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Domingo 4° del Tiempo Ordinario, Ciclo A

 



En el evangelio de hoy Jesús predica las Bienaventuranzas.

En la primera lectura de hoy (tomada del profeta Sofonías 2,3;3,12-13) se alaba al resto fiel de Israel, que vive con espíritu sencillo y transparente en fidelidad a Dios. 

En este pasaje del profeta Sofonías encontramos la idea de los anowim, de los pobres que no son pobres por una falta moral (pereza, pocas ganas de trabajar; dominados por resentimiento contra los patronos). Los anowim son pobres que viven en las privaciones a pesar de ser personas normales, decentes. Son los oprimidos por culpa de situaciones y personas que ellos no controlan, son víctimas de la maldad, el egoísmo, el miedo a perder lo que tienen de parte de los patronos y los más acomodados. (Ver las notas al calce de la Biblia de Jerusalén a este pasaje de la primera de lectura de hoy.) Los anowim son los israelitas que aceptan como Job, lo que Dios manda. Son personas de alma sencilla.

En el salmo responsorial alabamos a Dios que protege al huérfano y a la viuda (en su dificultad de no tener apoyo para la vida, por ejemplo), que no abandona a los humildes, que "hace justicia a los oprimidos…da pan a los hambrientos…liberta a los cautivos". 

En la segunda lectura (de la primera carta de San Pablo a los corintios, versículos 26-31) el apóstol Pablo subraya que lo que la sociedad considera importante no es lo que es lo que vale tanto a los ojos de Dios. (Pablo supone lo que ha señalado en otros lugares: nosotros no escogimos ser cristianos. Al momento de llamarnos Dios no dependió del criterio social de los que son importantes.) Pero no por eso hemos de sentirnos superiores a los demás (eso es lo que hacían los fariseos), porque la gloria es de Dios, no es de nosotros. "El que se gloríe, gloríese en el Señor," nos dice.

En el evangelio (tomado de San Mateo 5,1-12a) Jesús conduce a sus discípulos a un monte y allí se sientan a su alrededor y Jesús predica lo que se conoce como el Sermón en la montaña, de las bienaventuranzas. 

"Dichosos los pobres," dice Jesús, "porque de ellos es el Reino de los cielos". Y continúa enumerando el resto de las bienaventuranzas. Dichosos los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia. Dichosos los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz…

Adquirir ese ánimo de "pobre" (manso, misericordioso, limpio de corazón, trabajador por la justicia y la paz) es hacer presente el Reino de Dios en este mundo. Los que así son (y se esfuerzan por serlo) ya pertenecen al Reino y lo están haciendo presente en este mundo. 

De esa manera es que los cristianos hacen presente el Reino, configuran el Cuerpo Místico de Cristo en este mundo.

Jesús no dijo que lucháramos contra el aborto con ferocidad y agresividad, ni que le escupiéramos en la cara a los homosexuales y las lesbianas. Lo que anima a un cristiano es otro tipo de actitud.

Jesús tampoco dijo que denunciáramos los errores teológicos de los otros grupos y nos definiéramos y nos apartáramos lejos de ellos. 

Nótese que Dios en Jesús no promete la venganza contra los causantes de las injusticias y los que provocan nuestros sufrimientos. Jesús anuncia la paz entre nuestros sufrimientos. El es el Camino. Pudo fulminar a sus enemigos con el rayo de la venganza divina. Pero aceptó el camino establecido por el Padre y nos enseñó el camino. No quiso la cruz, pero la aceptó. 

Si en este mundo lloramos, Dios en Jesús promete el consuelo, la alegría, en medio de los vaivenes de nuestra travesía, de nuestro camino a la sombra de su guía. Comenzar a aceptar lo que Dios manda es una sabiduría que ya está anunciada en Job y Sofonías, como vimos. Jesús vino a confirmarla.

En la última línea del pasaje del evangelio de hoy Jesús le encomienda a sus discípulos --todos los cristianos, no sólo a los líderes (los apóstoles)-- a ser sucesores de los profetas. Establecer el Reino es también predicar el Reino con la palabra y la acción. Baste ser manso y humilde y señalar el camino de la justicia (como lo hizo Gandhi, por ejemplo) sin violencia, ya le amerita a los discípulos ser denunciados ante los tribunales.

El cristianismo no es una doctrina social. No es que vayamos a aspirar que todos sean pobres, al modo cubano de Fidel Castro. Ser cristiano no es asunto de ser materialmente pobre, ni de invitar a otros a ser materialmente pobres. Es asunto de actitud de espíritu. 

Vivimos en medio de un mundo que no entendemos a cabalidad, ni parece que lo llegaremos a entender algún día a cabalidad. Por eso no tiene sentido aspirar a crear la sociedad perfecta al estilo de encomendarnos a Dios y a fabricarla. Esa no es la vocación del cristiano. Esa no es la alegría que anuncian las bienaventuranzas. 

Está la anécdota de las Florecillas de San Francisco. San Francisco le dijo al hermano León que la perfecta alegría consiste en ser despreciado porque eso es verdad, uno de veras merece ser despreciado. Descubrir esa verdad, libera. Nadie es perfecto, ni puede aspirar a ser perfecto, si no es que el Espíritu nos concede las virtudes que no tenemos naturalmente. 

Darse cuenta de eso no es ser pusilánime. El cristianismo no es la exaltación de los pusilánimes. Es el reconocimiento de la verdad, que no es buena, ni mala, sino que es eso, la verdad. 



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