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Domingo 29 del Tiempo Ordinario, Ciclo B

 


En el evangelio de hoy Jesús recuerda que el verdadero cristiano es siervo y no señor

La primera lectura presenta parte de la profecía de Isaías (53,10-11) del Siervo Sufriente que los cristianos aplicamos a Jesús en su pasión y muerte en cruz. Dios lo hizo sufrir, «herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas» (Isaías 53,5). Pero él se humilló y no abrió la boca, como oveja que trasquilan, como cordero llevado al matadero (Isaías 53,7). Fue herido por las rebeldías de su pueblo (Isaías 53,8). «El Señor quiso quebrantarlo con sufrimientos y si entrega su vida como expiación, verá descendencia, alargará su vida» (53,10). 

He seguido el texto de la Biblia de Jerusalén que a su vez refleja el de la Vulgata, en que entregar su vida como expiación se formula como un condicional al modo de «Si p, entonces q». Si el Siervo acepta los sufrimientos en expiación de los pecados, entonces Dios alargará su descendencia. 

Podemos pensar la profecía en términos del contexto histórico, en tiempos de las invasiones de los asirios y babilonios que provocaron el Destierro de los israelitas por el mundo. En el Exilio hubo el peligro que la nación israelita se diluyera al entremezclarse con los otros pueblos, como ha sucedido en otros casos; como sucede con los descendientes de los puertorriqueños fuera de Puerto Rico, lo mismo que otras nacionalidades que han llegado como migrantes a los Estados Unidos. Notar como muchos de aquellos vascos, polacos, sicilianos, rusos ya desconocen su propio idioma y su propia cultura es un recuerdo ambiguo. Algo así también se dio con los israelitas, que en tiempos de Jesús ya desconocían el hebreo. El hebreo desapareció con el Cautiverio babilonio. En el siglo 20 el nuevo estado de Israel lo revivió. Los judíos de los tiempos de Jesús manejaban la Escritura en arameo y griego.

En aquel contexto cobró importancia la idea de un resto fiel de Israel que conservaría las viejas tradiciones y sería protegido por Yahvé al modo de lo que dice Isaías: si el Siervo (el pueblo) se mantenía manso y humilde y sometido a Yahvé en el cumplimiento de la Ley, entonces Dios le concedería su favor y le otorgaría descendencia, larga vida en sus descendientes. En ese sentido, hablando el profeta como si fuéramos nosotros los que hablamos, como descendientes del resto fiel, «sus heridas nos han curado» (Isaías 53,5).  

La profecía de Isaías decía: si Israel como Siervo Sufriente no se rebela y acepta los sufrimientos y adversidades que Dios manda y se mantiene fiel en fidelidad a Yahvé, entonces revivirá, resucitará como nación y tendrá descendencia. Por su fidelidad Israel purgaría, expiaría los pecados que le han traído el que Dios los había abandonado.

Igual que la profecía se cumplió en el Resto fiel de Israel, así también se cumplió en el mismo Jesús en su pasión y su cruz. Porque Jesús fue obediente y fiel a la voluntad de Dios, sin cuestionar el sufrimiento al que fue sometido, por eso Dios lo resucitó y lo elevó para que fuera bendición para todas las naciones. 

Ya Dios bendice a todos los naciones gracias a la fidelidad demostrada por Abrahán, que no cuestionó la voluntad divina (Génesis 12,3 y 22,18). Su descendencia, el pueblo hebreo, es motivo de salvación para toda la humanidad. De la misma manera Jesús, por su fidelidad, es motivo de salvación para toda la humanidad. 

Este es el tema de este domingo: la fidelidad incondicional a la voluntad de Dios. Si Jesús es el camino al Padre y Jesús se muestra Siervo, con mayor razón hemos de nosotros imitarle. 


En la segunda lectura el autor de la Carta a los Hebreos nos recuerda que Jesús es sumo sacerdote. Ya que él fue fiel al modo del Siervo Sufriente, Dios nos concede a todos gracia y salvación. 


En el evangelio encontramos a los discípulos disputándose el privilegio de quién será mayor en el reino de los cielos. Jesús les recuerda que están llamados a ser siervos, como él.



Recientemente el papa Francisco nombró un nuevo grupo de cardenales. Entonces les recordó que ya ellos no son «eminencias», sino siervos; que su nombramiento es para servir y no para ser señores. 

Desafortunadamente muchos cristianos se convierten en fariseos a pesar de sus buenas intenciones. Es lo que vemos con esos pastores que se predican a sí mismos o esos que se sienten superiores porque piensan que ellos saben más que los demás. 


También están los que se aprovechan de la enseñanza del evangelio de hoy para imponerle una falsa humildad a sus seguidores y los manipulan psicológicamente para tenerlos sometidos en una falsa obediencia al modo de las sectas que le lavan el cerebro a los jóvenes que reclutan. 

Las enseñanzas de Jesús no se pueden tomar a la ligera, ni en un sentido, ni en otro. 

Es deplorable que el esfuerzo por la sinodalidad en nuestros días se pasa por alto y pasa desapercibido por los que confunden el aparato eclesiástico y el control de las ovejas y las formas de poder eclesiástico con la misión de la Iglesia. 

Es deplorable también que haya obispos cegados por la ideología política al punto de no ver lo poco cristiano de sus posturas respecto a los migrantes y los hispanos en Estados Unidos. 

Aprendamos de Jesús, que pudiendo ser Señor prefirió ser nuestro servidor. 


Invito a ver mis apuntes de años anteriores, como los del 2015 y los del 2018 (oprimir sobre el año para el enlace). 


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