En el evangelio de hoy Jesús denuncia la hipocresía de los fariseos.
La primera lectura de hoy está tomada del profeta Malaquías 1,14b-2,2b.8-10. El profeta ataca fuertemente a los sacerdotes de su tiempo por no cumplir bien con su oficio pastoral de dirigir al pueblo. Los denuncia y los maldice: "Esto es lo que os mando, sacerdotes: Si no escucháis y no ponéis todo vuestro corazón en glorificar mi nombre, dice el Señor del universo, os enviaré la maldición."
"Os habéis separado del camino recto y habéis hecho que muchos tropiecen en la ley," les dice. Es que "vuestra boca no ha guardado el camino recto y habéis sido parciales en la aplicación de la ley".
El salmo responsorial corresponde al salmo 130: "Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad", cantamos. De esta manera expresamos la actitud cristiana, que los sacerdotes de los tiempos de Malaquías no tuvieron.
La segunda lectura está tomada de la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses 2,7b-9.13. Es uno de los textos más antiguos, quizás anterior a los mismos evangelios, según dicen los estudiosos. "Nos portamos con delicadeza entre vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos", les escribe Pablo. Luego más adelante: "al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes".
Atendamos a nuestro modo de recibir la Palabra en nuestros corazones, alimento del alma tanto como el pan eucarístico. No seamos como los fariseos.
El canto gradual o canto de transición a escuchar el evangelio canta unas líneas del evangelio de hoy (Mateo 23,9-10), "Uno solo es vuestro Padre, el del cielo; y uno solo es vuestro maestro, el Mesías".
El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Mateo en 23,1-12. Recordemos el contexto de los domingos anteriores, el enfrentarse de Jesús con los fariseos (la denuncia de Jesús a los que se rehusaron a venir al banquete al que fueron invitados, el tributo al César, cómo se puede resumir el cumplimiento de la Ley, así). Este domingo Jesús ataca a los fariseos de frente y sin medias tintas. Los fariseos cargan al pueblo con obligaciones que ellos mismos no cumplen y sobre todo gustan de ostentar de su supuesta santidad. Se revisten de uniformes que proclaman su santidad y les encanta que la gente los trate con deferencia y les llame "rabí", algo así como "monseñor" y "padre" hoy día. Está el ejemplo de cierto instituto religioso que obtuvo dispensa del Vaticano (gracias a sus enchufados, sus conexiones) para celebrar el cumpleaños de su fundador en Viernes Santo. Los fariseos se sienten excepcionales, se sienten aristócratas eclesiales. Eso es lo que define el clericalismo que el Vaticano de Francisco ha denunciado.
Recordemos el canto gradual de transición al evangelio: "Uno solo es vuestro Padre, el del cielo; y uno solo es vuestro maestro, el Mesías".
Jesús termina el pasaje del evangelio de hoy diciendo, "El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido"
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Durante la Edad Media y hasta nuestros días los cristianos confundieron el hábito con el monje; confundieron la santidad con sotanas, hábitos, incienso, velas y ejercicios penitenciarios.
Es curioso cómo, al darse en 1836 la confiscación de los bienes de la Iglesia en España (la "desamortización") grupos enteros de frailes y monjas fueron expulsados a la calle. Baste buscar en Internet al autor del decreto, el ministro Mendizábal, para más información. También está la historia del anticlericalismo español investigada Julio Caro Baroja, un estudioso serio. El punto que traigo es que en aquel momento más de un fraile franciscano y capuchino y dominico (y sus equivalentes en las ramas femeninas) se encontraron totalmente desorientados al desconocer sus propias raíces religiosas, ya que eran órdenes mendicantes en sus orígenes medievales. No vieron aquella ocasión de la gracia para irse a la calle, sí, a vivir su vocación evangélica de verdad. Pero el resultado fue otro, un enconado odio que todavía pervive en el mundo hispano de hoy hacia cualquier sugerencia como la de este párrafo. Una de las primeras cosas que hizo Franco al entrar a Madrid fue mandar a derribar la estatua de Mendizábal.
El evangelio de hoy nos reta a mirar nuestras prácticas. ¿Es que nos parecemos a los fariseos, tanto curas católicos como pastores y reverendos de tantas persuasiones cristianas? ¿Es que nos vemos como servidores y no acusadores que miran a los feligreses desde arriba? Fariseos son los que nos miran a los demás desde arriba con su complejo de salvadores (o de lobos en busca de dinero).
Recordemos el evangelio del domingo pasado. Dios no nos impone otra ley que la ley del amor. Jesús no vino a condenar, sino a llamar a la conversión y a acordarnos de los pobres, de los marginados, de las viudas y los necesitados. La Iglesia no es una multinacional, sino una comunidad de creyentes en que Jesús se hace presente ya por el hecho de reunirnos en su nombre y ofrecer acogida de amor a todo el que se acerque. Por eso para dirigir la mirada a Dios no hay que mirar tanto al altar, cuanto a la comunidad.
Por demasiado tiempo el diablo nos zarandeó jugando con nuestras manías y apasionamientos. Ahí están los tradicionalistas que absurdamente se oponen a los trabajos del reciento Sínodo sobre la sinodalidad.
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