En el evangelio de hoy Jesús presenta la parábola de los talentos.
La primera lectura, de Proverbios 31,10-13.19-20.30-31, presenta la figura de la mujer fuerte que es el ancla de su hogar y orgullo de su marido.
El salmo responsorial (salmo 127,1-2.3.4-5) responde a la primera lectura subrayando lo que distingue a un buen hijo de Dios, el respeto. «Dichoso el que teme al Señor,» cantamos.
Por «temor» queremos decir «respeto» a Dios. El verdadero respeto no deriva del miedo, sino del reconocimiento de Dios como Padre y Señor nuestro. Obedecemos a Dios y vivimos según sus mandatos porque es lo adecuado. En el temor (respeto) de Dios el hombre y la mujer actúan reconociendo el modo justo, correcto, de actuar, que es lo que Dios nos pide. En la Biblia el «justo» es el que «teme» a Dios.
Entonces cantamos a la imagen de la familia: «Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa». Es la imagen de los que viven conscientes de la mirada de Dios como un padre bueno y providente.
La segunda lectura está tomada de la primera carta de san Pablo a los tesalonicenses 5,1-6. «El Día del Señor llegará como un ladrón en la noche,» nos dice. De esa manera expresa la convicción de que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina. En cierto modo así es, si pensamos el Día del Señor como la muerte, que nos puede sorprender en cualquier momento, no importa la edad de cada uno.
La segunda lectura engarza así con el tema de los últimos tiempos que es propio del final del año litúrgico y que vimos el domingo pasado con la parábola de las vírgenes que esperaban la llegada del esposo con sus lámparas encendidas. Pablo nos exhorta a mantenernos sobrios y alerta en las buenas obras y en el respeto a Dios en todo momento.
En el evangelio de hoy Jesús presenta la parábola de los talentos. Un hombre se va de viaje y llama a sus empleados para dejarlos a cargo de sus bienes. Le deja a cada uno la responsabilidad por una cantidad de talentos según su capacidad. A uno le da cinco talentos; al segundo le da dos; al tercero la da un talento. Evidentemente «talento» es una unidad de precio o una moneda. El lector puede buscarlo en Internet, como aquí.
Mientras el señor está de viaje los primeros dos empleados (los siervos) invierten el dinero y obtienen ganancias. Pero el tercero por miedo a invertirlo y perderlo no hace nada y cree que por tan sólo haberlo guardado ileso ya hizo bien. El señor entonces premia a los primeros dos pero reacciona contra el tercero que lo único que hizo fue evitar la pérdida del talento.
Aquí vemos que Jesús premia al que se arriesga a perderlo todo en servicio de su señor, en el temor de Dios (como lo vimos en la primera lectura). No basta con ser «bueno» a secas. Hay que ir más allá y ser creativo y arriesgar a perderlo todo por el reino de los cielos.
Es en este sentido que uno puede ver que el ayuno, la penitencia y los sacrificios para el cristiano no son metas por sí mismas (los desajustados mentales son los que pueden ver eso como «bueno»).
La meta del cristiano es formar comunidad cristiana como sacramento del encuentro con Dios, lo que se logra por la fuerza del Espíritu que nos lleva a anunciar el amor (no la condena), que nos lleva a amar al prójimo aunque no estemos de acuerdo con él y su estilo de vida; aunque el prójimo sea un canalla o un despreciable corrupto del gobierno o de prácticas sexuales que nos parezcan inmundas.
Nuestro talento es el amor incondicional que Dios nos brinda y que nos toca a nosotros buscar la manera de brindarlo a los demás en comunidad cristiana de manera que sea un amor transformador y fecundo, como los talentos, que se multiplicaron cuando fueron tratados como una inversión; como lo es el mismo amor del Padre en la persona de Jesús respecto a los pecadores de todos los tiempos.
La oración mental es importante, pero más importante es la oración que se expresa en el amor a los demás.
Invito a ver mis apuntes del año 2020 aquí (oprimir).
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