El tema de este domingo es el Fin de los tiempos.
Pensemos el tema del Fin de los tiempos en términos pastorales. Este es un tema que gusta mucho a los predicadores que gustan de vociferar y llamar al arrepentimiento. Quién sabe si ese fue el estilo de Juan Bautista.
Pensemos en las personas que gustan de este estilo de denuncia. Son mayormente personas arrinconadas por la vida sin muchas opciones (para realizar sus sueños). Viven más por obligación, que por ilusión. Quizás por eso gustan de este tema del día en que Dios venga a poner las cosas en su sitio. Gustan de un Dios vengador que castiga y condena a los que la pasan bien. Son cristianos de rencor y de venganza.
Aparte de lo que puedan pensar esas personas uno puede pensar: es un hecho que la vida no se nos da regalada, aun para los que parece que la tienen regalada. El ambiente en que uno nace y crece pone grandes limitaciones. Es como el caso de la realeza británica, que para los efectos no pueden gozar de una vida privada. A uno los persigue la prensa; a otros los persiguen las obligaciones impagables. Son pocos los que pueden decir que llegaron a alcanzar sus sueños.
Todos nacemos y crecemos limitados por el ambiente en que estemos. Por eso no podemos imaginarnos vivir sin limitaciones. El pasto parece más verde al otro lado de la verja y cuando pasamos por la verja al otro lado, resulta que el pasto no estaba tan bueno como parecía. Eso, claro, si es que podemos pasar al otro lado.
Jesús nos promete que él es la puerta y que al otro lado habrá descanso y las cosas de verdad que estarán mejor. Por eso es que anhelamos que él llegue de nuevo para llevarnos al otro lado, donde ya no habrá llanto. Allí se hará realidad lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy: «Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo». Allí reinará el amor mutuo, porque Dios es amor.
En lo que llega ese momento, estemos prevenidos, que es el tema de este tiempo de Adviento. En el evangelio Jesús nos dice, «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.»
Nótese: el corazón se embota, no solamente con las juergas y borracheras, sino también con las inquietudes de la vida diaria. Por eso es que Pablo nos dice en 1 Corintios 7,29ss – «Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto…vivan…Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa.»
Esto es algo así como anunciar que un huracán categoría 5 viene directo hacia nosotros. Podemos hacer fiesta, pero también hay que prepararse. Esto no quiere decir que hacer fiesta sea algo malo, «pecaminoso». No; es que la situación no está para fiesta.
Todo en la vida tiene su momento. Es natural que en la primavera celebremos y que en el invierno nos metamos en casa y nos refugiemos. Es natural tener necesidad de dejar a un lado la seriedad de vez en cuando y celebrar en la libertad de los hijos de Dios. ¿Qué mayor motivo de celebrar que sabernos amados por Dios y salvados en Jesús? ¿Qué mayor alegría que descubrir que Dios es amor y que está con nosotros al amarnos los unos a los otros?
Ese es el sentido original del Adviento y las celebraciones de Navidad. El Juicio Final no es motivo de terror para el cristiano, ni es motivo de desearle mal a nadie. Es el momento en que podremos pasar a los pastos verdaderamente más felices del otro lado de la verja. Eso es motivo de celebración anticipada. En la celebración de Adviento y Navidad expresamos el amor a los demás y ese amor mismo es anticipación de la alegría del amor de Dios en el cielo.
Mis apuntes para este domingo en el 2018 pueden verse oprimiendo aquí.
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