En el evangelio de hoy Jesús condena a los ricos y los apegados a las cosas de este mundo.
Los cristianos se distinguen por haber descubierto una sabiduría como lo que describe la primera lectura de hoy (Sabiduría 7,7-11):
Supliqué y me fue dada la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos
y a su lado en nada tuve la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro ante ella es un poco de arena
La sabiduría que han descubierto los cristianos es más preciosa que el oro y más importante que cetros y tronos o que ser reyes y tener autoridad.
Eso sí, que eso de tener sabiduría no se nos vaya a la cabeza y nos volvamos fariseos. Es lo que le sucede a más de un cristiano, a más de una cristiana.
Si te engríes en tu sabiduría, entonces realmente no eres sabio.
Si miras a los ignorantes y a los pecadores y a los de otras ideas con condescendencia (por encima del hombro) entonces no eres sabio; no piensas como cristiano a pesar de ser un bautizado.
«Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato,» cantamos con el salmo responsorial (salmo 89).
«La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo,» nos dice el autor de la Carta a los hebreos en la Segunda Lectura. La palabra de Dios nos obliga a tener en cuenta lo que es verdaderamente importante, a pesar de nuestros sentimientos y tendencias personales.
«Aleluya, Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos», cantamos en el canto preparatorio para el evangelio.
El evangelio (Marcos 10,17-30) continúa la lectura continua del evangelista en estos domingos del ciclo B. Comienza la lectura de hoy cuando uno viene corriendo y se arrodilla frente a Jesús y le pregunta, «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Jesús le contesta, «Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Notar: Jesús sostiene la validez de la Ley. Cumple la Ley, le dice, y tendrás vida eterna.
La persona le dice que sí, que está cumpliendo la Ley, desde su juventud, desde siempre. Entonces Jesús añade algo que no está en la Ley: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
Más tarde en la Edad Media dirán que eso que Jesús añade es «un consejo», no una obligación. Pero los primerísimos cristianos —los primeros apóstoles y discípulos— no lo vieron como un consejo, sino como parte del llamado de Jesús. Es lo que vemos en Hechos de los apóstoles 2,44-45: «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno».
Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas, dice Jesús. Los discípulos quedaron espantados. «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Para Dios todo es posible, les dice Jesús. Pero eso sí, hay que dejarlo todo para seguir a Jesús, no sólo el dinero. Hay que dejar casa, hermanos, familia, hijos y tierra y enfrentar persecuciones. Pero todo el que siga a Jesús tendrá su recompensa en la vida futura, la vida eterna.
En la Edad Media esto, que se tomó en el sentido de un consejo, lo aplicaron sólo a los religiosos conventuales que hacen voto de pobreza. Pero en realidad Jesús lo propuso a todos los cristianos.
Podemos ver esto que Jesús propone en el contexto de la predicación de la llegada inminente del fin de los tiempos y la predicación original de convertirse, de manera que la llegada del reino de los cielos no nos encuentre desprevenidos.
¿De qué sirve el dinero si de repente se acaba el mundo y vemos al Hijo del Hombre bajar montado sobre las nubes? Ahí vemos lo que quiere decir Jesús. No es que el dinero sea malo, sino que es más importante estar preparado para ser aceptado o ser visto como digno de entrar al Reino de los cielos.
En cierto modo nuestra muerte equivale al Juicio Final. Puede llegar en cualquier momento y sorprendernos. Que nos sorprenda preparados.
Jesús le habla a los discípulos y les dice que uno que sólo está pensando en dinero no estará pensando en lo que es importante, que es el amor a Dios y al prójimo. Por eso es que esto no aplica solamente a los religiosos conventuales, sino que aplica a todo cristiano.
Piense el lector cómo esto puede aplicarle en su propia vida. En nuestras relaciones humanas no seamos idólatras del dinero y de la vanidad y las apariencias. Pensemos en los pobres y los necesitados antes que en nosotros mismos. Para ingresar al reino de Dios cuentan dos cosas: el amor a Dios y al prójimo. Cada uno que vea cómo esto puede aplicar.
Notar que el cristianismo en su primera expresión (como en Hechos de los apóstoles) fue una vivencia de la fe en comunidad. Es en la comunidad que encontramos la presencia de Dios con nosotros y es allí donde podemos encontrar la fortaleza para ser pobres de espíritu y ricos de espíritu, también.
A esa vida de comunidad es que apuntan los esfuerzos de papa Francisco en el sentido de la sinodalidad. La Iglesia no es una compañía en que los clientes (los laicos) vienen a conseguir o a buscar unos servicios (los sacramentos) de vez en cuando, una vez a la semana, según les haga falta. Los sacramentos --la misa, por ejemplo-- no son algo que ofrecen los empleados de la compañía (los clérigos) a los clientes, sino que son celebraciones de la comunidad cristiana. De ahí la necesidad de fomentar un sentido de vivir la fe en la comunidad parroquial.
Invito al lector a ver mis apuntes (un tanto extensos) de años anteriores sobre las lecturas de este domingo: 2015, 2018, 2021 (oprimir sobre el año).
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