La lectura del evangelio de hoy continúa presentándonos la predicación de Jesús a los que venían a escucharle. En el ciclo C los evangelios siguen la lectura continua de San Lucas.
En la lectura de hoy uno le pregunta a Jesús, "¿Serán muchos los que se salven?" Vemos que la pregunta se ubica dentro de la idea que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina. En ese momento los malos quedarían excluidos de la buena fortuna de los buenos. Los buenos entrarían al banquete del Reino de los cielos y la puerta al banquete es una puerta estrecha. Entonces se cerrarían las puertas y los malos quedarían fuera.
El pasaje del evangelio de hoy se asocia a otro dicho de Jesús, "Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios". (Lucas 18,25)
Desde tiempos medievales y antes (e.g. Colosenses 3,5) se interpreta este pasaje y otros parecidos en términos de la idolatría. Lo que hace malos a los ricos no es el dinero o la riqueza en sí, sino la idolatría del dinero, la obsesión y obcecación con el dinero y las riquezas. Cuando el dinero se convierte en una finalidad en la vida es cuando se convierte en un ídolo. La naturaleza propia del dinero es ser un medio y no un fin en sí mismo.
Por eso fue que Santo Tomás de Aquino aprobó el robo cuando es asunto de supervivencia. Los bienes como la comida en el fondo son de todos. Los ricos tienen custodia de esos bienes, pero no son sus dueños. En un momento de extrema necesidad se justifica el robo para poder comer, dijo Santo Tomás.
Al morir no nos llevamos las riquezas. Ese es el punto. La puerta estrecha implica la disciplina de saber administrar los bienes de la tierra y compartir hasta donde nos estire el dólar sin perjudicarnos a nosotros mismos (caridad contra caridad no es caridad).
Somos administradores y no dueños.
Un error que cometieron los socialistas (como en Cuba) fue concebir los bienes y la riqueza como un bizcocho. Se pensaba que los ricos se quedan con la mayor parte del bizcocho y luego no queda suficiente para los pobres. Pensaban que si se repartía el bizcocho en partes iguales entonces todos quedarían bien. Después terminaron todos pobres.
La riqueza no es un bizcocho a repartir. La riqueza de la naturaleza está ahí pero hay que procesarla. Esto es como la leche de vaca. Para tener una industria lechera, hay que trabajarla. Si se trabaja bien, se produce mucha leche. Si no se trabaja bien, no se produce tanta leche; o la calidad de la leche no es tan buena, así. Esto es, que la riqueza no existe hasta que no nos dedicamos a trabajarla. Puede que esté ahí, pero hay que procesarla y producirla.
Entonces, la cantidad de riqueza es algo que depende de nosotros mismos, al modo con que la cantidad de puntos en un juego de baloncesto no está predeterminado. Unos países producen más puntos que otros; unas empresas más que otras.
¿Uno trabaja para el inglés? ¿De qué vale producir riqueza? Ahí vemos que la riqueza no es un fin, sino un medio para vivir y si posible, para vivir bien.
Somos administradores y no dueños.
Dios no nos va a preguntar si fuimos pobres o si fuimos ricos.
Ser rico no es ser malo de por sí, como ser pobre no es ser bueno de por sí.
Dios nos va a preguntar cómo administramos lo que tuvimos a la mano.
Invito a ver mis apuntes sobre las lecturas de hoy, del 2016. Hay otros apuntes sobre este domingo, del 2019.
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