El evangelio de hoy nos presenta el Juicio Final cuando Jesús vuelva en majestad
La primera lectura de hoy está tomada del profeta Ezequiel 34,11-12.15-17. Nos presenta la imagen de Yahvé como el pastor que cuida del rebaño, el pueblo de Israel.
«Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño,» dice. Es la misma imagen de Jesús como Buen Pastor. «Yo mismo apacentaré mis ovejas…Buscaré a la oveja perdida, recogeré a la descarriada…vendaré a las heridas…» Y termina: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío».
De esa manera la primera lectura anuncia el tema de este domingo: Jesús vino a buscar las ovejas perdidas para traerlas a su rebaño. Pero para que la oveja pueda entrar al Reino (el Reino es el rebaño) se necesita que también tenga las cualidades necesarias, que cumpla con el requisito de ciertas cualidades. Al Reino no pueden entrar los avaros, ni los egoístas (Mateo 6,23ss), es decir, los que no entienden de generosidad y desprendimiento, de amor al prójimo. El Reino de Dios es justicia y paz (Romanos 14,17) y en Mateo 6,31: «No se afanen, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?» Dios provee y por eso vivimos en el reino de la libertad, en que libremente escogemos el amor y servicio a los demás.
El salmo responsorial canta versículos del salmo del Buen Pastor: «El Señor es mi pastor, nada me falta», cantamos. Con esto también expresamos nuestra confianza plena en Dios que provee y cuida de nosotros. Ese abandono a Dios como pastor nuestro es lo que nos motiva a no reparar en nuestra seguridad ni sentir necesidad de ser avaros y egoístas. Entrar en el Reino de Dios es ser parte del rebaño del único pastor.
La segunda lectura está tomada de 1Corintios 15,20-26a.28. Cristo murió primero y después de él todos resucitaremos a la vida eterna. De esa manera «Dios será todo en todos».
El evangelio (Mateo 25,31-46) presenta la Segunda Venida de Cristo, cuando venga a juzgar a vivos y muertos. «Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras,» nos dice. Las ovejas entrarán al reino dispuesto desde el principio del mundo. «Venid…benditos de mi Padre,» dirá Jesús, «…Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme».
Ahí vemos el requisito para entrar al Reino: la caridad, el amor al prójimo. Sin eso no hay cristianismo que valga.
Ser cristiano (en su sentido fundamental) no es prohibir el aborto (que es consecuencia y no fundamento), ni vestirse de hábitos llamativos (otra consecuencia que no es fundamental), ni llamar la atención con rezos y procesiones (ibídem); no es machacar a los que no se alinean con las doctrinas propias gritando «Viva Cristo Rey» (que ciertamente no es cosa de cristianos). No es la devoción a la eucaristía (que es consecuencia y no es fundamental) y cosas así. La obsesión con las apariencias puede ser una forma de idolatría.
De nada vale ser católico si no se es cristiano. Ese es el punto. En el Reino no hay diferencias entre modos y modos de cristianismo; porque el cristianismo se expresa sobre todo en dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los encarcelados y unirse a la misericordia de Dios para con todos.
Es un escándalo que alguien pueda darle más importancia a una doctrina (los dogmas de la Iglesia) que a la apertura a los necesitados. El Juicio de Dios (la separación entre ovejas y cabritos) sólo gira en torno al criterio del amor al prójimo. No tiene sentido obsesionarse con Jesús en la eucaristía si no se encuentra a Jesús en la comunidad cristiana y en el prójimo en la calle.
Cuando Jesús reina en el corazón de uno, no tiene sentido ser un apasionado de los dogmas o el engreimiento de sentirse superior a los demás.
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