En el evangelio de hoy encontramos la parábola del fariseo y el publicano. Es interesante encontrarse con líderes de iglesias que se sienten superiores a las claras. Los hay que necesitan que los demás se confiesen pecadores para ellos sentirse bien. Los peores son los que buscan manipular a los feligreses para sentir el placer de someterlos y rebajarlos. Es algo triste. Esa mentalidad de tener un acceso privilegiado a la verdad y sentirse superior a los demás en su propia intimidad es lo que define la actitud farisaica. Lo encontramos tanto en la religión, como en los movimientos sociales y políticos. Más de uno se siente mesías. No es que Jesús nos invite a rebajarnos y a sentir rencor hacia los que no se rebajan como nosotros. Una cosa es el orgullo y otra cosa es el sano amor propio, la sana autoestima. El que confía en Dios y encuentra a Dios en el amor al prójimo, no tiene motivo para alardear, ni para proclamarse especial. ¿Quién puede decir que no ha pecado? Pero, ¿cómo no
Carlos Ramos Mattei