La fiesta de Cristo Rey fue instituida en el siglo 20 y está asociada a la lucha de la Iglesia contra el modernismo, contra la modernidad.
Según los que denuncian la modernidad, la causa de los males sociales de nuestro tiempo derivan del secularismo, del laicismo, el ateísmo, la ciencia moderna. el republicanismo, así.
Hemos de distinguir entre el cristianismo institucional, como en las iglesias, y el cristianismo de la experiencia personal de la fe.
Desde que el cristianismo triunfó y llegó a ser la religión oficial, institucional, del imperio romano, las instituciones eclesiásticas (iglesias orientales, la católica romana, las iglesias derivadas de la Reforma protestante) estuvieron asociadas al poder social de los aristócratas y los monarcas y los gobiernos. Cuando el poder social de los monarcas y los aristócratas flaqueaba, los líderes eclesiásticos asumían la autoridad social. El referente moral de la sociedad eran las tradiciones cristianas.
Con el mundo moderno el status y el prestigio social y el poder de las iglesias mermó. Las iglesias, no sólo la católica romana, reclamaron entonces el poder social y moral que antes tenían, y lo siguen haciendo hasta el día de hoy. El error ha sido el de olvidar las mismas enseñanzas del evangelio. En el proceso de atacar los males sociales simbolizados por el laicismo, los eclesiásticos han caído también en lo mismo que denuncian. Entran en un activismo social e incurren en los mismos vicios que denuncian. Se conducen como si fuesen ateos. Como en las Cruzadas, terminan en una guerra santa que no es santa, ni cristiana.
Es que una cosa es el orden de las ideas y los ideales y otra cosa es el orden de la realidad. Las ideas son abstracciones, son como nombres con que atamos una multiplicidad de experiencias, como cuando hablamos del color verde. Una cosa es la idea del verde y otra la realidad concreta de los tonos de verde. El verde puro sólo existe en nuestra mente; el verde real siempre es circunstanciado, se da según la circunstancia, en una gran diversidad de tonalidades de verde. Eso es lo que sucede cuando hablamos, por ejemplo, de «los migrantes». Cada migrante es una realidad distinta y aparte de nuestra idea abstracta. Lo mismo, cuando hablamos del «aborto» o del «sexo». Cada persona y cada situación es una realidad única y aparte; hay que ver.
Y entonces, hemos de pensar sin juzgar. «No juzguéis», dijo Jesus en Mateo 7,1-21. Es de cristianos amar al prójimo sin juzgar. Eso hay que adaptarlo al momento de entrar en los juegos de poder en la sociedad y en la política. Por eso hay que ver cómo hemos de hablar del papel del cristianismo en sociedad.
Jesús nos enseñó que Dios no desea condenar, algo que ya queda manifiesto desde los profetas (Ezequiel 18,23; Juan 3,17). Dios ama al diablo y no desea mandarlo al infierno. Si el diablo termina en el infierno, es por su propia mano. Jesús no fulminó a los pecadores con el rayo de la ira divina. Soportó el mal mientras predicó y denunció y aceptó ser víctima del mal, porque Dios no quiere condenar, sino invitar a la conversión; Dios quiere el bien y si el diablo se condena, es por su propia mano. Jesús nos enseñó a ser pacíficos frente al diablo y frente al mal, invitando constantemente al encuentro con Dios, con la bondad, con el bien. Nos indicó que hay que amar a los enemigos, algo que también vemos revelado ya desde el Antiguo Testamento (Levítico 19,18; Lucas 6,35). Jesús no vino sino a invitar al bien y esa es la misma misión de los cristianos.
Desde el siglo 19 muchos autores cristianos han explorado cómo desarrollar el papel de las iglesias en la modernidad y en las sociedades contemporáneas. Esto se ha dado tanto en el trabajo teórico (incluyendo las encíclicas papales y la doctrina social cristiana) como en el trabajo de los políticos cristianos, sobre la marcha, como en el caso del Rev. Luigi Sturzo y Alcide de Gasperi en Italia, sin olvidar a los líderes de las democracias cristianas en Hispanoamérica como Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Eduardo Frei en Chile.
El problema de la ultra derecha cristiana creo que deriva de la impaciencia con las tonalidades de la realidad. Uno quisiera que las cosas fueran como uno las piensa para poder zanjar los asuntos y ya. Pero Dios nos llama a ser pacientes y humildes y adoptar una actitud como la de Jesús. Hay que anunciar el evangelio, pero sin dogmatismos y con amor.
Vemos esa impaciencia en los grupos que bloquean las entradas a las clínicas de aborto y vociferan y hostigan y acosan a los que se acercan. Buscan manipular y doblegar a otros, buscan imponer su propia voluntad, con violencia. No buscan entender, sino imponer. No piensan en la voluntad de Dios, sino en la propia, basada en sus propias ideas. Van motivados por sus pasiones descontroladas antes que por un auténtico sentido de fe. Son como los fariseos, deseosos de sentir el placer de condenar antes que tener conmiseración y solidaridad con los problemas concretos, reales, en medio de lo que viven los demás. Prefieren condenar a los publicanos (como en la parábola, ver Lucas 18,11-14 ) antes que entender cómo esos mismos publicanos y las rameras irán al frente de la fila a la entrada del Reino (Mateo 21,31).
En el siglo 20 muchos de esos que salieron a denunciar la maldad de la modernidad terminaron facilitándole el camino al fascismo. Demonizaron a los masones y a los judíos y todavía hoy los hay que siguen dentro de esa perspectiva. En nuestro tiempo, el primer tercio del siglo 21 el nacional-catolicismo de cien años atrás resurge como un nacional-cristianismo promovido por las iglesias evangélicas de Norteamérica. Recientemente se ha dado a conocer el papel de la CIA al promover a pentecostales y evangélicos ultra derechistas en Brasil, Colombia y Centroamérica para contrarrestar los movimientos socialistas democráticos. Esto lo siguen haciendo al interior de los mismos Estados Unidos. Es algo que sufrimos en carne propia los «latinos», designados así como especie de minoría racial. Sin entrar en quién tiene la razón, lo que uno deplora es la manipulación y la deshumanización a nombre de consignas e ideologías ciegas. De esto son culpables tanto derechistas como izquierdistas.
Hemos de reconocer el valor cristiano de la democracia, en la medida que expresa un respeto a la dignidad humana que no se ve en las otras fórmulas de gobierno. Valga recordar la historia de la democracia cristiana en Italia entre 1945 y 1955, cuando se forjó una visión de trabajo por la justicia social que sirvió de modelo experimental en Venezuela y Chile hasta que los extremistas de derecha e izquierda lo malograron. Uno de los males que padecemos en el mundo hispano es la gran influencia salida de los seminarios franquistas, de una tradición de formación eclesiástica que nunca conoció lo que es la democracia, ni lo que fue el gran despertar intelectual de los que sentaron las bases conceptuales del Concilio Vaticano II. Esa ignorancia desafortunadamente también encontró expresión en el canal EWTN que tanto impacto ha tenido en nuestro mundo hispano, particularmente en Puerto Rico.
Verdaderamente, promover el cristianismo no equivale a promover el poder de las instituciones sociales cristianas. Eso es lo que hay que tener claro. El éxito del cristianismo no se mide en multitudes al modo de los políticos, ni en número de parroquias, cosas así. La moral cristiana no es algo que se legisla; ese fue el error de los fariseos; baste ver los evangelios. El éxito del cristianismo no depende del número de «likes» o de seguidores en las redes sociales.
Remito a otros apuntes de años anteriores como los del 2022, 2019, 2016 (oprimir sobre el año).

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