Comenzamos el nuevo año litúrgico con el periodo de Adviento, el periodo de preparación para la Navidad. En el evangelio de hoy Jesús habla de estar preparados para la llegada del final de los tiempos, de la llegada del Hijo del Hombre. En Adviento y Navidad recordamos la llegada de Dios hecho humano que ya es el comienzo de los últimos tiempos, del fin de la historia.
El evangelio de hoy repite el tema del Juicio Final que ya vimos en los domingos anteriores, esta vez en la versión de san Mateo. En el ciclo A del nuevo año litúrgico que hoy comienza, leemos el evangelio de san Mateo todo el año.
La primera lectura está tomada de Isaías 2,1-5 describe los tiempos mesiánicos que llegarán eventualmente, cuando Jerusalén será el centro del mundo, cuando quedará instaurado el reino de Dios. Hacia ella confluirán todos los pueblos y de lo alto del monte del Señor, Dios nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas. Dios será el árbitro del universo y todos viviremos en paz, cuando de las lanzas y los instrumentos de guerra forjaremos instrumentos de agricultura («de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas»). «Casa de Jacob, vengan, caminemos a la luz de Señor», concluye el pasaje de la lectura de hoy.
Al leer pasajes como este vemos que se trata de un lenguaje simbólico, que no puede tomarse al modo literal. Los millones de humanos sobre el planeta difícilmente vamos a caber dentro de la Jerusalén física. Se está hablando de «la ciudad de Dios», «el reino de Dios», «la dimensión de Dios». Está hablando de los tiempos en que prevalecerá el bien y todos volveremos al estado natural del Paraíso, cuando viviremos en armonía todos.
«El Reino de Dios» ha llegado, anunciará el Bautista y luego Jesús también anunciará la llegada del Reino (Mateo 3,1-2; Mateo 4,17; Mateo 12,28).
Con Jesús ya llegó el Reino y a la vez, el Reino todavía está por llegar. Nos toca estar en vela, preparándonos para la llegada del Señor. En ese mismo estar atentos a nuestro modo de vivir ya el Reino comienza a estar con nosotros.
El reino de Dios no será un reino político.
Sabemos que la Nueva Alianza de Dios con nosotros es la del corazón, en la que Dios nos habla al corazón y respondemos con el corazón y con la mente.
Ese es el reino que ya comenzamos a practicar al socorrer a los pobres y necesitados en el amor recíproco que no es manipulador.
Con el salmo responsorial (salmo 121) reiteramos la alegría por la llegada del reino de Dios. Caminamos rumbo al reino y el reino ya está con nosotros.
La segunda lectura está tomada de Romanos 13,11-14. San Pablo nos exhorta a vivir como cristianos y no como paganos. Ya pronto el Señor vuelve para la inauguración plena del reino de Dios. «La noche está avanzada, el día está cerca,» dice. Con eso propone la idea de que estamos como en la noche, de madrugada, justo antes de que salga el sol iluminador con Jesús y la salvación. Por eso no es asunto de andar llevados por nuestros intereses y deseos egoístas, «en comilonas y borracheras, lujuria y desenfreno, riñas y envidias». Hemos de vivir como cristianos, como personas decentes y de buena fe.
El evangelio está tomado de Mateo 24,37-44 y repite el tema de la segunda lectura. Hemos de vivir preparados para la llegada sorpresiva de la vuelta del Señor, de la plenitud de los tiempos, cuando unos podrán entrar al reino y otros se quedarán atrás. Hemos de estar en vela, listos para esa llegada sorpresiva del Hijo del Hombre. A la hora menos pensada nos puede sorprender la muerte.
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Una pieza básica de la predicación de Jesús es el anuncio de la llegada del Reino de Dios. Antes, Dios habló a la humanidad a través del pueblo de Israel y ahora, con la llegada de Jesús lo seguirá haciendo, ahora mediante el nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios ya con nosotros.
Para entrar al nuevo Reino hay que tener la actitud de los niños (sin malicia humana); con la idea de servir antes que ser servidos; sin juzgar; con la actitud, el enfoque, del amor al prójimo como expresión del amor a Dios.
Un modo de captar esto, como lo vemos en el tema de Cristo Rey, es pensar en el contraste con la actitud de los que están muy prontos a montar cruzadas sociales a nombre del cristianismo.
El testimonio social cristiano no es el de una santa cruzada, que era lo que hacían los fariseos. El testimonio social cristiano es el mismo de Jesús, el Camino al Padre. Es el de compartir, amar, llamar al amor y a la comprensión y a la solidaridad. Es el testimonio de la predicación pacífica y el testimonio silente del reclamo de la dignidad humana.
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El cristianismo ultra derechista y nacionalista no simpatiza con las ideas democráticas. No ven cómo la democracia representa el respeto a la dignidad humana, un valor cristiano.
De la misma manera esos cristianos nacionalistas se resisten a criticar los abusos de poder que cometen los israelitas modernos contra los palestinos.
Para algunos cristianos nacionalistas los crímenes israelíes en Gaza se justifican por textos como el de la primera lectura de hoy. Isaías y otros profetas como Ezequiel consolaron a los israelitas y judíos en el Destierro anunciándoles que Dios no se olvidaba de ellos y que vendría el día de la restauración, aunque fuese en los últimos tiempos. De ahí que se asocie la restauración de Israel con los Últimos Tiempos, o lo tiempos mesiánicos. Ese es el argumento que convence también a los evangélicos nacionalistas estadounidenses, de que la restauración y el fortalecimiento del estado de Israel es algo determinado por Dios y por eso tienen derecho a exterminar o expulsar a los habitantes del país (los palestinos) como en otro tiempo expulsaron a los filisteos y a los canaanitas.
Pero la restauración de Israel ya se dio, con la vuelta del Destierro gracias al decreto de Ciro que permitió que un resto de los israelitas pudieran volver a Jerusalén. Así se construyó el segundo templo. Ver Esdras y Nehemías. Ese fue el contexto de la predicación de Jesús que vino a reunir las ovejas dispersas del pueblo de Israel (Mateo 10,6) y que se presentó como el Buen Pastor (Juan 10,7). Pero el pueblo lo rechazó. Cuántas veces no hubiera querido Jesús reunirlos como una gallina a sus polluelos (Mateo 23,37) pero no; lo rechazaron, igual que rechazaron a los profetas. Por eso Israel perdió el derecho a la Tierra Prometida, porque ahora la Tierra Prometida es el mismo Jesús, es el Reino ya presente en este mundo bajo la forma del rebaño que sigue al Buen Pastor, al verdadero Pastor.
Hasta se puede argumentar que en la predicación del Reino de Dios Jesús vino a aclarar que el reino mesiánico no habría de ser un reino político, sino el reino del corazón, del rebaño que sigue a Jesús en la conducta de las personas decentes que aman al prójimo y aceptan de Dios los bienes y los males y están dispuestos a dar su vida por los demás.
Ciertamente asesinar del modo con que los israelitas siguen asesinando a capricho hoy no es algo que el mismo Yahvé del Viejo Testamento puede ver con buenos ojos. Ver las denuncias del cardenal Pizzaballa, patriarca de Jerusalén; es interesante que los medios noticiosos de los católicos de la ultra derecha como EWTN sólo mencionan noticias anodinas asociadas a esta figura.
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Uno se pregunta cómo es posible que cristianos de misa diaria apasionadamente identificados con su fe, puedan abogar por la violencia contra los que ven como enemigos de su fe y de su iglesia. Es la historia de todas esas persecuciones religiosas, como cuando la reina María de Inglaterra mandó a quemar vivo al arzobispo de Canterbury por «hereje»; lo mismo, Calvino que mandó a quemar vivo a Miguel Serveto por «hereje», también; igual, cuando en la España franquista hubo «escuadrones de Cristo Rey» que molían a palos a los que veían como enemigos de… ¿Cristo?
¿Que el Hijo del Hombre vino, viene, vendrá a condenar? Esto no es lo que dijo Jesús. Vino a servir, no a ser servido (Mateo 20,26-28). No vino a juzgar, sino a rescatar (Juan 3,17; Juan 12,47-48). Vino a enseñar el Camino (Juan 14,5-6). Si no nos hacemos pequeños como un niño, no entraremos al Reino (Mateo 18,3).
Notar: Jesús no condena. La condena llega luego, al final de los tiempos, cuando llegue el Hijo del Hombre. En aquel momento Dios echará una mirada y verá lo que ya está consumado: unos y otros serán condenados o salvados según fueron en vida. Dios no actúa a capricho, no condena a capricho, no define al malo como el sembrador no define la cizaña.
Cada uno se condena o se salva por sí mismo. Ciertamente hay un juicio contra los que no responden a su llamado y ciertamente están los que no reciben bien la simiente de la Palabra (como en la parábola del sembrador en Mateo 13,3-21).
Ciertamente los ángeles vendrán y separarán el trigo de la cizaña.
Pero a nosotros no nos toca juzgar y condenar a nombre de Dios; no podemos usurpar a Dios. Eso sería caer en un orgullo farisaico y malsano, como lo hemos visto a través de la historia. Ya bastante que sufrimos de los inquisidores y se supone que ya hubiésemos aprendido esa lección. Parece mentira que todavía en nuestros días tenemos que seguir sufriendo a causa de los que se creen autorizados a perseguir a nombre Dios.
Baste recordar el evangelio del domingo pasado, de Jesús en la cruz. Se dejó azotar, escupir, humillar y no abrió la boca para condenar. Esa es la actitud el cristiano, la actitud que Jesús nos enseñó.

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