Con la epifanía celebramos la adoración de los Magos.
El ciclo de Navidad —25 de diciembre, Año Nuevo, 6 de enero, la Candelaria del 2 de febrero— gira todo en torno al símbolo de la luz que ilumina las tinieblas en el hecho concreto de Jesús, Dios revelado a nosotros en el niño nacido de María, Santa Madre de Dios. En el niño adoramos con los Magos y los pastores a Dios con nosotros, Dios entre nosotros en materialidad humana.
El origen de este ciclo deriva del hecho astronómico de la medianoche del año solar, cuando se da la noche más larga del año. Desde tiempos remotos, desde unos diez mil años atrás, nos podemos imaginar a nuestros antepasados que notaban el alargar de las noches y el acortar de las horas del día, desde finales del verano. Todos los años se sentirían en peligro. Las noches se hacían cada vez más largas. ¿Y si esta vez sí que desaparecía la luz y sobrevenía una oscuridad eterna? Está el caso de los aztecas que hacían sacrificios humanos con tal de que no terminara el mundo. Así llegamos a fijar la noche más larga del año alrededor del 21 de diciembre.
Uno puede imaginar a nuestros antepasados vigilando el paso de los días y las noches con la ansiedad de ver el momento en que las noches volvieran a irse haciendo más cortas y los días más largos. De ahí derivaron eventualmente las Saturnales romanas celebrando al Sol Naciente. Con el triunfo del cristianismo fue algo espontáneo, el cristianizar aquellas fiestas paganas. La luz que ilumina las tinieblas es Dios en Jesús, enviado del Padre.
Invito a ver mis apuntes del año 2016 y los apuntes del año 2020.
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