de la vida auténtica sigue siendo relevante para los cristianos, no importa que en los años de la década de los ’80 fuera dejado atrás como irrelevante para los filósofos. Al menos eso pienso.
Es hora de enfocarnos en “lo único necesario” que mencionaba Kierkegaard. Cierto, él es otro autor que quedó olvidado luego de gozar de atención desde los tiempos de Unamuno. 
Pienso que hay que volver a rescatar todo ese trasfondo de autores que llevaron al Concilio Vaticano Segundo. Sabemos que los fariseos han hecho todo lo posible por desacreditarlos. 
Siempre puedo estar equivocado. 


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