En el evangelio de hoy Jesús prohíbe el divorcio y dice que el Reino es de los que son como los niños.
La primera lectura evoca el origen del matrimonio en la creación de Adán y Eva (Génesis 2,18-24). Dios crea los animales de la tierra y las aves del cielo y se los presenta a Adán para que les ponga nombre. Adán no encuentra un animal que le sirva de compañero y por eso Dios entonces crea a Eva de una costilla de Adán, de ahí la leyenda que los hombres tienen una costilla menos que las mujeres. Adán la ve y dice que ella es hueso de sus huesos y carne de su carne y el redactor del relato comenta, «Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
El relato refleja la mentalidad patriarcal que fue el contexto del que salió esta narración. Los patriarcas tenían muchas mujeres, como Abrahán, Lot, Jacob, así. De la misma manera que tenían manadas de ovejas o de asnos, así también tenían su manada de mujeres. Las mujeres, igual que los animales, trabajaban para ellos y a diferencia de los animales, les podían hacer compañía, como dice el relato del Génesis.
Lo que tiene un sentido en un contexto puede no tener el mismo sentido en otro contexto. Uno no va a un pasadía de playa vestido y perfumado como si fuera a un coctel. La receta de un bizcocho hay que adaptarla dependiendo de la altura sobre el nivel del mar en que uno esté. Lo mismo podemos decir de lo que encontramos en el Génesis. Es necesario ver lo fundamental del relato en términos de nuestra relación con Dios y luego ver cómo se adapta eso a nuestro tiempo y lugar.
Los estudiosos han observado que la mentalidad del Génesis refleja el antropocentrismo nefasto que ha llevado a la crisis ecológica mundial de hoy día. El relato del Génesis propone que el ser humano es el dueño de todo lo creado. Eso pareciera implicar que podemos disponer de las cosas según se nos antoje, al modo de los patriarcas de aquellos tiempos. Pero al toparnos con la realidad que no es como la pensamos, nos vemos obligados a entender mejor lo que Dios espera de nosotros y que no es que podemos considerarnos como una especie de hacendados que podemos disponer de la hacienda a capricho.
Al verlo todo referido al ser humano sólo entendemos las cosas en cuanto referidas a nosotros mismos. Terminamos practicando una especie de imperialismo mental. Las cosas son lo que se nos antoje. Es la mentalidad infantil que los adultos también practican, que se piensan el centro del universo. Pero tarde que temprano caemos en cuenta de que no somos los dueños del planeta.
Ha tomado tiempo, pero eventualmente vimos que tratar a seres humanos como si fuesen animales no es lo correcto, ni es algo deseable (como en la práctica de la esclavitud y en el modo de entender la mujer en la sociedad). No es cosa de cristianos y si la Biblia lo aceptó como normal eso se debió a circunstancias históricas.
Igual que los niños sólo vemos lo inmediato y no vemos más allá de lo que tenemos al frente y sólo damos importancia a las cosas relativas a nosotros mismos. Así, construimos urbanizaciones y hoteles pensando sólo en nuestra propia necesidad, sin pensar en las necesidades de los animales y las plantas y el ecosistema. Como nuestras necesidades son lo más importante, no tenemos en cuenta las necesidades del conjunto de animales, plantas, la configuración geológica en que habitamos, así. Vivimos como extraterrestres, como si no fuéramos parte integral del mundo biológico en que habitamos. En el cristianismo perseguimos el ideal de ser ángeles y no humanos.
Alguien puede decir que en Puerto Rico no hay tanta densidad poblacional, como para justificar seguir alfombrando la isla con cemento y con urbanizaciones y edificios. Entre tanto han desaparecido tantas y tantas especies terrestres y marítimas, como en el ejemplo de lo provocado por la destrucción de manglares y la construcción de carreteras que tanto daño han hecho a los ecosistemas.
En las décadas de 1960 a 1980 se practicó la fumigación aérea con insecticidas. En el caso de Martinica, recientemente salió a la luz la conexión entre el consumo de viandas y la contaminación de la tierra provocada por el uso de los insecticidas, a su vez asociado a una alta incidencia de cáncer. Hasta se reconoció que esto afectó a los guineos, lo que provocó una veda a la exportación de productos agrícolas.
El ser humano no es dueño de la Creación como lo sugiere el Génesis. De ahí que haya surgido la teología de la mayordomía. Los humanos somos administradores y no dueños y debemos rendir cuentas por nuestras gestiones en el mundo en que vivimos. El ideal de la libertad como se propuso en la economía clásica no es algo sostenible sin restricciones.
Podemos explorar modos de echar adelante los proyectos humanos mientras se respeta el orden de la realidad y así podemos llegar a vivir en armonía con la naturaleza. Invito al lector a ver las dos encíclicas de papa Francisco sobre nuestra responsabilidad ecológica, Laudato Sí y Laudate Deum.
En el evangelio de hoy (Marcos 10,2-16) Jesús rechaza las disposiciones de la Escritura sobre el divorcio. Afirma tajantemente que no hay excusa para divorciarse y que una vez casados, la pareja no debe divorciarse. Jesús recordará el pasaje de la primera lectura de hoy (serán los dos una sola carne) como criterio para prohibir el divorcio.
Valga recordar Deuteronomio 24,1: «Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa».
Hay otros lugares en las Escrituras en que se puede repudiar una mujer por cualquier cosa, hasta por haber quemado la comida. Igual, en Deuteronomio 21,10-14 se le permite al israelita casarse con una mujer extranjera que es botín de guerra y también se le permite divorciarla más tarde, aunque también prohíbe venderla por dinero o convertirla en esclava al momento del divorcio.
«Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre,» dice Jesús.
En una sociedad patriarcal eso se puede interpretar como algo que favorece a la mujer en la medida que el marido no pueda repudiarla y echarla a la calle. En las sociedades tradicionales la mujer depende del marido para su sustento. En ese marco de referencia podemos especular si Jesús se pronunció pensando favorecer a las mujeres según las normas de su tiempo.
En la sociedad post industrial de nuestros días, en que la mujer puede valerse por sí misma en el mundo del trabajo y los negocios, la prohibición del divorcio podría ser un obstáculo al desarrollo humano de las personas, tanto varones como hembras. No necesariamente es así, pero en ocasiones ese puede ser el caso. Habría que juzgar cada caso en sus méritos. Pasa lo mismo que con el homicidio y el aborto, que la ley no puede ser una camisa de fuerza debido a la complejidad de cada caso.
No obstante el principio ideal se mantiene: ni el homicidio, ni el aborto, ni el divorcio en cuanto tales pueden endosarse. Es en los casos específicos y en las ocasiones particulares que se pueden reconocer las excepciones a las reglas.
Todo esto habría que verlo también sin malicia y sin prejuicios, que es lo mismo que dice Jesús a la conclusión del evangelio de hoy. «En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él», nos dice.
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